Uno muchas veces se pregunta: ¿Cuál es la cadena de hechos que nos llevaron a estar donde estamos, a posicionarnos desde un lugar y no desde otro?. Muchos factores y situaciones van construyendo en cada uno un universo único y personal que tiene que ver con nuestra propia historia. Hasta acá todos podemos estar más o menos de acuerdo.
Sin embargo, hay un factor determinante para pararnos desde cierto fastidio político y es el cotidiano y casi sistemático encuentro con los lecheseca. El lecheseca no entiende de razones, una y otra vez estará al pie del cañón, en la primera línea de la corrección difundiendo sus verdades.
Por ejemplo y así como quien no quiere la cosa, en cualquier reunión nocturna, en la confianza de lo etílico (que según dicen quienes saben) afloran las mejores charlas, aparece implacable el lecheseca para debatir a fondo aquello que no entró en su pequeño molde, le cuesta mucho reírse y jamás de los jamases la va a dejar pasar, simplemente no puede, aunque sea por educación. El lecheseca transita una corrección digna de un monje shaolin, incapaz de entender cualquier gris. Su mundo es blanco y negro. La realidad unidimensional del lecheseca está llena de categorías y anaqueles en los cuales tiene todo ordenado y clasificado. Que sí y que no corresponde, qué se puede y qué no se puede decir. El lecheseca, no va a entender el “nunca seré policía” de Flema… es más, le pasa la prensa partidaria a Carlo, quién como todos sabemos se vendió del barrio de Lanú.
El cotidiano humor que transitamos la mayoría de los mortales no hace mella en el lecheseca. Como buen soldado de la fe lo escucharemos decir que con eso no se jode, y si uno jode con algo fuera de lo políticamente correcto, el lecheseca nos dirá que seguramente uno es un privilegiado, un insensible, un forro, un fascista o simplemente un boludo con un humor colonizado. Hoy (seamos honestos) pararse desde un lugar lecheseca es cómodo, fácil. El lechesequismo está íntimamente arraigado en lo que alguna vez fue llamado “izquierda”.
De la línea de su pequeña regla para allá, todo está mal. Apretar los senos de un amigo en un asado, no está en su lógica. La ausencia de esquina, de calle y de barrio lo lleva a romantizar la existencia ajena: cuánto más pobre y miserable sea esa existencia más condimentos románticos le va a encontrar el lecheseca, quién suele tener sueños húmedos imaginándose en Petrogrado y transita momentos orgásmicos cuando se le acerca alguien a venderle chipa. Naturalmente, mear tan lejos del tarro lo lleva a analizar algo que desconoce, que no entiende y que le pasa por al lado buena parte de las veces, si no, simplemente no lo entiendo. Viejos gaga y jóvenes demasiado aburridos de una pequeña burguesía capitalina decadente, imparten las reglas de una subversión que tiene más de leche chocolatada con vainillas que de lucha de clases. Entonces los laburantes nos encontramos frente a algo que nos deja afuera, que no nos contiene y nos mira bastante de lejos, insisto, si no, no se entiende. Otra cuestión es puertas para adentro, cuando los lecheseca en el día a día van desgastando a algunos que por aquí y por allá se van arrimando a la cosa, fuerzan una y otra vez la realidad, el lechaseca no percibe esto que se nota y mucho. Obviamente lo que a los 20 es entendible y hasta comprensible, después de los 45 es decadencia pura, cierta cantidad de abriles ameritan ciertos balances, si no terminamos en el inefable pelado con colita ideológico. En algún punto, nuestra clase transita una suerte de salud mental que la preserva naturalmente, una reserva moral que se nutre en cualquier asado de cualquier taller.
Detrás de las buenas intenciones, de las mejores intenciones, aparece siempre un leche seca, que nos mira buscando nuestra aprobación. Nadie se puede decepcionar de aquello que no espera nada, en el mejor de los casos, los años nos van preparando mejor para estar atentos y no chocar una y otra vez con la misma pared, con los mismos problemas y con las mismas soluciones. En el fragor de cualquier debate el lecheseca nos escupe razones (que como dijimos) tienen más de fe, de voluntarismo que de realidad objetiva. Atravesamos un microclima lleno de espadeos rancios, y cuando digo espadeos, estoy diciendo confrontar argumentos y ver qué pasa. Las cosas por su nombre, los chotines de nuestros lecheseca tienen el mismo tamaño genital que el que nos deja una ducha fría en invierno. En toda esta melange conviven (y convivimos) propios y extraños, pero casi siempre, lejos muy lejos de los verdaderos protagonistas de esta historia. Y eso que dejo por fuera de esta pequeña reflexión, esos ejércitos de lecheseca que compraron de punta a punta el combo de lucha light y posmoderna tan de moda en estos tiempos, una lucha que no busca destruir la raíz misma del problema, estos ejércitos de tan pacíficos que son, simplemente les alcanza con deconstruirse, hacer una huerta y aprender los secretos del superadobe. Entiendo que quienes nos antecedieron allá por los ´60 y ´70 nos dejaron la vara muy alta, pero hoy esa vara la tenemos en el culo y en vez de preguntarnos ¿por qué? la metemos un poco más y de paso cañazo la levantamos como bandera. Las cosas no se pueden forzar, por más ganas que le pongamos, cuando algo no va hay que aceptarlo y de mínima pensar porque no va, “es al pedo empujar cuando el pingo es corto” es una máxima que deberíamos empezar a pensar seriamente. Es más, creo que si muchos documentos políticos empezaran así, nos ahorraríamos mucho tiempo o al menos, partiríamos de un piso mucho más honesto.
Cualquiera que alce la voz frente a tanta impostura, se transformara en un paria, en un resentido, en un hijo de puta que merece lo peor. La inmediatez hace imposible parar la pelota, pensar la jugada y seguir alguna lógica. Nada de eso, al contrario, solo se trata de repetir argumentos, posturas y posiciones cada vez más delirantes, cuan más lejos se este de la realidad, más se reafirma el lecheseca en sus verdades, se termina construyendo un sinsentido común, un sinsentido común que tiene mucho de auto-represión, que tiene mucho de policía del pensamiento y que tiene mucho de censura. Y como sabemos la censura nunca ha tenido mucho sentido del humor.
Reafirmarse en lo que parece elemental, hoy es una ardua lucha, que agota y cansa. Diametralmente opuesto al desgaste que siente cualquier mortal, estos adoradores de la corrección política se potencian, reproducen y avanzan. Cada minúsculo rincón que encuentran lo transforman en una trinchera de combate. Sin inserción en la realidad, no hay entendimiento posible de la misma: el lecheseca no percibe esto, avanza en la realidad que él y los iniciados se han construido disparándose una y otra vez en los pies.
Los años van pasando, y uno para mal o para bien ya se ha curtido lo suficiente como para aprender a reírse de tantas verdades y profetas, por eso resulta inaceptable el mundo que nos ofrece el lecheseca, y contra viento y marea debemos defender nuestro derecho a recagarnos de risa frente a esta amaga realidad, tocarle el culo a lo intocable y cuestionar aquello que se nos vende por sagrado. Nuestra clase lo hace día a día, todos los días. Y lo mejor de todo es que, sospechamos, no pide permiso para hacerlo.
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