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La Cloaca: ¿Qué carajo es esto?

Actualizado: 6 abr 2022



Puestos en el brete de presentarnos, hemos optado por aproximar una definición por la negativa.


Resulta que encontramos que lo que corrientemente se reconoce como cultura de izquierda parece mucho más una sala de espera de un consultorio odontológico que un lugar en donde va a suceder algo.


Ciertamente, en el consultorio odontológico suceden cosas. Pero ese rezumar mustio, insípido y aséptico, con música funcional y el recato como regla, nos parece letal para lo que nos ocupa. Si bien efectivo para dar cobijo al doliente, nos resulta completamente contrario a aquello que debiera atraer a personas, contingentes, clases sociales – tono rimbombante en sí y para sí: legiones de luchadores que se proponen, nada menos, transformar el mundo. Aspecto que nos molesta, nos aburre; nos convoca, mal que mal, a decir lo nuestro.

Manoteamos, nótese, el siempre lábil concepto de cultura, queriendo evocar un vasto y difuso campo de saberes, hábitos, usos y costumbres que, excediendo lo eminentemente político, dan sentido y coherencia configurando la acción política. Si a alguien se le ocurre un término más afable o preciso, favor de hacérnoslo saber.


Es, también, una decisión política ya que, en rigor, estamos hablando de un ethos, de nuestros comportamientos comunes. Se nos hace así menos pedante, más cálido y asequible, hablar de cultura.


Hacemos manifiesta nuestra pretensión de romper con ese circuito áulico y autocomplaciente en el cual significantes diversos se apilan con pompa y presuntuosidad, enmarañándose en un sentido común que, sedimentado, se erige en un edificio cada vez más distante de las bajas y corrientes pulsiones de la vida cotidiana de millones de personas.


Mayorías, decimos, completamente ajenas a esos conocimientos de estricto consumo interno en la cual hayan sustento y validación innúmeras paparruchadas que se erigen en santo y seña de los iniciados (iniciadas también) en una suerte de corriente proto-religiosa.

No es esto un canto a la anti-intelectualidad, si vale aclararlo. Sólo son cabos sueltos, pertenecientes a un nudo que se forma cuando intentamos traer a consideración fenómenos para los cuales requerimos construir una comprensión, ante la constatación cotidiana de nuestro disgusto, sospecha y recelo.


Y como, para colmo, no somos tacaños, señalamos que nuestro horizonte es reposicionar la labor intelectual ligada a la experiencia cotidiana de aquellos que, al inicio y al final de cada día, ponen a andar la gigantesca rueda de la reproducción del metabolismo social en descomposición, que todavía consideramos atinado denominar modo de producción capitalista. 


De momento, no consideramos necesario ni pertinente echar mano por enésima vez a la cuestión del Partido, la Clase y toda la perorata litúrgica. Algunas intuiciones tenemos, más o menos compartidas, pero no nos da la nafta para pararnos a prescribir. En parte -sólo en parte- porque ya hemos sido partícipes de eso; otro tanto, porque hemos visto caer uno tras otro en el vacío que media entre lo prescrito y los resultados a tanto gurú; tanto referente, tanto Cuadrazo del Ágora…


En rigor se trata, pues, de un debate (otro más) con la forma dominante, hegemónica, de la intelectualidad de izquierda; seguidamente, con su resultante accionar político.


II


Partimos de esta constatación y en torno a ella pretendemos modelar nuestra intervención que trasciende en este acto su faceta negativa para trocarse en afirmación.

Advertimos, de paso, que no es dable esperar, al menos de momento,una línea editorial que tienda a homogeneizarse. Tras sendos intercambios internos, observamos que ni siquiera tenemos, a priori, pleno acuerdo lo que irá apareciendo en este desgraciado solar.

Llegado el caso, si surge, hasta puede suscitarse el disparate de que entablemos debates entre quienes intentamos moldear este “algo”. Debates públicos, sí. Todo lo públicos que puedan llegar a ser, dada la decreciente propensión a la lectura y, justamente, al debate, que observamos “de este lado” del cuadrante ideológico.


Amén de que nos sabemos, de antemano, habitantes de la marginalidad. Por supuesto, serán bienvenidos los aportes, siempre y cuando pasen el inefable filtro de Nuestro Comité de Notables.


Por traer a colación un solo aspecto: vemos con reparos fundamentados cierta propensión creciente a intervenir en la obra del artista con una pose demandante, personificando la figura del consumidor reclamando por un yogurt vencido, en lugar de intervenir como espectador.


Con el añadido que, en ese caso puntual, se opera una perversa tergiversación: el espectador- consumidor se cree partícipe del hecho artístico- se monta una ficción democrática en tanto y en cuanto condiciona la creación del artista disparando veneno desde su aparato electrónico de precisa complejidad tecnológica. Pero resulta que, al final del día, el artista sigue siendo capaz de todo aquello que esa persona que amonesta, reclama, sugiere o cuestiona…no será capaz de crear nunca.


Asistimos, entonces, a la construcción de ingentes hordas de críticos culturales. Languidecimiento forzado de la labor artística; encorsetamiento de la exuberancia que aquélla ostenta, ya sea en potencia o en acto.


Pero, a la vez, sospechamos que el hecho artístico es, predominantemente, anti-democrático. Y no pensamos que sea necesario recurrir a la ortopedia que le corrija esas aristas, por más antipáticas que resulten a tal o cual.


III


El contrapunto con la cultura de izquierda dominante reside en que esta asiente, apuntala y valida esta actitud; la consagra como parte de su modo de ser y estar en el mundo.

Cabe incluso preguntarse si no es un principio precursor de la denominada cultura de la cancelación algo que por estos lares es parte de la liturgia del autopercibido “campo popular”; a saber: la política en subjuntivo.


