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La decisión

Actualizado: 2 mar 2022


Era de noche, tarde. Más de lo normal. En la oficina, en ese alto edificio cerca del río, estaban las personas que tenían que estar.


Salón iluminado, parecía de día. Mesa amplia, de una noble madera con un vidrio en la parte superior. Algunos estantes llenos de postales, fotos y adornos de distintos lugares del mundo. En el rincón, botellas, vasos y copas de cristal. En el fondo, un ventanal amplio, con una envidiable vista de la ciudad.


La tensión se sentía en el aire. Flotaba entre los integrantes de la reunión. Había varios cortocircuitos. Se evitaba la explosión.


Eran las cinco personas que tenían que juntarse. No era sencillo. No solo por su importancia, sus cargadas agendas y constantes viajes. Había rencores, viejos rencores, que incluso trascendían a su generación. Incluso algunos eran de la época de la Gran Guerra, en monedas que habían dejado de existir. No eran cuestiones personales, solo números. Millones de números. Conquista de mercados, favores de varios gobiernos, inversiones y negocios.


No era para menos. Eran los cinco burgueses más importantes de los últimos 75 años:


Yu Tsun: el más importante empresario de la industria automotriz. Sus autos recorrían las rutas del mundo.


Erik Lonnrot: controla los pozos petroleros de Medio Oriente. Tenía excelente relación con los jeques y monarcas árabes. Obviamente, no era casual: él les había otorgado el trono a varios de ellos.


María Clementina Funes: controlaba los principales medios de comunicación de Europa, de las Américas y del norte africano. Su importancia en Oceanía era elevada pero no tanto como en los otros continentes.


Johannes Dahlmann: vestía a la mitad del mundo. Con talleres en todo Asia y en el sur del Ecuador. Ejércitos enteros llevaban su indumentaria.


Nils Runeberg: tenía edificios, represas, monumentos y puentes en las ciudades dónde las bolsas más influyentes cotizan. Incluso le pertenecía no solo la oficina dónde estaban reunidos, sino todo el edificio.


Que estuvieran reunidos no era cuestión del azar. Mucho menos, religiosa. Había posibilidad de un negocio; de un negocio grande. Las reuniones entre los respectivos subalternos de confianza habían comenzado hace unos cinco años atrás. Había mucho trabajo por hacer. Muchos conflictos a superar.


Yu Tsun acusaba a Nils Runeberg de hacerle perder mercados en Europa occidental, pero en la Patagonia tenían un gran negocio.


Erik Lonnrot y Johannes Dahlmann se venían beneficiados por la inestabilidad en Oriente y María Clementina Funes quería su parte.


Erik Lonnrot y Nils Runeberg habían tenido distintos títeres en varios gobiernos durante la Gran Guerra; por lo demás, uno ganó mucho más que el otro durante el Plan Marshall.


Johannes Dahlmann cerró un contrato millonario en Japón con un viejo enemigo de Yu Tsun en el 1977.


María Clementina Funes los elogió a todos en sus medios. También criticó e ignoró.


Todos competían por quién controlaba más reyes y presidentes, parlamentarios, jueces y fiscales. Y así podríamos estar 75 años más. Negocios acá y allá. En blanco y en negro; en distintas monedas e idiomas, pero siempre con los mismos bolsillos. En todas las geografías y con todos los gobiernos, de todos los colores (salvo los rojos).


La reunión fue tensa pero breve. No duro más de veinte minutos (incluido el café y el brindis final). El negocio era grande y había que tomar la decisión. Había mucho para todos y con porcentajes claros. No había posibilidad de una bifurcación en sus caminos. Lo habían decidido: iban a fundar un banco.

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