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𝗧𝗿𝘂𝗺𝗽 𝗲𝘀 𝗣𝘂𝗲𝗯𝗹𝗼. 𝗧𝗿𝘂𝗺𝗽 𝗲𝘀 𝘀𝗶𝗻𝘁𝗼𝗺𝗮.

Actualizado: 3 oct


𝘚𝘢𝘣𝘦𝘳 𝘴𝘪 𝘢𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘵𝘢𝘳 𝘛𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳𝘢́𝘴 𝘵𝘢𝘮𝘣𝘪𝘦́𝘯 𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘹𝘱𝘭𝘪𝘤𝘢𝘳 𝘱𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘚𝘪 𝘦𝘭 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘭𝘰 𝘢𝘥𝘷𝘦𝘳𝘵𝘪𝘴𝘵𝘦 𝘖𝘣𝘴𝘦𝘳𝘷𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘳𝘦𝘢𝘭 𝘵𝘢𝘭𝘢𝘥𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘢 𝘓𝘢 𝘧𝘢𝘭𝘴𝘦𝘥𝘢𝘥 𝘷𝘦𝘳𝘣𝘢𝘭 𝘢𝘳𝘳𝘢𝘴𝘵𝘳𝘢𝘥𝘢 𝘱𝘰𝘳 𝘭𝘢 𝘪𝘳𝘢 𝘚𝘪́𝘯𝘵𝘰𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘪𝘯𝘧𝘦𝘤𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘛𝘶 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘷𝘪𝘢𝘫𝘢 𝘴𝘪𝘯 𝘷𝘦𝘳 𝘖 𝘢𝘭 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘳 𝘦𝘴 𝘭𝘰 𝘱𝘦𝘰𝘳*


¡Salve, oh, paradoja!


En un mundo en el cual la disposición de absolutamente todo se plantea de manera irreductiblemente dicotómica, binaria e insultante para con el más mínimo atisbo de pensamiento crítico, irrumpe la paradoja.


Lejos del algoritmo, la bonhomía condescendiente que pregonan Netflix y las comparsas de graduados de Yale, Harvard y afines, irrumpe, decimos, la paradoja de un foco insurreccional popular capitaneado por (¡Horror!) un liderazgo de neto corte conservador (ni remotamente fascista, como simplifican nuestros cráneos) como es el que ha venido a construir Donald Trump a partir del material descompuesto que fue siendo dejado de lado, de manera paulatina pero incesante, por la institucionalidad más paradigmática de lo que en Occidente se santifica como “Democracia”.


Un movimiento de masas de cocción lenta pero constante hace su entrada en la historia. Y no parecen ser muy progresivos que digamos.



Primer cortocircuito en la cabecita de nuestra izquierda realmente existente: insurrectos que no me gustan = golpe de estado = fascismo. Insurrectos que me son afines = revolución inminente de carácter permanente, internacionalista y todo el verso.


Sin ánimos de ahondar, porque el tiempo apremia, diremos sucintamente que las instituciones yanquis son fuertes y estables, además de por estar irremisiblemente blindadas por toneladas de fierros, “intereses superiores” y el habitual dechado de farfulla ideológica, porque anidan, realmente, en el corazón de su pueblo.


Esto tiene que ver con el acumulado de siglos de tradiciones que perduraron en aquella vastísima nación, que prefiguraron el orden actual. Que, valga la redundancia, se afinca en el principio típicamente anglosajón del apego al uso y costumbre, en detrimento de la muy francesa costumbre –forzadamente hereditaria de la Pax Romana- de legislar absolutamente todo e imponer a modo de ortopedia lo que sesudos eruditos debaten en un fastuoso salón.

Quien ose dudar de esto, vaya y revise algún estudio de esos que buscan indagar en cuántos ciudadanos hay dispuestos a hacerse matar por la Primera y Segunda Enmienda, que versan, respectivamente, sobre la libertad de expresión y la libertad –el derecho, hasta el deber, incluso- de portar armas.


Y eso es lo que han venido a poner en duda, a trastocar, lenta pero inexorablemente, las ratas de Wall Street que manejan el Partido Demócrata, por un lado, y las ratas del Partido Republicano, por otro.



La agenda de género, ambiental y de tolerancia racial que impulsan los primeros entronca perfectamente con la continuidad acendrada del triunfo del mercado bursátil por sobre las necesidades inmediatas, constantemente vulneradas, de millones de ciudadanos.


Por el wing republicano, en tanto, encontramos que también se cagan en todo en aras de satisfacer la gula desmedida del aparato militar industrial: en el mejor de los casos, una familia del vetusto Mid West norteamericano puede aspirar a que su hijo vuelva como veterano de algún “oscuro rincón del planeta” vivo; es decir: que se gane una pensión vitalicia por haber honrado a la Patria matando y torturando inocentes de los que nada sabe en lugar de llegar en un cajón con una Star Spangled Banner encima.


La vejación del Sueño Americano comenzó ya iniciados los años ´80, si bien hacia la década anterior se notaban ciertos indicios de ello: sin ir más lejos, la decadencia rampante de Detroit, capital mundial de la industria automotriz, eclosiona allá por 1973. Lo cierto es que nunca se detuvo, por más países tercermundistas que hayan reventado en su constante aventurerismo imperialista. Que, dicho sea de paso, nunca importó el dominio efectivamente territorial: importaron siempre los contratos: de provisión de armamento, de reconstrucción y fomento, de arriendo, de extracción de recursos naturales, etc etc etc.


Sobre ese fermento es que construyó, pivoteando, su liderazgo este multimillonario excéntrico, abiertamente garca, misógino y racista.


