Murió de viejo, nomás. No solamente impune sino, sobre todo, invicto. Porque no perdió ni cuando perdió; allá por 2003. Se fue con lauros de Senador, y cotizando alto su voto hasta para declarar el Día del Chipá.
Sin dudas, el último gran cuadro de la burguesía, después de Perón. Ni uno de los jetones que pululan hoy al amparo de ese gran significante vacío que es el peronismo –aparato, herramienta; martillo de clase- puede hacerse el gil: a su amparo fue que crecieron, inmediata o mediatamente, todos y cada uno de ellos. Néstor también.
Habiendo transcurrido una semana de su partida, hemos visto mucho lloriqueo; demasiada crítica moralizante; adjetivación compulsiva. Tal parece ser el horizonte de sentido de nuestra época.
Intentaremos apartarnos del berrinche, tal es nuestra apuesta.
(En casa se cenaba mate con salamín; o fideos con aceite o, si había, leche con cereales. Y esconderse de los acreedores entre cajas en el garaje y papá fundió y la familia estalló; e ir al colegio tilingo ese donde los compañeritos iban a Disney y uno era pobre porque compartía el sanguche con otro morochón de por allá atrás; negro, pobre y con familia destruida. A mí no me la vas a contar, Sudestada).
La tarea histórica de la etapa fue cabalmente desarrollada de manera más que exitosa por el doctor Carlos Saúl Menem; cuadrazo del peronismo. Insistimos en esto último, en la medida en que puso blanco sobre negro el carácter ordenador del autopercibido movimiento nacional: el propio Perón era quien señalaba el vigor instrumental de su exitoso engendro.
Herramienta que sirve para: no importa para qué; después vemos para qué. Total, para la gilada, tenemos la Doctrina, las Tres Banderas, las Veinte Verdades y la liturgia. Siempre liturgia; que es cultura.
Es sobre ese carácter instrumental que pivoteó nuestro pragmático riojano a fin de cumplir con su misión histórica: desde el Peronismo, acoplar a esta chacra eternamente dependiente a su ineludible lugar en la comparsa de Washington. Jugaba a la mancha con los aviones: en el momento en que asumía la presidencia, los estoicos trabajadores soviéticos hacían cinco cuadras de cola para comprar una hamburguesa de plástico en el icónico McDonald´s moscovita.
Menem es Cultura
Y eso, la estética menemista fue, precisamente, un ad-hoc imprescindible cuya reverberancia continúa hasta hoy, por más inclusivo y tolerante que se quiera reclamar el decir de la papeleta burocrática ministerial.
La veta farandulera de los liderazgos políticos va tomando, hoy por hoy, cada vez más relevancia a nivel mundial. Véase, si no, Trump. En ese sentido, el Menemato fue vanguardia; cierto que sus cófrades regionales lo acompañaban: no olvidemos al fastuoso Abdalá Bucaram, califa ecuatoriano de entonces.
Pero Menem brillaba con luz propia. Se movía como pez en el agua entre quienes, en el fondo, lo despreciaban por provinciano, plebeyo, peronista y, para colmo, turco.
Un negrito del interior llevaba adelante el programa de los tilingos que veraneaban en Punta y, más todavía, ensamblaba perfecto; a esas lacras siempre les gustó sentar a su mesa al componente exótico. No pasa un año en que no junten ropa para darle a “la chica que ayuda en casa”.
Hacemos hincapié en el componente cultural-estético por cuanto entendemos que fue un dinamizador ineludible en la construcción de hegemonía hacia abajo. El carácter aspiracional con que el sometido se entrega a estas conducciones está lejos de haberse disuelto tras las nubes culpógenas que el progresismo citadino intenta invocar desde 2003 a la fecha; por Menem se explican tanto Macri como Cristina. El cachivache este de centro cultural que ocupa la Presidencia ahora no merece mayor atención; es hasta más interesante Macri, en tanto celebrity.
Lógicamente, la abrumadora producción de sentido que desplegara el Menemato entre Neustadt, tilinguería y compulsión consumista tuvo su correlato en la cultura que solía producirse en los sótanos.
Si nos tomamos el trabajo de repasar la producción artística de lo que otrora se conocía como “el Under” podremos constatar una radicalización del contenido crítico, corrosivo e impugnador que cargaba el Rock por entonces. El estallido de 2001 ya tenía banda de sonido gestándose desde mucho tiempo antes. Sobreabundar en ejemplos concretos sería fútil a la vez que arbitrario, por cuanto es antipático ponderar unos artistas por sobre otros (1).
También podemos rastrearlo en infinidad de autores de literatura que tuvieron, entonces, mucha menos repercusión que la que cosechan hoy (2).
Cierto es que a esta impugnación venía asociada la pulsión neoliberal, que todo lo permeaba: difícilmente puedan escindirse los crecientes niveles de consciencia que se incubaban en Cemento y cuevas afines del cultivo, en paralelo, del reviente y la autodestrucción.
