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Reseña gastronómica: El Molino Dorado

  • lacloacawebzine
  • 13 ago
  • 3 Min. de lectura
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En una esquina poco iluminada del barrio de Almagro, hace ya casi 20 años, un restaurante ruso nos ofrece una pizca de su cultura.


Bajo un cuadro sanmartiniano de Lenin, un televisor de tubo blanco y negro pasa una radio con la música que suena hoy en día en el país más grande del mundo.


Seis mesas distribuidas en el salón dan lugar a los comensales. Seis mesas que funcionan en dos turnos con reserva previa (o quizá no, y hay que echar suerte) de martes a sábado a partir de las 19.30hs.


En la decoración se pueden ver muchas imágenes de Rusia, como en cualquier restaurante de una colectividad. También muchos regalos que dejaron los visitantes y hasta una pelota del Mundial 2018. Los detalles, lo que hace la diferencia, son los de la Unión Soviética.


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De entrada, se pidió Arenque a la “Shuba” para compartir (arenque, cebollita marinada, huevo, zanahoria y remolacha a base de papines y salsa). Plato frio, de sabores intensos y colores fuertes. Después se pidieron los platos principales. Dos eran pastas, con muy rica salsa y relleno. Una era un Varenki de papa con cebollitas tostadas y hierbas. La otra era Pelmeni rellena de mezcla de carnes con salsa “rusa” a base de yougurt natural. Los otros dos platos eran a base de carne de pollo y de cerdo. El primero era una suprema del bosque acompañado con papines y sauercraft, rellena con champiñones y portobellos. El otro plato era una Bullenina, carre de cerdo con tres tiempos de cocción con especias de origen ruso. Antes de llegar a la mesa paso por el vapor, la sarten y siete horas en el horno. ¡Todos estaban muy sabrosos! Los dos últimos eran más abundantes y de las pastas, alguito se puede probar del plato amigo.


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- ¿Cómo un postre ruso se va a llamar Napoleón? ¡Ese sí que conoció el frio!


- Es que lo hicimos torta, dice el dueño en una respuesta que ya tiene ensayada después de tantos años, pero que no por eso pierde su genialidad y verdad histórica.


La cata de vodka merece una mención aparte, ya que acompaño toda la cena. La primera medida, con un floreado aroma, y un suave sabor a anís. El segundo, color rosado, mucho más fuerte e intenso. El tercero no me acuerdo, pero si me traían otro, también lo tomaba.


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Dimitri recorre las mesas, te sirve la comida y la bebida. También responde las consultas sobre su patria y se ríe un poco. Afirma sin dejar dudas que en Argentina fuimos engañados con los ingredientes que lleva una ensalada rusa, pero se nota que no lleva sangre latina en sus venas. No deja lugar a la repregunta. Dan ganas de hablar horas y horas con él. Del restaurante, de cómo llegó al país, de los viejos amigos, de la guerra con la otan, y mucho más. Casi antes de irnos, nos dice que van a comer varios de la Casa de la Cultura Rusa, que queda a unas cuadras, pero que el 80% son clientes argentinos.


Por último, en el detalle de lo consumido, se ve la prolija letra de un estudiante soviético. Nostalgia.


En fin, buen lugar para una comida que no sea ni apostólica, ni católica, ni romana.


PUNTAJE: 4 / 5 GAMARRAS

 

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Más info en: @elmolino.dorado

 



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