Era domingo y todos sabíamos lo que significaba. Papá iba a comprar el diario al quiosco de la esquina y luego iba a leerlo solo en el patio. Ni la perra se podía acercar. Cuando se enfriaba la pava, entraba en silencio a calentar el agua. Volvía al patio y leía los clasificados, que siempre los dejaba para el final.
Desde que lo despidieron de la fábrica, muchas cosas cambiaron. Papá ya no se reía ni se afeitaba. Además, estaba más flaco. Siempre decía que fueron al pedo esos veinte años trabajando ahí. Se sentía un trapo de piso. Del resto de las cosas, se ocupó la hiperinflación.
Los asados del domingo, pasaron al recuerdo. Solo para el cumpleaños de mamá se prendía el fuego. Comenzaron los guisos, los favores, las ayudas y hasta las ollas populares con sus antiguos compañeros. Estábamos todos en la misma.
Ese año era electoral. Le gustaba un gobernador que usaba poncho, hablaba sencillo y tenía patillas. Venia del norte, no de los barcos, y eso le hacía acordar mucho a su abuelo, que muchos años antes vino a Buenos Aires a ganar el mango.
La revolución productiva era su promesa y con eso, las fabrica reabrirían. Otra vez iba poder trabajar, despertarse temprano, tomar unos mates y ver a sus compañeros. Quedaría en el pasado preocuparse de que sus hijos tengan que comer.
En los clasificados no salía nada. Nada. Todos los domingos era lo mismo. Ninguna fabrica buscaba operarios. Ningún lugar necesitaba gente. Cuando papá cerraba el diario, mamá sabía que se tenía que acercar. Siempre lo abrazaba, le daba un beso y le decía lo mismo: “Tranquilo negrito, ya vamos a estar mejor”. Algunas veces, se le salía una lagrima. Algunas veces, sé que lloraba en silencio para que no la escucháramos.
Llegaron las elecciones y papá estaba contento con los resultados. Fueron varios en el barrio los que salieron a festejar a la calle. Hubo bombos y fuegos artificiales. Iba a ser un nuevo comienzo para todos. Incluso para el país. Otra vez con el mango en el bolsillo y con la cacerola llena. Otra vez, había futuro.
Pasaron seis meses. Pasó el verano y el resto del año. La situación no había cambiado. Estábamos complicados. Papá estuvo unos meses de albañil, otras de pintor y arreglando todo tipo de cosas. Otro tiempo, fue remisero. No faltaba (casi) nada en casa en ese momento. Tampoco sobraba.
La situación era jodida. Con los vecinos nos ayudábamos, estábamos todos en la misma. Se compartía hasta lo que no teníamos. Fideos, arroz y polenta. Mate cocido, mortadela y pan francés. La yerba de ayer, secándose al sol.
Los trabajos cada vez duraron menos y las changuitas brillaban por su ausencia. Mama ya no tenía ni ropa para arreglar. Volvió la híper y todo se cortó.
Era domingo y todos sabíamos lo que significaba.
Durisimo! Cuantas veces pasamos x ese lugar?!