Un permitido quemadísimo: el 2001 en primera persona.
Uno de esos momentos en los que uno se intuye que está siendo testigo de algo que en poco tiempo pasará al inventario de asuntos acreedores del típico “¿dónde estabas cuando…?”
Entonces, quien suscribe lo ha contado mil veces; siempre en registro oral. Sucede que van cayendo algunas fichas, ahora, que antes no. Por suerte todavía el marulo funciona. Y lo emotivo se entrelaza con lo racional. Y etcétera.
El análisis y balance netamente político, global y con pretensiones de totalidad lukacsiana conurba ya lo hicimos acá:
Catorce añitos contaba en Diciembre de 2001. Según reconstruyo ahora, me había ido de viaje de egresados un tiempito antes; a Carlos Paz. Sí: cobayo del Polimodal. La primaria terminaba en noveno y el secundario eran tres años. Hay quienes aducen que este engendro retrasaba la maduración del piberío. Desconozco. La pedagogía se me hace un tanto prima de la homeopatía y para madurar están las frutas.
Podría referir que en aquél viaje de egresados ya atravesaba el pasaje de pibito rompebolas a todo un adolescente problemático. Me colgaba del cuello una púa de aleación con el logo de Visceral, banda sobre la que volveremos en un ratito; en la fiesta de disfraces me enchastré la cara emulando a los muchachones del Black Metal, a los que conocía, por entonces, más por fotos que por oírlos. Algo de Cradle of Filth o Dimmu Borgir puede que ya hubiera catado, pero hasta ahí. Me di unos besitos con a una coordinadora, vomité media habitación, me peleé con alguno y todo lo que correspondía. Cosas de chicos.
En el primario nos hacían dibujar cómo nos imaginábamos el año 2000: recuerdo autos voladores como los de los Supersónicos, rocketmanes, robots y un sinfín de artefactos metalizados que mamaba de la ciencia ficción que nos parió. Claro, allá por el ´94 tenía siete años estaba loco con Terminator, Robocop, Stargate y, va de suyo, Mortal Kombat, Street Fighter y los Caballeros del Zodíaco. En 1994, también, se separaban mis viejos y veía que la enfermera rechoncha se llevaba de la mano al Diego. No sé qué fue primero, si la separación o lo del Mundial, pero entre junio y agosto de ese año metí un curso acelerado de desazón.
La cosa es que el 2000 había llegado con mishiadura, de autos voladores ni hablar y en la tele de tubo se agitaba constantemente un temor latente, peregrino y supersticioso de que no sé qué carajo iba a pasar con las computadoras y el mundo se iría a paralizar: el Y2K.
Previsiblemente, un fiasco.
Nunca pasó nada y me acuerdo de andar hurgando durante días a ver si en algún canal medio raro del cable, de los que pululaban por entonces, enganchaba el recital de Kiss en andásaberdónde. También, sin éxito. Arrancaron el siglo tocando, naturalmente, “2000 Man”, de los Stones. De modo que aflora mi adorada y eterna paradoja: entré al nuevo siglo escuchando música “de viejos”. Agradecido.
Volviendo a 2001: antes del viaje de egresados y del estallido popular, tuvimos el atentado a las Torres Gemelas. Era feriado: día del maestro. Me despertó una tía que estaba medio de paso ahí en casa, por temas de salud: “¿A ver hijo vos que entendés, me decís qué está pasando?”
Me siento en el sillón del living, medio a las puteadas –a los 14, en septiembre y con feriado por delante, se callejeaba hasta tarde en el interior bonaerense- y al toque veo el impacto del segundo avión. En vivo. Lo próximo que recuerdo es ir a comer a lo de mis abuelos, como cada mediodía, que abra la puerta mi abuelo y me abrace en gloria, regocijo, resentimiento y genuino sentir antiimperialista. Peronista y sin el primario terminado, amasó una pequeña fortuna como comerciante. Y demás cosas que ahora no vienen al caso.
Again, please: ciudad mediana del interior bonaerense; criado en sectores medios pero al borde de la zanja; familia rota desde los siete años. Metalero precoz, intrépido y callejero; peleador y curioso; con influencias peronistas pero víctima del menemato: la pasta base del zurdo escéptico, ya casi agrio, que conocen quienes me tratan hoy.
Del 19 de diciembre recuerdo a mi vieja llorando frente a la tele “van a volver los milicos, ustedes no saben lo que es esto…”; de mi hermana tengo alguna imagen más bien difusa: la recuerdo consternada pero con algún guiño algo curioso para con el fervor maníaco con que yo había recibido el despelote.
Hacia el ´98 recuerdo haber estado en ollas populares: las hacían, recuerdo palpable, ATE y Camioneros. En la plaza central de mi ciudad. De modo que uno ya tenía más o menos claro que el guiso estaba por hervir pero ver el momento de la ebullición, a los 14 años y en aquél contexto, era algo muy parecido a la epifanía. O al sexo.
