Tal vez esta sea una de las notas más duras y difíciles que me toque encarar, no solo por lo complejo del tema, sino también por la enorme dimensión subjetiva que aborda y las aristas que toca.
Esta nota es el resultado de más de un año de investigación, de profundos debates e intercambios vía mail, audios de WhatsApp, Zoom y -sobre todo- largas sobremesas.
A esta altura, hablar de la enorme derrota cultural que ha sufrido la izquierda no es algo nuevo: ríos de tinta se han escrito sobre el tema; sin embargo, podemos afirmar que hay temas que (insistimos) por su complejidad no se han abordado y han pasado desapercibidos por buena parte de la intelectualidad. Por otro lado, no podía ser de otra manera: muchas veces lo obvio, lo evidente, pasa desapercibido. Como bien dice el dicho “Quien más mira…menos ve”. En este sentido esta intelectualidad (tal vez ingenuamente…tal vez respondiendo a intereses espurios, no lo sabemos) ha decidido no ocuparse de este tema que toca la medula de la derrota cultural que atravesamos.
La disputa material va de la mano de la disputa simbólica; y los símbolos construyen una estética que también nos habla y nos comunica algo, de manera definida, clara y tajante.
En el marco de esa disputa simbólica, hay un hecho que marca un antes y un después, que nos señala claramente porque estamos donde estamos, y es el objetivo de análisis de esta nota.
Sin más preámbulos digamos las cosas con todas sus letras: nuestra clase fue derrotada el día que abandonó el bigote y la carterita sobaquera.
Un poco de historia
Antes de llegar a nuestros días, conviene que analicemos un poco la historia de la clase obrera, la de sus líderes revolucionarios y sobre todo la relación entre estos y la pilosidad facial. Imaginar a Marx y Engel sin sus frondosas barbas y bigotes, resulta un ejercicio imposible: podemos decir que los padres del marxismo científico están asociados directamente a sus viriles y por qué no imponentes barbas. Esta característica también fue adquirida por las tendencias anarquistas de la época: Mijail Bakunin y Piotr Kropotkin son una clara muestra de fervor revolucionario, barba y bigote.
En este punto varios analistas coinciden en señalar esta relación, y sin dudas podemos decir que la fortaleza de aquellos primeros movimientos revolucionarios esta ligada a la imponente barba de sus líderes, la clase obrera abraza las ideas revolucionarias, las ideas de transformación social de la mano de quienes muestran un norte claro, firme, y abundante. Subjetivamente, el símbolo que atraviesa a la clase y que encarna esos atributos son las barbas de sus líderes.
Esta relación que puede parecer evidente, es sin embargo uno de los tabú más grandes que atraviesa a la izquierda actual.
Veamos cómo se sigue desarrollando esta relación, este vínculo sagrado a lo largo de la historia. El gran líder Bolchevique Vladimir Ilich Uliánov. Lenin, como gran revolucionario que fue, no solo llevo un paso más adelante al Marxismo: también llevo un paso adelante la estética revolucionaria e introdujo al ya clásico bello facial un aporongonado y reluciente cráneo como imagen posible dentro del campo del comunismo y los revolucionarios.
En este proceso tan rico y lleno de complejidades, podemos ver cómo Trotsky asume el bello facial pero, a diferencia de Lenin, no muestra un aporongonado cráneo, característica que lo ubica tempranamente en un lugar incomodo de la historia: no representó un avance y adopto rápidamente un NI (reformista y pecho frio), que se tradujo muchos años después en las corrientes que reivindican a esta singular figura de la revolución Rusa.
Nobleza obliga, son muchos los intelectuales que señalan al Trotsky líder del Ejército Rojo y el paso adelante que significo en términos visuales su uniforme de cuero, muy osado para la época. Este uniforme le marcaba las curvas corporales impúdicamente; y todo esto en plena estepa siberiana y al frente de rudos cosacos: este hecho habla de una valentía singular que corresponde señalar. León Trotsky marco a su manera cierta línea estética confusa y rozando un homoerotismo que fue vanguardia en su época, y que muchos años después sería reivindicada por algunas organizaciones morenistas de nuestro país.
En este punto y para no abundar en detalles escabrosos, solamente señalaremos el hito que marco la asunción al poder Iósif Stalin. Consolidar a la joven Unión Soviética no era una tarea fácil: sin embargo, este desafío fue asumido por la firme figura de Koba (Que en Giorgiano significa “El de los testículos grandes”).Stalin mostró al mundo la inseparable relación entre socialismo real y bigote, la ya icónica foto de la Conferencia de Yalta con los líderes del occidente capitalista nos exime de mayores comentarios, el socialismo va indisolublemente asociado a un tegobi vital, firme y desafiante y una tosca e irreverente joggineta.
Los años fueron pasando y los aires revolucionarios se trasladaron de las frías estepas soviéticas al cálido clima tropical del Caribe. La Revolución Cubana fue un nuevo paso adelante: lógicamente se redefinieron estrategias y claro, estéticas.
“La revolución de los barbudos” nos dice claramente, sin ningún lugar a dudas el vínculo entre revolución y barba; el pueblo identifica a ambos y los asocia, construye una subjetividad. El símbolo aparece una y otra vez, grabándose a fuego en una nueva generación de revolucionarios. Las irreverentes barbas de Fidel, El Che y Camilo señalaban un nuevo camino, firme y heroico.
Antes de retomar el hilo histórico de esta investigación, señalaremos al pasar que Vietnam mostró una creatividad inigualable, y eso se expresa en la cachufletera y juguetona barba del gran revolucionario Ho Chi Minh. Otra vez ¿casualidad Histórica? No jodamos, hechos.
