Mardel cumple 150 años. Mardel está de fiesta y la conocida cadena de los alfajores sacó una edición especial con la excusa del aniversario. Es furor en ventas, en la tele y en las redes.
Un alfajor edición especial, con un dulce de leche extra y sal marina. Agotado en todos los locales. Hay largas filas esperando poder comprar, a casi una luca y media, el susodicho alfajor de la empresa que copó todo el país pero que solo lo vende, por el momento, en su kilómetro 0. Filas y filas, metros y más metros, tiempo y más tiempo para poder saborearlo y llevar a la familia una caja para comer después de las pastas del domingo.
El marketing moldea, da forma. Es la oferta la que crea su demanda. Más en momentos que la guita no vale, que el lujo de haber trabajado todo el año como un gil se tiene que materializar.
Que está agotado, que no hay stock, que con suerte llegan a la tarde se lee en todos los locales apenas entras. El empresariado anda declarando en la tele y en los diarios de que están desbordados. De que pasó sus expectativas, de que están pidiendo más metería prima a sus proveedores y encima, lo poco que había, se lo llevaron en carnaval.
“Llega a la tarde”, dice la empleada del local céntrico. El encargado del local enfrente de la playa popular, dice que llega a las 20hs. “Dura media hora y se agota”, comenta.
“El buen clima es positivo para los turistas, pero no para nosotros, porque baja la venta”, dice un caretón de la empresa en el Cronista del 31 de Enero de 2024. Eso que a vos te arruina las vacaciones, a ellos les da más ganancia. Así de clarito lo dice. Te rompes el alma durante el año y el tipo espera que te llueva y que no puedas ir a la playa.
Un alfajor distinto a los otros pero equivalente. La necesidad de consumir un alfajor distinto a los otros alfajores que hay en el estante del local. El esperar horas, y el estar pendiente muchas horas más aún de cuando se renueva el stock. El estar ansioso para sacar la tarjeta o el celu o el billete y pagar. El ser uno de los elegidos que no espero unos meses para que llegara a su barrio porteño o de donde sea para comprarlo. El ser especial, casi tanto como el alfajor, por haberlo probado antes que otros, antes que la mayoría. El status que otorga el consumir.
Pero los amores de verano duran poco. Bastarán solo unos días para que “el alfajor del verano” deje de estar de moda. Aparecerá otro, de esta cadena o de las otras, que lo remplazara, que ocupara su lugar de “novedad” dentro del efímero mercado.
Mardel es una ciudad aséptica, solo basta con vivir en ella durante un invierno. Una ciudad que no sale en los canales de chimentos de la tele, ni en los de futbol, ni nada parecido. Una ciudad pendular con Buenos Aires, su hermana (o proxeneta) mayor.
Llegan las cajas con los alfajores. Se acerca una nena a consultar al vendedor y le avisa la buena noticia a la mamá. Comienza la fila y en un parpadeo llega a la esquina. Con las cosas de la playa, con la ropa de salir, con los nenes y con la abuela. Todos a consumir. No importa el frío, ni el viento ni que esté bajando el sol. Tampoco la piel de pollo. Las ojotas con las patas llena de arena y las zapatillas para pasear. La cartera, la reposera y los pantalones cortos (de los que se ve la mitad del culo y los de fútbol). En qué linda sociedad nos hemos convertido… Me siento defraudado como especie. Pasa un tachero y les grita bien fuerte a los turistas: “¡vayan a trabajar!”.
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