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Memoria, moral y lucha de clases. A 10 años del asesinato de Mariano Ferreyra




Como dijimos hace unos días, nos interesa intentar un aporte distinto en lo que hace a la lectura del crimen de Mariano Ferreyera, a 10 años de haberse producido.


Sin soslayar ni por un segundo la importancia del homenaje a un mártir de nuestra clase, cabe acercar a la consideración algunas cuestiones que –reiteramos- a una década de producido el fatídico hecho, no solamente guardan vigencia sino, por el contrario, se han afianzado en aquello que elegimos denominar “sentido común de izquierda”.


No deja de ser sintomático que cualquier atisbo de cuestionamiento a las circunstancias en que Mariano cae a manos de una patota para-estatal sea rechazado de manera refleja.

Lejos de pretender cargar tintas contra el accionar de una organización en particular en un determinado momento histórico, entendemos que la sucesión de hechos que desencadenan en el asesinato de un militante popular debieran haber podido precipitar en un determinado acerbo; extraer lecciones, realizar un balance. No para tal o cual partido, sino para la totalidad de expresiones políticas que, a grandes rasgos y con sus matices, se proponen nada menos que la construcción de un orden social superador de la dictadura del Capital.


Lo cierto es que, al menos en lo evidente, no parece haber contribuido a sistematizar conclusiones que permitan recolocar sobre el tapete temas tan básicos como seguridad, autodefensa y, en general, la cuestión de la violencia en la militancia revolucionaria.

El entramado entre sicariato, patotas, las diversas variantes del lumpen y las burocracias tanto sindicales como partidarias no comienza, ni mucho menos, en octubre de 2010. El asesinato de Mariano fue, en todo caso, un aflorar a la superficie de una realidad de la que prácticamente cualquier hijo de vecino tiene, al menos, una remota noción. Lógicamente, el principal beneficiario de toda esa maquinaria suele ser algún sector específico del capital.[1]

Ni qué decir que la cosa se vuelve más espesa en la medida en que uno de los actores, el célebre Pedraza, atiende los tres mostradores a la vez: dueño de la Unión Ferroviaria, mandarín de la patota y beneficiario de la tercerización de diferentes servicios en diferentes ramales ferroviarios mediante la creación de cooperativas-pyme.


Dese esa tercerización de la represión del conflicto social, el kirchnerismo hizo un modus operandi. La cana libera la zona, la patota hace el trabajo sucio. A resultas de lo cual, represión estatal no hubo, por supuesto. Contra esa batería de basura tan cara al paladar de nuestra progresía urbana se destaca la investigación “La Triple K” de Fabián Harari; de reciente edición por RyR.[2]


La pregunta sigue siendo, a esta altura, si no se caracterizó como plausible, en aquél momento, una reyerta de aquellas dimensiones. De nuevo: la oración anterior debe ser extensible a cualquier otro episodio de lucha en las calles. El de Mariano es un caso testigo. Parece ser una suerte de horizonte generacional más allá – o más acá- del cual, en general, no podemos avanzar en forma no solo reflexiva sino también afectiva-emocional.

Al respecto, basta pasar revista de hechos recientes como “la batalla contra la reforma jubilatoria” en diciembre de 2017: derrota digna, victoria moral por mor de la lluvia de piedras contra las fuerzas represivas. Todo muy lindo, pero perdimos.


Al día siguiente, se criminaliza con todo el arsenal mediático y judicial a un militante que tiró un cohete en la movilización. Se le da caza, se fuga…y de este lado, lo transformamos en héroe.


Es un compañero que tiró un cohete en una marcha y estamos sin dudarlo por su definitiva absolución y libertad. Si el enemigo lo denomina criminal, nosotros no tenemos por qué transformarlo en héroe. Sí cabe defender sus derechos y garantías constitucionales y tal, pero sospechamos que nuestra izquierda no puede trascender, precisamente, esa esfera; no podemos saltar el corral de la democracia burguesa y sus promesas pétreas en papel mojado.


Por eso mismo, no podemos formular una crítica de la violencia que no sea sino demandante de reparación, “justicia” y castigo proporcional.


"Nadie en el mundo, nadie en la historia ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores" Assata Shakur, líder del Partido Panteras Negras


Pedraza murió preso; el pedracismo sigue más vivo que nunca y en el mundo ferroviario no hacen sino proliferar las cooperativas fantasma, que hacen de la precariedad laboral la regla.

Pedraza murió preso, pero el hermano de Mariano se bañó en las mieles de la dieta de diputado a partir de una boleta electoral que auspiciaba a los responsables políticos del asesinato de su hermano. Lo único que se recuerda de su labor legislativa fue empujar cierto debate en torno a la legalización de la prostitución. Sobran las palabras.


Resurge en este punto el cuestionamiento sobre qué carajo podemos esperar del poder judicial –cualquiera sea, el de Argentina, Irlanda o Marruecos- en tanto se trata de un alfil que resguarda, en última instancia, una moralidad que debiera sernos completamente ajena.

En ese sentido, las sucesivas campañas por el “juicio y castigo”, si bien fueron notable y debidamente acompañadas por todas las militancias, se acogieron a los estrechos límites de las tablas de verdad que administran esos crápulas que visten toga.


Entendemos que de poco sirve, en definitiva, discutir un punto o una coma de un determinado fallo judicial. Su moral no es la nuestra y, en todo caso, lo único que puede ofrecer el entramado jurídico que de esa moral resulta es una reparación.


Por ende, cuantifica; al cuantificar, diluye lo cualitativo: lo cualitativo es que como Mariano había –y hay- miles de militantes que toman su destino entre sus manos y optan por jugarse por algo que trascienda aquello sobre lo cual legisla el aparato judicial burgués. Terminar ceñidos al poroteo de si 13, 25, 60 años o perpetua es ceñirse a ese molde. Tiene que haber algo más.


Y en este punto, una reflexión: si no podemos pronunciar, interiorizando, la palabra derrota, que es el lodazal común en el que se forjan nuestras militancias desde hace por lo menos 40 años, lejos podremos establecer una crítica de lo actuado que nos permita avanzar.


Creemos que poner sobre el tapete estas cuestiones, aunque mas no sea a modo indicativo, constituye un gesto que busca trascender el homenaje de efemérides, el saludo a la bandera.

Por Mariano, por Maxi y Darío, por Teresa Rodríguez y por todos los que puedan venir a futuro. Porque la lucha de clases no se suspende con ningún fallo judicial.


Porque hay responsables penales directos y también hay responsables políticos. Pero su castigo, proporcional, merecido y tal, administrado por los guardianes de la moral enemiga, no nos llena ni nos sacia. Ningún administrador de esa moral descompuesta se ganó el derecho de impartir justicia sobre nuestros muertos.


La memoria de las víctimas cobra vigor en la medida en que la tomamos como memoria del vencido: el rostro del vencido se aparece al vencedor como espectro y le recuerda cada noche que, alguna vez, el vencido puede ser el vencedor. Y ahí ¿Qué pasa?

NOTAS:

[1] Al respecto hay filmografía tanto mainstream como under, yanqui como argentina, mexicana, británica o lo que quieran buscar. En el caso de Colombia podemos decir que constituye un género en sí mismo; por razones obvias. Libros como “¿Quién mató a Rosendo?” (R. Walsh; 1969) ponen sobre el tapete la imbricación íntima que existe, en toda la deriva histórica de la Argentina moderna, entre estos componentes. [2] https://razonyrevolucion.org/la-triple-k-fabian-harari/

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