Asistimos, en días recientes, al recurso remanido y simplista de poner el foco en la juventud como emanación de toda irresponsabilidad en el marco de otro bamboleo de los que ya nos tiene acostumbrados este gobierno.
El amague del restablecimiento de las restricciones a la circulación –llegó a hablarse de toque de queda- que finalmente terminó siendo una suerte de “recomendación” en base a pautas generales a partir de las cuales deberá decidir cada Gobierno Provincial, vino barnizado de una batería de comentarios estigmatizantes para con la juventud que, como tal, a su manera y a los tumbos, insiste en seguir queriendo correr los límites.
Y sí, el piberío se quiere divertir: es algo tan antiguo que realmente causa gracia cuando lo vemos amplificado por operadores, opinadores y comentaristas de toda laya. Tanto en medios de comunicación tradicionales como en esas letrinas receptoras de rencor y desprecio que son las redes sociales.
Hay una suerte de pulsión al frenesí y el desparpajo típicas de la adolescencia con la que, no dudamos, todo gobierno del mundo ha tenido que lidiar, con desigual suerte, en el tránsito de la pandemia. Ni nos detendremos, al menos por ahora, en indagar en los pendeviejos cuarentones –acaso, pandemia preexistente.
Lo cierto es que saltan a la vista las incapacidades ya estructurales del Gobierno Nacional, toda vez que no hace más que mellar su propia legitimidad en cada acto: sin ahondar en las peripecias que suelen ser connotadas como “errores comunicacionales”, es dable establecer que no puede amagar con el palo alguien que se va al mazo cada vez que le retrucan.
Podemos establecer que hay un “Síndrome de Vicentín” fácilmente rastreable en cada una de las piruetas que ensayan tanto los funcionarios como sus aduladores mediáticos. Lo notable en este caso ha sido que, una vez más, y como mencionamos hace unos días en ocasión de conmemorar la masacre de Cromañón, tanto la sarta de alcahuetes de medios afines (C5N, Página Dócil, etc.) como los mercenarios profesionales del otro bando (La Nazión, Carlín, TN…) coincidieron en señalar como el huevo de la serpiente a las jodas clandestinas.
De ningún modo negamos que ese candoroso y juvenil coqueteo con la muerte sea, redundantemente, peligroso. Lo que sí nos permitimos preguntarles a toda esta sarta de caretas de doble moral es si no salen a la calle a las 3 de la tarde; si no utilizan el transporte público; si se olvidaron de cuando eran jóvenes e incluso, más importante aún, de dónde creen que sacan la autoridad para endilgarle a la juventud la responsabilidad de que todo se vaya, otra vez, por enésima vez, a la recontra mierda en este bendito país.
A una juventud que, vale consignar, ha desarrollado ya, a esta altura, determinado sentido práctico acorde a la radical anomalía con que se viene viviendo desde la irrupción de la peste. A una juventud que vive un presente ruinoso, triste, abrumador y cuyo futuro aparece más borroso e incierto todavía: ¿con qué cara les vienen a decir que no se pongan hasta el cogote? ¿Qué les ofrecen nuestros poderosos a esta juventud?
Otra resonante sanata fue pretender establecer una diferenciación clasista con respecto al tema: según unos cuantos, la cosa desafiante son los chetos de joda en Pinamar y destinos turísticos afines. Los invitamos a tomarse un tren hasta José León Suárez, que no tiene acceso al Atlántico, un sábado a la noche. Caminar un poco y encontrar que, como ha sido siempre, el intersticio para el encuentro, el esparcimiento y la evasión no sólo se hacen, se inventan sino que, se comprende, es muy necesario. Las jodas se organizan; los quilombos vienen solos. Un saludo muy especial a los Guardianes de la Empatía; runfla de cínicos.
Ni siquiera estamos renegando de que se controle e, incluso, que llegado el caso, se reprima. No es esto un alegato liberotario de Viva la Pepa/el virus no existe/sarasa conspiranoica. No.
Pero un Estado que no garantiza acceso a la salud (entendida en sentido preventivo: una población sana es aquella que puede hacer 3 o 4 comidas diarias, para empezar), a la educación; en un contexto en el que arrecian la indigencia y la falta de trabajo; arropados como estamos por la más espantosa inercia desde hace por lo menos 3 o 4 décadas, difícilmente pueda bañarse de la legitimidad necesaria como para pretender cierto acompañamiento, a esta altura del partido, con medidas que, para colmo, no son ni chicha ni limonada.
Un elenco de gobierno que insiste en farfullar consignismos erráticos que no hacen más que traicionar ni bien se dan vuelta, carece de autoridad moral para imponer este tipo de medidas; sobre todo cuando iniciaron la jodita comparándose con Suecia o Noruega. Sobre este punto no hay novedad y es, como dijimos, una inercia que irá encontrando su deriva conforme se vayan ensanchando los trechos existentes entre lo realmente existente y lo que nos quieren vender como “convivencia en comunidad”.
Lo que encontramos inaceptable y entendemos necesario advertir como peligroso es el artilugio típico de todo orden decadente: culpar a los jóvenes. Sobran ejemplos en la historia contemporánea de cómo inician, cómo se desarrollan y, sobre todo, cómo terminan esos procedimientos perversos que, anclados en un doble rasero, culpan al más débil de las chanchadas que ellos realizan, custodian y cuya continuidad garantizan. Siempre para los amigos, claro.
Sería lindo ver cómo pasaron el Año Nuevo les hijes del poder. Esos que se disfrazan de Pikachu.
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