EN PRESENCIA DE LO EXTRAORDINARIO
- lacloacawebzine
- hace 7 horas
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[Cumplí con la consigna casi al pie de la letra: se adjunta el único desliz; el permitido. Esta única foto. No hace falta más]

Mantra que sinteticé hace unos años y ya adelanté aquí: tengo un compromiso con lo extraordinario.
Aún si intento escurrirme, me alcanza. Indefectiblemente. Justo es decir, no obstante, que siempre ando hurgando en los meandros de la sorpresa.
La noche del gélido domingo 29 de junio estuve, nuevamente, ante lo extraordinario. Y me parece propicio reseñarlo; me resulta casi urgente dado que, como pocas veces, siento la necesidad de compartirlo.
Salí mandando mensajes a amigos entrañables. Denominador común: “vos tenés que ver esto; vos y tal y tal. Esto es único; no se sabe si se repite o no. No entendí. No sé nada; estoy estupefacto. Sacudido”.
Una selección de músicos premium abrazan a un veterano renacentista, padrino del post punk, inglés radicado en Argentina que, de yapa, arma un ciclo intitulado Club Malvinas que excede por mucho el plato fuerte de la performance musical: se convoca a artistas plásticos, librepensadores y todos los que andamos, muchas veces dispersos, pateando al costado de la vía de las industrias culturales devenidas fábricas de chicle globo.
Jaz Coleman se llama el maestro de ceremonias. Compositor multiinstrumentista, fundador de Killing Joke y tantísimas cosas más. Un humanista, señores.
Debo acotar que hace muy poco tiempo -cinco años, no más que eso- me puse a bucear en las profundidades del Post Punk. Baste decir que, dentro de los marcos de referencia en que suelo moverme, no encuentro subgéneros, movidas o escenas más ambiciosas y sorprendentes que las de aquél manantial derivan. Ése y el Black Metal -en sus derivaciones y amplitudes.
Engarzado a cierta estructura prexistente, responsabilidad del siempre inquieto Sergio Rotman, es con este último que dan apertura a la tertulia. Que es la segunda de un ciclo que, se sobreentiende, recién comienza a desplegar sus alas.
Jaz nos fundamenta, pacientemente, por qué hemos de abstenernos del uso del celular; nos invita a saludarnos con el de al lado y recorre -proyectando filminas- datos sobre calentamiento global, riesgo nuclear inminente, denuncia a Palantir y nos invita a compartir, acercarnos.
El show vendrá después; ahora paseen, charlen. Sean humanos. Lo de siempre, bah. Lo de siempre que se volatilizó sin que lo advirtamos. Y que urge recuperar.
Quienes me conocen saben que aquí resuena otra de mis consignas favoritas: el futuro es analógico. La cosa pasará por si a tal se llega por el colapso inercial de la marcha de las cosas o si, en su último acto de soberanía, nuestra especie decide desenchufar la reputísima máquina que, by the way, acá me tiene. Me piensa; yo la actúo. De lo extraordinario no puedo escapar; de los binarismos, por ahora y hasta nuevo aviso, sí. Pero queda poco margen. El algoritmo asfixia donde la segmentación educa.
El dream team, entonces; la Orchestra of Death: Nico Sorín en teclados reventando los cambios en un andamiaje industrialoso que imprime vértigo a cada trazo; Franco Fontanarrosa a cargo de un endemoniado bajo y ese tanque de guerra que pone en marcha Gómez cada vez que se monta a un set de batería. Equipo de memoria de una de las más refrescantes reapropiaciones de Piazzolla. Por si algo faltara, a las violas se apuntan Gori (Fantasmagoria, Fun People), leyenda incandescente, y Chowy Fernández, un baluarte de la viola metalera local que ostenta una versatilidad casi inédita. La excelencia en la ejecución de este último ensambla de manera inmejorable con los riffs camorreros que escupe un Gori intratable.
Soliviantaba esta infantería pesada la performance de Jaz que, suelto y sombrío, casi feliz, hipnotizaba a los presentes con su registro vocal barroco, tortuoso, que rimaba impecable con sus desplazamientos corporales.
Un ataque constante de intensidades y capas -y capas y capas- que te caga a palos durante una hora. Un hilvanado constante de ritmos y estructuras a veces desconcertantes: baste decir que los temas habrán sido cinco o seis y el último fue una suerte de funk degenerado que duró alrededor de 12 minutos. Poco menos de una hora el show completo y después DJs, musiquita y sigue la joda.

Quien suscribe, empobrecido y engripado, marcha exultante rumbo a la parada del bondi; amontonando referencias compulsivas a amigos que, pendientes, esperaban comentarios del otro lado.
Eso fui a pescar a Palermo el domingo: lo indeterminado. Sabía que iba a ver algo impactante, probablemente irrepetible. Sólo puedo decir que espero que graben; que se mantenga la formación, etc. Necesito que esto llegue a más gente. Sea esta mi primer contribución. El señor Coleman captó la inquietud de un pendeviejo curioso y ganó un devoto.
Aunque luego me quedo barruntando, al recalentar unos fideos -ya alrededor de la 01:00- sobre esto del poseer, ¿verdad? ¿para qué quiero tener el registro, la reproductibilidad técnicamente facilitada para gozarlo una y otra vez en casa, si lo irrepetible se cifra en su propio fuego, que arde y no se consume, y nos cambia la vida para siempre, aunque apenas horas después sea otro lunes espantoso en el culo sur del mundo?
Lo dicho: el futuro es analógico.
El temita, para no andar pecando de presuntuoso:
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