"Cómo vas a saber lo que es el día si nunca la Luna te iluminó el camino"
El camino al pueblo, era siempre el mismo. Casi el único, salvo que la imaginación permita encontrar otro o las lluvias te obligaran a hacerlo.
Luego de caminar unos metros por la calle de tierra, de saltar la zanja y de cruzar el río seco, llegaba a la esquina del conflicto. Siempre era el mismo conflicto. Tanto a la ida como a la vuelta. La única diferencia era que en el ir, había que doblar a la izquierda y caminar por la calle principal antes de llegar a la despensa del Paisa. En el volver, había que doblar a la derecha para llegar hasta la finca y reencontrarse con Rita.
El conflicto era siempre en el mismo lugar. Se miraban. Se medían. Se buscaban. Eran unos segundos de tensión, de quién bajaba la mirada un segundo antes que su rival y, justo en ese instante, se sabía quién era el vencedor y quien el vencido.
Él arrastraba viejas historias que lo ponían en desventaja. Algunas heridas que el tiempo aún no había cicatrizado. Experiencias de un pasado no muy lejano que aún le caminaban cerca. Incluso más cerca que su propia sombra.
El otro, tranquilo. Generalmente sentado o acostado, sin darle importancia ni al día ni a la noche. Viendo pasar la vida, controlando la situación y observando pasar a todos. Incluido al viento.
Tenía un pelo blanco, ya gastado por su edad y por la tierra del pueblo. Quizá también tierra de otros pueblos, aunque el Zonda llegaba con sus últimas fuerzas hasta ese recóndito lugar.
Esa mañana, luego de los mates, tenía que ir al mercado a realizar los quehaceres. Sabía el momento que le esperaba y eso lo ponía nervioso. No había alternativa. La alacena también estaba vacía. Había que ir sí o sí en busca de los víveres y las otras hierbas.
Realizaba la caminata en silencio. A paso firme, casi tanto como el florecer de los árboles en la víspera de la inminente primavera. Cuando estaba por llegar, sintió las manos transpiradas y tenía muy en claro que no se debía al sol que ya alumbraba desde encima de los cerros. Cuando estaba por llegar, en la esquina de siempre, lo ve acostado. Cuando se estaba acercando, ya a unos pocos metros, se levantó de su descanso. Dejó de lado la fiaca. Lo vio, lo miró, lo observó y, de repente, le ladró y una nueva batalla había comenzado.
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