Lo iban a velar en la Rosada. Se decía también el Congreso, en la cancha del Bicho y no sé dónde más. Negociaciones entre la Claudia y el gobierno. Un poco de sumar agua para su molino, un poco por las cuestiones sanitarias, un poco porque era una noticia a nivel mundial, un poco porque es el tipo que más feliz hizo al pueblo. Además, nadie estaba preparado para esta noticia.
Con Anita nos mensajeamos esa misma mañana. Enseguida acordamos para ir pedaleando. La paso a buscar por la esquina de la casa, me ayuda a arreglar la cadena y arrancamos para el centro con Viole y Rayito. Hace un montón que no iba para el centro. Desde que arrancó todo. No lo extraño para nada.
Muchísima gente. Nos tuvimos que bajar de la bici en la 9 de julio. Un clima de tristeza (aunque algunos ya estaban pedo). Para nada sorprendía que estemos con la camiseta de nuestro Club. Estábamos todos en la misma. La majestuosa foto del gallina y del bostero llorando de dolor, éramos todos. Nos representaba a todos. La mayoría teníamos puesto nuestros colores o la de la selección porque él era un pedacito de todos o al revés, todos éramos un pedacito de él. Nos representaba. Es (era y lo será) el futbol argentino. El futbol. El tipo que le puso apellido a la Argentina.
Estaba lleno de gente. Lleno de personas angustiadas. La gota de dolor que desbordó el vaso. Fue el final de la cuarentena, fue el final del aislamiento. Era la sensación de ir a la cancha. Las vallas por Avenida de Mayo hasta Irigoyen y de ahí para el lado de Constitución, todos haciendo fila. Cantando sus temas, cantando su nombre, alentándolo.
La Plaza de Mayo, es del pueblo. La rosada, no. Además, esas cosas católicas no me gustan, no las comparto. Es por eso motivo que no hacemos la fila. Mi amiga tampoco quería entrar. Era muy fácil colarse, de meterse en los metros finales y ahorrarte unos cuantos metros, pero no daba. Incluso algunos te decían que habían entrado dos o tres veces, pero posta no daba. Tampoco se quería.
Estaba cada vez más estallada la Plaza y los mensajes de amigos que preguntaban qué onda no paraban de llegar. Estaban viendo de zafar de las obligaciones y mandarse. Empezamos a dar unas vueltas, percibir bien todo lo que estaba pasando y ver si nos encontrábamos con algunos conocidos. Del lado derecho de la plaza, unos jipis pequebú vendían empanadas veganas. Sacándole plata al pueblo en plena desgracia. Del lado izquierdo, Camioneros regalaba botellitas de agua para calmar los llantos y enfrentar el calor.
Cada vez más gente. Incluso ya estaba la tele. Se lo ve al pesetero de pato aguilera preguntando forradas. El clima se empieza a enrarecer por los distintos rumores de horarios de finalización. Medios agobiados nos vamos a una pequeña placita donde paran los habitués del microcentro porteño. Nos compramos un agua, además de la otorgada por los compañeros, y unas latas. Seguimos hablando de lo mismo, de qué no es real, de qué es una joda. Salen los recuerdos de sus últimas imágenes dirigiendo al Lobo. De los trapos gigantes en todos los estadios, los homenajes, de el papelón del equipo de la rivera, pero también de que se lo veía mal, del abandono, de la gaza en la cabeza, de que le costaba mucho caminar, de Tinelli….
Unos pibes que laburaban por ahí se suman a la charla. Compartimos unas cervezas y otro les trae porquería (¡del jugador que nos perdimos por esa porquería!) y al rato volvemos para la Plaza. Queríamos estar un rato más pero ya había clima de que iba a haber lio. Una fila de polis iba cortando el acceso a Plaza de Mayo a la altura de la 9 de Julio. Todavía se podía ir por los costados, saliendo del camino principal, pero ya se estaba tensando. Se olía en el ambiente. En la tele decían que en breve se iba a terminar todo, que arrancaba la familia para el cementerio. Que Alberto venía hablando con la Claudia, que tomo la batuta de nuevo, y no sé qué más. Mitad funeral de estado mitad funeral privado, no hubieran alcanzado ni doce horas ni veinticuatro. Iban a venir de todas las provincias a despedirlo y llorar de dolor. No había ninguna posibilidad de que salga bien. Después aparecieron videos del presidente hablando por un megáfono. Papelón.
No queríamos ser parte del quilombo y nos tomamos el palo. Ya sentíamos un vacío terrible como para seguir pasándola mal. Nos vamos por Rivadavia derecho y nos dimos cuenta que no habíamos comido. Ya era tarde y había hambre asique fuimos a una parrillita amiga por Congreso, sobre la calle Moreno. Esa de las buenas y baratas, donde paran los tacheros. Pedimos unos sanguches y unas papas y seguimos hablando de lo único de lo que se podía hablar. Una vez, dos veces y todas las veces necesarias (que llegan hasta hoy) “no lo puedo creer”.
Al terminar dijimos de ir de nuevo para la Plaza. El quilombo ya había pasado y nos mandamos de vuelta. Todavía quedaba gente, pero no tanta como al principio. En el camino me encuentro con Coco y el Gallego, cada uno vestido con sus colores. Hace más de un año que no los veía. Nos abrazamos y les contamos lo vivido. Ellos estaban en auto y decían, con mucho dolor, que se sumaban a la caravana por la autopista. Dudamos de sumarnos, pero les dijimos que no. Que estábamos con la bici, que estábamos de temprano, de que no dábamos más y entonces, muy lentamente, luego de despedirlos, volvemos para el barrio con el corazón destrozado.
Ya te extrañamos
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Edición de imagen: Colaboración para La Cloäca por @xilo.rabia
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