Mosul, junio de 2014. El mal llamado “estado islámico” (así, porque no se merecen la mayúscula) conquista la ciudad. Engordada en los feedlots imperialistas de la OTAN, esta organización terrorista se encuentra en el cénit de su poder expansionista y criminal. Sus garras ya se hundían en las entrañas del territorio sirio y por esto lograron potenciarse en recursos, tanto humanos como bélicos.
Siendo la tercera ciudad más grande de Irak, su caída representó a todas luces un impacto durísimo al gobierno central y al pueblo iraquí el cual daba, desde hace años, una batalla contra dos enemigos que a su vez eran socios: la ocupación de la OTAN (con EEUU y Gran Bretaña al frente) y las fuerzas del estado islámico. Fue así que se produjo una inenarrable cantidad de masacres contra las minorías étnico-religiosas de la ciudad perdida.
Dentro del rosario de atroces sometimientos a la población que no comulgaba con la interpretación errada, rigorista, retrógrada y fundamentalista que este grupo tiene del Islam, se hallaba la expropiación de bienes de los “no-musulmanes” como negocios, casas, iglesias. Dichas propiedades eran marcadas en sus fachadas con la letra árabe ن (nun, letra n del castellano), usada como abreviatura de la palabra “nasara” que significa “nazareno”, apelativo usado para referirse a los cristianos. Así, desde la barbárica irrupción de la piara lúmpen del estado islámico, las campanas de Mosul fueron conminadas al silencio.
Luego de la trágica caída de Mosul y el impacto social que esto generó, una de las figuras más importante del islam chií iraquí, Sayyed Ali Husaini Al Sistani, llamó mediante un fatwa[1] a los chiíes y a todo iraquí a enfrentar a los invasores con los recursos y por las vías que fueran necesarias. En paralelo se produce una unificación de las diversas brigadas que se fueron organizando por fuera del desprestigiado e inoperante ejército iraquí. El resultado de ambos acontecimientos fue la creación de las Fuerzas de Movilización Popular, de preponderancia chií pero de composición diversa (sunníes, kurdos, cristianos y yazidíes). En uno de los tantos videos de difusión de esta fuerza, prometían que “las campanas de las iglesias de Mosul volverán a sonar muy pronto”. Ese era el espíritu invocado: contra la visión occidental de la “lucha sectaria”, esta agrupación de corazón chií prometía reabrir las iglesias cristianas luego de la liberación.
Luego de más de 2 años de encarnizados combates librados en todo el territorio iraquí, llegó el turno de liberar Mosul. Cinismo y caradurez mediante, EEUU y su “Coalición Internacional” aportan algunos hombres y recursos para la operación de reconquista de la ciudad. La fuerza militar amasada para esta campaña estaba compuesta por 100.000 soldados iraquíes entre los que se contabilizan fuerzas regulares, las Fuerzas de Movilización Popular y tropas kurdas (peshmergas). Los brazos aportados por la Coalición Internacional sumaban apenas 1500 (estadounidenses, británicos, franceses, alemanes, italianos y australianos).
Nueve meses duró la batalla para redimir a Mosul. Entre tanta crónica de atroces muertes, refugiados y destrozos cabe destacar una: A medida que las tropas iraquíes se adentraban en la ciudad liberando manzana tras manzana, la promesa hecha por las Fuerzas de Movilización Popular se hacía realidad. Las iglesias eran reabiertas y las campanas volvían a sonar, convocando a rezar a cristianos y musulmanes por igual.
NOTA:
[1] Término árabe que refiere a un pronunciamiento legal en el Islam, emitido por un especialista en ley religiosa sobre una cuestión específica (Wikipedia).
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