La expresión suena pomposa pero es tan cara al decir y hacer cotidiano en nuestros ámbitos que ni la advertimos. Consiste en exigir a un Otro Poderoso -El Estado, las centrales obreras, tal o cual gobierno…hacer lo que yo considero que estaría bien hacer…pero no puedo: convocar a medidas de fuerza, despedir funcionarios, implementar tal programa en detrimento de otro, lo-que-de. [De paso: como si cambiar un funcionario equivaliera a cambiar la orientación general de un determinado bloque en el poder].


Ha sido en la recurrencia de estas prácticas como liturgia incuestionada que hemos crecido, al menos, dos o tres generaciones de activistas, militantes, simpatizantes…en fin.

Es entonces que, con la misma lógica, adviene la denominada cultura de la cancelación a darle plafón global. Con lo cual, la consagra como valedera para aquellos que, lejos de poner en cuestión tal proceder, que no es mucho más que una persistente confesión de impotencia adolescente, galvanizan ese acting constante, más afín al llanto que al desafío.


Y es así que, pasando revista, podemos encontrar en nuestras izquierdas locales a juramentados centinelas de libertades civiles individuales que aparecían ya consagradas, al menos en lo formal, hace doscientos años. Amén de la bisiesta convocatoria a la magna gesta de meter uno o dos diputados a la jaula de cotorras parlamentaria.


Sin pretensión de ahondar en esto pero dejándolo indicado, nos preguntamos si estará en la cabeza de alguien pensar y construir una izquierda -un “campo popular”- que se conciba como, precisamente, mayor de edad; adulta: que vaya tanteando, con la historia de nuestras luchas como brújula, la posibilidad de construir poder por nosotros mismos, para nosotros mismos, en lugar de estar siempre interpelando con berrinche a un Otro que corta el bacalao. Al fin y al cabo, por más berrinche que haga el adolescente, la plata para salir, por lo general, se la dan papá y mamá.


De a ratos pensamos, no sin cierta acritud, que estamos por una Izquierda Imposible.


IV


En este derrotero, a la vez que nos arrogamos el humor como reivindicación, atenderemos con gesto adusto y circunspecto cuanto sea necesario escrutar con ese talante. Y todo esto, sin previo aviso.


Porque es justamente, el “con eso no se jode” imperante, la pretensión omnicomprensiva y la pretendida empatía para con un Otro que se acerca siempre pero que no llega nunca -muy en su otredad- un síntoma de lo inocua que resulta la intervención cotidiana de aquellos que la promueven.


Escuetamente dicho: sospechamos que si no molesta, no sirve. Y el humor – que se basa en poner algo en un lugar donde, en principio, no va-  es una herramienta de la que no vamos a prescindir. Menos, justamente, si molesta.


Y téngase presente que, en este derrotero, desde el inframundo nos revolean con anélidos de la talla de Bolsonaro. Pero hete aquí que vemos un gusano y decimos “fascismo”. El extraviado mandatario brasilero no podría ni lustrarle los zapatos a un rubiecito de esos que juraban lealtad al Führer a los doce años.


A decir de buen sobremesero, “la descomposición es parejita”. Y los de enfrente están tan fundidos que tienen que aceptar un Bolsonaro tocando los botones. Un Trump, un Maduro, un Fernández. Parejito. Cierto, pero más nos interesa señalar que los nuestros están voleando cachirla, papando moscas.


V


A resultas de lo expuesto, queda por aclarar que elegimos denominar “La Cloaca” a este humilde aporte, en principio, porque empezó como un chiste. Además, no encontramos, de momento, otro mejor. Nos interesa más poner a tallar la prepotencia de trabajo. Hacer.

Ojo: el recurso metafórico puede tornarse tanto más denso conforme se nos cante muñirnos de argumentos. La cloaca es muchas cosas; no solo un reservorio de mierda. En principio, porque caben en ella desechos de lo más diversos: del mal uso de la misma –al fin y al cabo, es un dispositivo sanitario- surgen infecciones y pestes varias. Todo lo que vaya por el retrete llega, en algún momento, a la cloaca. Seguidamente, en la cloaca todo se mezcla. Asimismo, es un sitio donde, por lo general, ni el más intrépido suele querer meterse. Pero hay más: hay redención al final del recorrido, en tanto y en cuanto funcione la planta de tratamiento, donde se vierten los efluvios cloacales que, por acción de millones de bacterias y microorganismos, algún que otro compuesto químico y descomposición mediante, el agua que transporta esos desechos es potabilizada.


También podemos decir, situados en tiempo y espacio, que la cloaca como promesa es un prodigioso ariete de campaña electoral. Claro que el pozo ciego sigue siendo la regla en las más diversas latitudes.


De modo que, humildes como somos, pretendemos someter a la labor corrosiva del fluir cloacal todo cuanto caiga aquí. En ese sentido, nos reservamos el derecho de mejorar nuestra producción, adaptarla a diversos formatos conforme nos lo soliciten las circunstancias, las posibilidades y.…las ganas.


O, lisa y llanamente, jactarnos de su futilidad y contemplar cómo la misma deviene, mansamente, aquello que fue en un principio: un chiste. Un chiste sería, ciertamente, casi milagroso entre tanta mierda.


Al fin y al cabo, atendiendo a la premisa de que advertimos la descomposición como regla, y sin perder de vista que de tal proceso surge nueva vida a la postre, sospechamos que la cloaca es donde vivimos cotidianamente; por suerte, todo se mezcla y se descompone.

Nos consideramos testigos de ese ciclo, pero con eso no alcanza. Al menos, a nosotros, no nos alcanza.


Los fundidos son ustedes.



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