Colaboración externa de la Camarada C. Rios
A los 20, por un contacto, conseguí trabajo en una financiera. Con este trabajo, logré mudarme sola por Avellaneda y comer fideos con manteca todas las noches (aunque debo confesar que a veces eran con aceite). No era tan malo, siempre era mejor que estar cerca de las agarradas entre mi hermano y mi viejo.
Arranque sirviendo café. Al poco tiempo, recibía los cheques para descontar, aprendía a detectar billetes falsos, empecé a mover fajos de guita por la ciudad. Al jefe le iba bien. En el país de las oportunidades, dólares, patacones y lecops giraban y giraban y él ganaba con cada rulo.
Me movía tranquila por la ciudad. Nadie desconfiaba de mí. Se asumía que me cogía al jefe. Yo no aclaraba. Nos pagaba el almuerzo, nos compraba y nos regalaba cosas caras y a veces brillosas. Con mi mejor sonrisa falsa, conocí despachos, estudios, set de filmación.
En la primavera, un socio de mi jefe se compró un boliche en Entre Ríos. Cómo yo conocía, me mandaba los fines de semanas para allá. De lunes a viernes le manejaba la caja en la ciudad y los findes semanas en Gualeguaychú.
Primero iba al carnaval, meta speed, vodka y baile y después atendía la caja. Trabajaba toda la noche y me tomaba el micro a Concepción, le daba un beso a la Bobe y volvía al centro a laburar. Un montón de billetes en las piernas. De lunes a lunes, en dos provincias y a toda hora.
Estalló en quilombo de las papeleras. No querían el agua y el aire podrido. En el boliche se agitaba su rechazo en versión techno dance. El viaje en micro era cada vez más complicado. El gobernador de acá acusaba el de allá. En la tele decían que la coima de allá era más barata que la de acá. Desde Finlandia mandaban saludos.
El micro freno, esta vez venía para largo. Yo tenía no sé cuánta guita encima y muchas más horas sin dormir. Bajamos todos del micro a ver qué pasaba y a caminar un poco. Di un par de vueltas y me compré una bondiolita. De fondo escucho unos ruidos que nada tenían que ver con los de una ruta cortada. Me acerco y veo que es una tele no muy vieja que pasaban los mejores goles de Maradona. Me freno. Escucho y veo. Pasan el gol a Grecia con la camiseta azul, los dos a los ingleses y un monton más con la camiseta de la Selección y tambien con la del Napoli. Cada vez éramos más, un monto. Los del micro nuestro, los de otros micros y los que estaban ahí desde el principio. Cada vez se gritaban más fuerte los goles. Era increíble y en ese instante, siento el olor a pasto mojado y sonrío después de mucho tiempo.
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