Sabemos que a esta altura, más de algún lecheseca estará mirando con cierto recelo esta nota, y preguntándose porque obviamos a Mao y la Revolución China. Simplemente diremos: los chinos son la excepción que confirma la regla, y como son precisamente chinos, hacen las cosas a su manera escapando a cualquier lógica posible.
Los 60 ‘y 70’
Nuestro país y Latinoamérica vivía un alza de masas, los pueblos inspirados por la revolución Cubana construían organizaciones fuertes, asumían la lucha revolucionaria y la clase obrera abrazaba una estética fuerte, desafiante y pilosa.
Y este es el punto que queremos empezar a desarrollar, la clase obrera tenia organizaciones fuertes, tenía un proyecto revolucionario y tenía una identidad, una estética y una forma de mostrarse. Era una clase obrera que pensaba su estrategia de manera creativa y fue construyendo sus propias herramientas, que como venimos demostrando van indisolublemente ligadas a una estética fuerte, viril y sobre todo definida.
En nuestro país, podemos señalar que de la mano del ascenso de masas, fue adquiriendo fuerza al interior de la clase obrera un mostacho en forma de herradura que marco a toda una generación de trabajadores, marco una identidad que fácilmente podemos rastrear en cualquier foto familiar de aquellos años, era una identidad firme, clara y sobre todo nos permitía entrever un trasfondo jodón: todos tuvimos un tío fiestero con esos tegobis enjutos. Era una clase obrera orgullosa de sí, años de procesos revolucionarios se plasmaban y sintetizaban en los rostros del proletariado. La clase obrera no se movía en ambigüedades cómodas, tenía un proyecto revolucionario y tenía un bigote revolucionario acorde al momento histórico. Podemos ver direcciones de organizaciones, Referentes y miles de militantes que nos sirven de ejemplo y muestran el estrecho vínculo que se generó entre tegobi , proletariado, programa y revolución.
Hay punto más que es pertinente abordar y que hoy (no podía ser de otra manera) está prácticamente olvidado. Estamos hablando de un entrañable accesorio que las modas y la derrota cultural ha dejado en el más profundo de los olvidos y que sin embargo acompaño a miles de trabajadores de aquellos años: La carterita sobaquera. Este accesorio era la combinación ideal del bigote proletario, realzaba como ningún otro la claridad ideológica y masculinidad de su portador. En su interior todo era posible y todo podía convivir. Agendas, encendedores, puchos, documentos, boletos, boletas del PRODE y fotos de la patrona y la familia encontraban su lugar obligado. Fuera de toda duda: mostacho y carterita sobaquera eran una combinación ganadora, implacable y definitoria.
Si bien la carterita sobaquera sobrevivió a la turbulenta década del 80, podemos afirmar que tras la caída del muro de Berlín solo algunos testarudos la siguieron utilizando. Ya en los primeros años de la década del 90’, con el ultimo Renault 12 taxi, se fue también el ultimo valiente, el ultimo Quijote que contra viento y marea sostuvo en alto la utilización de la carterita sobaquera. Sabemos que en algún recóndito lugar guardaba algún fierro lleno de historia.
Y ya nada fue igual
Retomando, podemos decir que hoy tenemos una clase obrera huérfana de una dirección revolucionaria, sin un norte estratégico, que a los ponchazos se mueve entre el desempleo y la precarización laboral ¿Sus rostros? Ausentes de cualquier definición pilosa. Convive un lánguido presente individualista, absolutamente desalentador… tanto estético como ideológico. Ni hablar si avanzamos en la cuestión generacional.
Por un lado tenemos una juventud apática, que mira de lejos las ideas revolucionarias, se distancia y detesta cualquier acercamiento a la pilosidad, si hay una relación entre mostacho y organización, también su ausencia nos habla de “otra ausencia”: el símbolo no aparece. Difícilmente tengamos nuevas fuerzas, si tenemos una generación de barbas cuidadas producto de tónicos y barberías; por otro lado (no es un detalle menor) ese rechazo que muestran las nuevas generaciones a los pelos encuentra su máxima cristalización en el significativo número de hombres que se depilan y llegan incluso a ver con naturalidad hacerse tira de cola. La negación de lo simbólico, se traslada a lo material e ideológico. Así de hechos mierda estamos.
Como vemos las burguesías no se han detenido un minuto y avanzaron decididamente en la batalla ideológica, logrando por otra lado una izquierda anticapitalista en las formas y profundamente pacifista en el contenido ¿Sus bigotes? ¿Sus barbas?, decididamente decadentes, poco pobladas, amigables…tan amigables como sus programas políticos. En ese microcosmos aparecen nuevas formas de organización que se traducen en barbas desbordantes de olor a porro, inciertas, fofas, deconstruidas y antipatriarcales. Barbas que piden permiso por existir. Allá lejos quedaron los orgullosos tegobis setentistas, allá lejos quedaron las viriles carteritas sobaqueras que nutrieron a desafiantes organizaciones y programas revolucionarios que buscaron tomar nuevamente el cielo por asalto.
De la mano de una nueva generación de revolucionarios, quedará también la tarea de retomar y reflexionar sobre sobre que queremos decir y como lo queremos decir, si aceptando tanta cosa fofa o retomamos las mejores tradiciones de nuestra clase y de nuestra historia, de la mano de un bigote fuerte, definido y viril…obviamente, acompañado por una brillante carterita sobaquera.
Y Gramsci? Tenía menos vello facial que Kicillof. El gringo Tosco tampoco!