top of page
lacloacawebzine

El ciruja

Actualizado: 16 feb 2022




“Uno se da cuenta qué es el hambre cuando empieza a comer seguido”

José Larralde


Lejanos recuerdos me llegan de él, como olas de un cascotazo tirado al agua hace mucho.


Yo, sentado en el tapial comiendo semillas de girasol, repetitivamente escupiendo las cáscaras al piso de tierra, miraba el paisaje mugriento y ruidoso. Allá, sobre el margen que en otras regiones se llama vereda, venía este señor arrastrando las patas. El movimiento que hacía para caminar era hipnótico: cuando quería mover la pata izquierda, escoraba su humanidad hacia la derecha, rehaciendo este juego de opuestos cuando se proponía arrastrar la otra pata.


Uno no sabía cuál era su ropa y cuál era su piel. Infinitas tonalidades de marrones grisáceos se entreveraban. El pelo largo y enmarañado, casi como su vida, coronaban un rostro cuyo centro eran unos ojos azules que parecían de otro status social. Una correa hecha de harapos perfectamente anudados e intercalados unían su muñeca izquierda a un perro que caminaba a su lado.


De chico, familia, vecinos y conocidos me decían que era el “viejo de la bolsa” en un vano intento por amedrentar mi inclaudicable voracidad por hacer cagadas. Ya siendo muchacho, para mí pasó a ser “el ciruja del barrio”, un adorno más del lacónico paisaje, casi como un poste, un stencil en la esquina o el árbol de moras de mitad de cuadra. Tan visible como invisible.


De vez en cuando ligaba algo para comer de los negocios del barrio. Restos de fiambre del almacén, alguna factura despreciada por la clientela de la panadería o algún hueso seco que la carnicería le daba para el perro. Vaya uno a saber cómo se las arreglaba para no morirse de frío en invierno. El asunto es que crecí viéndolo, fantasmal, ir y venir por el barrio, como si fuera Don Prudencio Aguilar. Muerto pero presente.


Hace poco, el “ciruja del barrio” volvió desde las neblinas del pasado hacia el presente. No recuerdo bien cómo y por qué, pero fue como encontrar un libro ya leído hace mucho… y cómo uno no puede bañarse dos veces en el mismo río ese recuerdo, torpemente evocado en líneas anteriores, se transmutó, se resignificó.


Cosa rara, che. Lo que en un momento me parecía pintoresco y estético, ahora me estalla como un cuete en la jeta. ¿Qué tenía de pintoresco un pobre tipo que mendigaba comida y vivía en la intemperie?, ¿Qué tipo de simpatía podría despertar en uno aquella persona condenada a vagar por el barrio?. Y de estas ajadas cavilaciones, la brava marea de pensamientos me arrastró sin pedir permiso hacia el presente. Y acá se me puso feo, porque las preguntas sin respuesta se fueron acumulando como en una libreta de fiado.


En algún momento de los últimos 5 años, el hombre-escenario llegó al límite de sus posibilidades biológicas y sin joder a nadie y sin nadie que lo llore se fue, despacito y cabizbajo hacia la patria de la memoria y el olvido.


De vez en cuando se oye a algún cliente en el almacén evocar el recuerdo del ciruja. Alguna anécdota, una breve charla, una donación de algo en desuso. El espectro se hace presente y así como si nada, se evapora y vuelve a formar parte de las indómitas veredas. Casi, casi como cuando las caminaba su silente humanidad.

72 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page