Y aquí viene un segundo aspecto: la cuestión especular. La sociedad norteamericana se mira en el espejo y lo que encuentra son dos espectros igualmente espantosos, que decantan en Trump. Por un lado, todo lo que se repudia, todo lo aborrecido; por otro, la cuestión aspiracional, el aspecto esperanzador: “yo quiero ser como este tipo (como Trump, sí) y en EE.UU se puede aspirar y se puede llegar a ser como él. Mi abuelo me contó que se puede. Ese es el sueño americano”.


Para rumiar: 𝘠𝘦𝘴, 𝘞𝘦 𝘊𝘢𝘯 / 𝘔𝘢𝘬𝘦 𝘈𝘮𝘦𝘳𝘪𝘤𝘢 𝘎𝘳𝘦𝘢𝘵 𝘈𝘨𝘢𝘪𝘯… repásense esos eslóganes: el primero, de Obama; el segundo, de Trump. ¿No expresan acaso prácticamente lo mismo? Recuperar el Sueño Americano del óxido de los carromatos pudriéndose al costado de la ruta, de los suburbios-ghettos donde se apilan negros, latinos, gitanos y otras tantas etnias que intentan morder aunque sea un cachito de aquél Sueño que prometen las películas.


Y no jodamos: por más cine iraní que miren Fede y Maca, la pauta cultural de todo Occidente –y más allá también- desde hace poco más de un siglo empieza y termina en EE.UU. Es el Imperio, señores: Alfa y Omega.



Lo cierto es que en sus 4 años de ejercicio presidencial, el payasesco líder logró niveles de empleo sólo comparables con los de las décadas de 1950-60; retiró tropas de Siria, Irak y Afganistán y mantuvo un histeriqueo constante con respecto a América Latina, en el cual ladró mucho más de lo que efectivamente mordió. Sí apretó los bloqueos contra Cuba y Venezuela, pero sospechamos que más por demagogia para con la gusanera de Miami que por íntima convicción.


La cereza del postre es la foto que arañó Kim Jong-Un: si bien el efecto práctico fue de escaso a nulo, el impacto simbólico de las cumbres entre Trump y el líder del Reino Ermitaño que se ufana en autodenominarse comunista es muy difícil de comprender para Maca y Fede, que googlean Corea del Norte cada tanto, dicen “Guau!” y siguen dándole al cheddar (difícil encontrar cosa más yanqui que ese queso de plástico).


En fin, en cuatro años, el tipo afectó intereses de lo más diversos pero, recuperando lo planteado dos párrafos más arriba, lo que domina a su programa es una melancolía que muy probablemente afinque, sólo que en otra forma, en el programa de sus detractores multicolor.

El horizonte de ambas expresiones se recorta sobre la nostalgia de los tiempos del New Deal y sus 20 años subsiguientes. Y ese tiempo histórico no va a volver; el mundo cambió y, como bien señalara el anaranjado, el problema actual para la Pax Americana es China. Tema que queda para otro momento.


Lo cierto es que –conscientemente o no- ambas expresiones se han abocado a la tarea de realizar un trabajo de zapa sobre esas sacras instituciones que, decíamos, tan caras son al pueblo estadounidense.


La adolescente campaña “Not My Presdient” auspiciada por luminarias de Hollywood y la población culta de ambas costas choca de frente con la impugnación contundente del sistema electoral que viene realizando –no sin fundamentos- Trump y su equipo de campaña.

No está de más señalar, tarde pero seguro, que nuestro hombre se llevó puesto, antes de iniciar su mandato y durante el mismo, al mismísimo Partido Republicano, que terminó prestándole el sello casi por resignación. El tipo se cargó al bipartidismo en base a la frustración de un pueblo –y revisen, si quieren, los guarismos del voto latino y el voto afro: se van a caer de culo-, bancando dos campañas electorales prácticamente con su sola billetera.



Es realmente criminal que propios, extraños y, sobre todo, los de más acá, no adviertan el denso carácter popular del fenómeno. En este sentido, proponemos leer a Trump como síntoma; como síntomas son sus múltiples epígonos a nivel mundial, que no tardarán en multiplicarse.


Y todo esto, a raíz de que hoy se hemos sido testigos de una jornada histórica. Es menester hacer a un lado el signo político: una multitudinaria manifestación tomó por asalto nada más y nada menos que el Capitolio de los Estados Unidos de América, la esfinge más rotunda de la democracia representativa liberal-burguesa. Que a Fede y Maca no les guste es cosa de ellos; nadie les preguntó.


Por último, señalar que la agenda de calle fue planteada por sectores de una amalgama de expresiones que insisten en autopercibirse de izquierda cuando no son más que un cocoliche con agenda universitaria ultra refractaria al sentir popular que termina votando por Wall Street cada dos años.


No: no asoma una alternativa obrera y popular, ni independencia de clase ni unicornios de género fluido.


Del otro lado hay - al menos por ahora y hasta que él decida qué hacer con ese enorme caudal político- un liderazgo claro, unívoco y que rebasa los límites de una institucionalidad que dista de contener positivamente y encauzar los sueños y aspiraciones de su propio pueblo. Y que parece que le va tomando el gusto a la agenda de calle que le plantearon los del otro lado.


Casi casi, a la manera latinoamericana. Bienvenidos, hermanos yanquis: los estábamos esperando.


¡Qué kiosquito te compraste, Biden!




* Síntoma de la Infección. Artista: Malón. Álbum: “Espíritu Combativo”;1995.




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