El año que viene se juega el Mundial en Qatar, locación que viene cuestionada y oliendo raro desde hace años. Fieles al estilo de La Cloaca, en estas próximas líneas trataremos de buscar las fuentes de esa pestilencia.
El Estado de Qatar es un emirato musulmán cuya forma de gobierno es la monarquía absoluta. Está ubicado en la península homónima, localizada a su vez en el centro-este de la península arábiga y limita al sur con Arabia Saudita. Ideológicamente está regido por el Wahabismo, una doctrina rigorista sunní de interpretación del Islam que se inició a mediados del Siglo XVIII y que también fue padre de sus vecinos saudíes. Hasta su independencia en 1971 fue territorio de ultramar de… ¿adivine usted?, ¡sí!, Gran Bretaña. Tiene una superficie de 11.586 km2. Grafiquemos: Tucumán posee el doble de superficie; 22.524 km2.
El primer tufo a heces surge cuando hay que hacer referencia a los habitantes de esta pequeña península. Ser habitante de Qatar no equivale a ser ciudadano. Dentro de su territorio viven 2 millones de personas de las cuales solamente alrededor de 250.000 son ciudadanos. ¿Qué significa esto en criollo?, que los ciudadanos gozan de derechos y privilegios que el resto de habitantes no tienen. Hay dos vías para conseguir la ciudadanía: que tu papá sea ciudadano qatarí o haber contribuido de “alguna manera” a la grandeza del emirato. Esto último queda reservado, generalmente, para deportistas que buscan nacionalizarse para representar a Qatar en las diversas disciplinas y competencias internacionales.
Que Qatar tenga 250.000 ciudadanos y que posea la tercera reserva de gas más importante del mundo provoca, tramposamente, que tenga el mayor PBI per cápita del globo. Esto deriva también en que hay muchas personas caídas del mapa, los residentes que no son ciudadanos: los trabajadores inmigrantes africanos y del sudeste asiático que buscan huir de la miseria. La industria petrolera y la construcción son las principales ramas en las que se emplean.
Y aquí se halla el segundo barandazo. Estos trabajadores están bajo el sistema de Kafala, una especie de patrocinio por medio del cual el empleado está sujeto a que el empleador lo autorice a regresar a su país de origen o a cambiar de empleo. El empleador, además, le retiene la documentación personal del trabajador, el cual es sometido a durísimas condiciones e infinitas jornadas. Como el avezado lector podrá deducir, los sindicatos están prohibidos.
Dado el escándalo por las condiciones inhumanas de los trabajadores abocados a construir los estadios para el Mundial 2022, el emirato en 2016 comenzó a realizar retoques cosméticos y paulatinos al sistema de Kafala, anunciando su simulado fin. Medios oficiales publicaron sendos artículos vociferando el fin de este sistema pseudo esclavista, pero lo que han hecho en realidad fue cambiar la forma pero no el fondo. Ahora, en vez de pedir autorización para cambiar de trabajo al empleador deben solicitarle al mismo un “Certificado de No Objeción”. Sin embargo, los mismos medios oficiales recalcan que desde agosto de 2020, existe un mínimo obligatorio universal para el salario de un trabajador, unos 1000 riales qataríes (lo cual equivale a u$s 270), lo cual no dista mucho de los salarios que Amnistía Internacional pudo relevar en el año 2016, unos u$s 190 mensuales pagados sistemáticamente fuera de término.
Cómo si esto fuera poco, los trabajadores llegan a pagar entre u$500 y u$s 4000 a agencias de trabajo en sus países de origen para poder trabajar en Qatar, lo cual lleva a muchos a endeudarse.
Desde el aspecto estricto del Mundial de Qatar 2022, el olor a podrido surgió desde el mismísimo momento de la elección de la sede, saltando un escándalo mundial por sobornos. Aun así, la nominación de la sede no se modificó; el anfitrión se comprometió a construir 8 estadios y a desarrollar una estructura hotelera, de servicios y de tecnología acorde al evento.
En ocasión del mundial 2014, en Brasil, también se dio a conocer la elevada cifra de trabajadores muertos durante las obras de construcción y refacción, pero muy poco importó. La pelotita comenzó a rodar y todo eso se escondió bajo el verde césped. No somos oráculos, pero estimamos que el año que viene en aquél pequeño pero portentoso reino de la península arábiga volverá a ocurrir lo mismo: desodorante de ambientes y que el hedor no se note.
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