En ese sentido, el carpe diem disolvente que inundó el orbe encarnaría en cada latitud de acuerdo a su particular idiosincrasia. Era el fin de la historia tanto en Buenos Aires como en Berlín; en Medellín como en Bakú. SIDA, cocaína y música sin alma; ritmo sin melodía; consumirse en un aquelarre patético. No es casualidad que esa usina de contra-cultura urbana haya terminado estrolándose en su propio horror un 30 de diciembre de 2004 (3).
Reafirmar identidades, plantarse ante el vaciamiento y despotricar contra el plato de mierda que nos servían a diario fue, durante prácticamente toda la década del Califato, tarea de expresiones de furia inorgánica de un pueblo desesperado; de artistas cada vez más marginados y de Norma Plá, una verdadera esfinge de dignidad cuya trayectoria de lucha debería enseñarse hoy en los colegios, ya que tanto florecen los feminismos.
Qué embole la política, che
En lo que a expresiones políticas propiamente dichas refiere, ninguno –ninguno- logró articular proyecto, ni discurso ni táctica ni mucho menos estrategia hasta por lo menos las postrimerías de la etapa. El FREPASO y todo ese caldo insípido eran más un berrinche por no poder morder que una impugnación con programa y contenido.
No es casualidad que esas expresiones se encuentren hoy por hoy nucleadas bajo el paraguas del kirchnerismo (todos con carguito, por supuesto), que armó lo que pudo y con lo que pudo; manoteando ágilmente para su legitimación algunas esquirlas de quienes intentaron plantar cara al vendaval caliente que soplaba desde los llanos riojanos.
En cuanto a la izquierda, muy en general, no podemos olvidar que el maoísmo vernáculo acompañó el ascenso inicial del dispositivo de poder menemista, tal y como hacen hoy con un puñado de diputados en el Frente de Todos. El PC y su otrora ineludible referencia se disolvieron entre centros culturales y el banco Credicoop.
El trotskismo, en tanto, experimentaría un crecimiento vertiginoso a partir de la eclosión de marginados que dejó a su paso la tormenta instituyente –desclasante- que comandó el Califa. Por más que suene feo, hay que decir que sin masas de desocupados que organizar -y sin cuestionar esta apuesta al menos en este recorrido- difícilmente hubiera saltado a jugar en Primera B una expresión política que hasta entonces revistaba no mucho más allá de las facultades, la docencia y el siempre informe gremio de trabajadores estatales. Pero eso es harina de otro costal.
Sí cabe, en relación con esto último, una observación: es también legado del Menemato esta izquierda que hemos conocido, habitado y contribuido a desarrollar. En la medida en que triunfó sin atenuantes el discurso anti-estatista en su versión neoliberal, es muy difícil desarticular la noción de sentido común que reza izquierda = más estado. E incluso llama poderosamente la atención el lugar que se otorga al aparato de dominación de una clase sobre otra desde la praxis izquierdista; no sólo en nuestro país, sino a nivel mundial.
La derrota ha sido tan aplastante –su vector local, históricamente situado, fue el Menemismo- que exigirle al Estado –piringundín hediondo de los poderosos- que se haga cargo de tal o cual cosa constituye un pilar de lo que denominamos “sentido común de izquierda” y que nos proponemos contribuir a reventar porque, está visto, no sirve.
No olvidemos que, allá y entonces, el mismísimo Karl Marx bregaba por la destrucción del Estado. Con Bakunin. A las patadas entre ellos, sí. Cierto: pasó mucho tiempo. Pero si revisamos nuestra historia, bien retrotraernos al principio. Sin temor a asumir que hemos sido, algunos más, otros menos, una máquina de hacer cagadas. Y que el enemigo también juega; y que tiene una fábrica de cracks: Carlos Saúl Menem fue uno de ellos. Un prócer del enemigo.
NOTAS:
1 - Al respecto se expresa de manera más que adecuada Fernando Rosso en esta nota, que recomendamos y nos inspiró bastante: https://www.eldiplo.org/notas-web/insoportablemente-vivo/
Otra genial intervención al respecto; en este caso, de Alejandro Horowicz, autor de “Los cuatro peronismos”: https://jacobinlat.com/2021/02/17/menem-ha-muerto-el-menemismo-no/
2- Salvador Benesdrá se suicidó un 2 de enero de 1996; antes de ver publicada su obra. No sólo recomendamos "El Traductor”, de edición póstuma, sino que proponemos considerar su trayectoria como metáfora perfecta de una verdadera ética izquierdista frente al vendaval menemista. Y si les da paja leer, pueden asomarse a este documental: https://www.youtube.com/watch?v=kygsMPrT6zU
3- Ya abordamos esta trágica hora de nuestra juventud en https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=170838071448475&id=101555921710024
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