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Escuela y Covid

Actualizado: 22 ene 2021


A un mes de la fecha por calendario oficial de inicio de clases, ya podemos saborear algunos refritos mediáticos. Indigestados, por cierto.


Primero:, no nos boludeen. No es todo tan fácil la vida para posicionarse y quedarse piola. La vuelta a clases, como casi cualquier otro fenómeno que tome estado relativamente “público”, se escenifica como una dicotomía:, “los malos” quieren que vuelvan las clases; “los buenos" no, porque defienden a los docentes, a los estudiantes y a la salud pública. Se olvidan de algo: Todo el mundo quiere volver a las clases presenciales. Los docentes, sobre todo. Es miserable y estresante dar clases en la virtualidad. Un contrasentido pedagógico.


Los trabajadores de la educación estuvieron desde el día uno, cotidianamente, con los alumnos, estableciendo dicho vínculo pedagógico, forzando una adaptación a la enseñanza virtual que nadie sabía conducir. En parte porque nadie estaba preparado para pasar todo el contenido anual a la virtualidad; en parte porque las realidades de conexión eran disimiles o incluso por falta de computadoras. Además, se volvió prioritario comer -cuando no cuidar a los enfermos propios-.


Durante 2020, los directivos se pasaron todo el año informándose por los medios de comunicación lo que iba a pasar en la escuela. Así de crudo: primero se enteraban en los medios lo que iría a suceder con su trabajo. Un año después, la comunicación oficial sigue brillando por su ausencia; todo se circunscribe en la novela relatada por la pantalla, incluyendo el garabato del plan de vacunación docente.


Mucho menos se ha oído de la creación de un plan pedagógico integral que pueda introducir mejoras en la virtualidad para sostenerla hasta que sea efectiva la vacunación. Nada han hecho en estos largos meses, no han ampliado ni una sola de las ya saturadas aulas, sobre tiempo el tiempo, pero lo esconden con titulares.


Lo que la irrupción pandémica puso blanco sobre negro, agudizándolo, es en realidad el viejo y por todos conocidos asunto de la brecha de clase. Ya de antemano contábamos con un circuito de educación público y otro, comúnmente denominado “privado”, que absorbe también, sin embargo, ingentes recursos estatales en materia de subsidios. Más allá de la condición empresarial que alienta a este último sector –que se vio notoriamente perjudicado en tanto muchas familias dejaron de “pagar la cuota”, suspendieron matrícula, etc.-, es notorio que la verdadera grieta, también en materia educativa, es de clase.


Siendo la escuela la institución de socialización primaria por antonomasia, hay un sinfín de aspectos del desempeño del individuo en sociedad que, excediendo esta intervención, comienzan a forjarse en la escuela. Pues bien, como decíamos: en la Argentina actual, 6 de cada 10 niños son pobres. De esa cuenta, en la escuela, ¿Quién se hace cargo? ¿Qué ministro representante de qué lobby privado? ¿el jefe de gobierno del emprendimiento inmobiliario capitalino? ¿el delegado presidencial que pasea el perro en helicóptero? ¿o cuál de los gobernadores proxenetas que pueblan nuestro norte?.


Argentina debió haber desarrollado ingenierías más complejas, así como vamos será igual que antes tras un año de pandemia. La fantasía de la vuelta a clases con las burbujas no se cumplió, nadie fue a esas burbujas, porque las familias no llevaron a sus hijos a la escuela. ¿Tan difícil es sabiendo ese fracaso armar algo nuevo?.


Hoy el múltiplo de casos es más alto que en noviembre. Y cuando alguno replica, “Abren las cervecerías y no abren las escuelas” desconoce lo que implica la apertura de las escuelas. Un movimiento de al menos 15 millones de personas en todo el país, en un rango horario acotado. Son aproximadamente 50.000 instituciones que abren sus puertas diariamente. Ni remotamente se compara al movimiento de las cervecerías, ni los estudiantes con los borrachines de las cervecerías.



Párrafo aparte merece la errática intervención de los sindicatos docentes. De a ratos parece que, además de estar completamente alejados de sus bases –cosa que no es novedad- los dirigentes gremiales no son ni por asomo conscientes de la pésima imagen que la sociedad tiene de ellos. Por el motivo que sea. Si a eso le añadimos que, con suerte, han ensayado una tímida defensa en clave corporativa, los problemas para con el descrédito que arrastran no harán más que agudizarse en el corto plazo, siendo plausible que cualquier jetón revolee con operetas muy sencillas de montar un nuevo ataque a la docencia que, por molicie, incapacidad o desinterés, los representantes gremiales han decidido, casi por omisión, alimentar. La dirigencia sindical docente, en general y en cualquier distrito, se debe una política que se nutra, precisamente, de cierta pedagogía para con la sociedad en general, dado que la percepción desde abajo es, precisamente, “no quieren laburar”. Pero nótese que hablamos de una dirigencia que ni siquiera contempla presentar una mísera batalla reivindicativa de manera sostenida y consecuente: no les interesan sus afiliados, ¿Qué carajo les va a importar darse la tarea de legitimarse en un medio social que los mira desde lejos y con desconfianza?


Como decíamos, la pandemia agudizo la crisis social y económica en el país y muchas preguntas surgen al respecto. ¿Cómo afectará eso al sistema educativo en cada uno de sus niveles? ¿Va a llevarse una política de estado para que los chicos y chicas no abandonen las aulas? ¿O simplemente le vamos a echar la culpa por tener que ir a ganarse el mango? ¿Se construirán más jardines y escuelas para poder llevar adelante el distanciamiento en el aula? ¿Los docentes van a seguir cobrando miserias y sin tener capacitaciones ni computadoras para este momento particular? ¿Los estudiantes solo tienen que ir a comer a la escuela? ¿Cómo será la comunicación institucional durante este año? ¿El Ministerio de Educación va a tener alguna escuela a cargo o vamos continuar con la descentralización del menemismo?

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