[Antes o después del 19 y 20, no recuerdo bien, casi prenden fuego la casa de nuestro intendente; ahí conocí los gases lacrimógenos. El bardo por el bardo mismo nos interesaba, amén de que putear a los políticos en general era el Padrenuestro, el pan de cada día. El pelado, que vivía cerca, fue auxiliado por dos chicas en esa ocasión, y mal que mal, terminamos en mi casa –que tenía bastante de aguantadero. También pasó, antes o después, que efectivamente le prendieron fuego la casa a una diputada cuyo hijo, desde adentro, arrancó a los cuetazos y mató a un pibe].
Retomando, el “vos no vas a ningún lado” de mi vieja fue delarruizado por mi indolencia teenager: “voy a estar en lo del pelado, tranqui, no hacemos nada…” Lo del pelado quedaba cerca de lo del narigón y también cerca de mi casa. Había un supermercado en las inmediaciones de ese triángulo; supermercado al que bajarle los vidrios era, por lo demás, tradición entre nosotros. No llego a recordar si había alguno más que los mencionados, puede que sí; aunque si éramos más de tres hubiéramos llamado la atención y la cana nos tenía alquilados. De modo que acudimos a nuestra esquina, rigurosamente acompañados por cerveza Palermo ($ 0,90) y dispuestos a todo: queríamos participar de los saqueos. Nunca llegaron. No pasó nada. Nos despedimos a eso de las 02:00 y chau. Al otro día, a la pileta del club.
Ahí sí: estábamos ida y vuelta de la cantina a la pileta y la cancha y, entre la tormenta que se venía y lo que se veía en la tele, decidimos encarar caminando, de nuevo, hasta mi casa, que pasaba mucho tiempo sin autoridad porque mi vieja y su pareja laburaban demasiado para cobrar más de la mitad de su sueldo en Ticket Canasta o papeluchos afines. El que amasó un montonazo gracias a venderles alcohol a menores entre los que nos contábamos fue Luisito, el kioskero de la esquina.
Cuestión que llegamos a casa y al toque se da lo del helicóptero: caía el gobierno más pusilánime, patético y cínicamente brutal que nos había tocado ver en nuestra breve existencia.
En la calle, nada. Vida normal. El súper de enfrente de mi casa funcionaba tranquilamente. Puede que con algún patrullero en la esquina pero nada más. A este no le rompíamos los vidrios, por razones obvias.
De Visceral hablábamos más arriba. Bien: recuerdo patente, también, echar mano de este disco que nos partía la cabeza como para celebrar en casa con los pibes: “Arrancado del Sistema”, había salido ese mismo año. Atenti al arranque, el resto te lleva solo: https://www.youtube.com/watch?v=346fb36FswA
Como hemos dicho en infinidad de ocasiones, en aquél entonces la música prefiguraba y definía identidades, elecciones, alimentaba nuestra curiosidad voraz y, en mi caso, moldeó gran parte de mis primeras intuiciones políticas. Es redundante a esta altura mencionar a Hermética, Malón, Almafuerte, V8, La Renga y demás…que se mezclaban en orgía constante con asuntos más refinados como King Crimson, Jethro Tull, Maiden mismo, algunas cosillas de Stoner Rock con Los Natas a la cabeza…en fin: mirando en retrospectiva, creo que mis amigos y yo, y supongo que es generacional la cosa, vivimos como muchísimos años en 4 o 5. De los 13 a los 18, por así decir, comenzamos a elegir. Muchas veces, a tientas. Cada quien sabrá si bien o mal. Nos fue llevando el torrente.
[También elegíamos, y esto es materia de otra intervención, el combo loco de los lunes de Canal 7: Todo x $2,00 seguido de Okupas. En mi curso no éramos más de tres los que curtíamos esa. El resto, Tinelli. Que también producía los mencionados programas. Guiño, guiño].
Entonces, elecciones: el Metal y el pueblo en la calle. Nada especial, sin dudas. Pero no ha sido pavada, no: a 20 años de aquello es que noto que jugué fuerte.
Visceral era la banda del Tano Romano y Karlos Cuadrado, ex violero y bajista de Malón, respectivamente. Cuando yo me asomo al asunto, Malón ya había eclosionado; Hermética era ya un mito apenas por debajo de V8. Sacando que tuvimos la suerte de verlos tocar en nuestro pueblo, que volví a verlos en Cemento en Noviembre de ese mismo 2001 –me acompañó mi viejo, pobre hombre- hay una ficha que me cayó hace unos días que acude en ayuda de un intento de cierre para esto que elijo compartir.
Se trataba en realidad de una banda viejísima recauchutada: al Tano y a Cuadrado se les sumaba Willy Caballero, que tocaba la bata y cantaba con un estilo particularísimo, estruendoso, desgarrador y con un extraño acento. La banda de marras había circulado en los ´80, se llamaba Cerbero y había sido vanguardia absoluta en lo que a Black Metal refiere en nuestro continente. De todo esto me enteraría años después.
Y es aquí que cae la ficha: la imagen siguiente la ubico en la zona sur del Gran Buenos Aires. Mi viejo, a los tumbos como más de la mitad de la población, había recalado en la casa de mis abuelos, sus padres, en Lanús. Changueaba de tanto en tanto; nada fijo. Triste, realmente. Hoy triste; en ese entonces no lo advertía del todo. Por este motivo, mi hermana y yo viajábamos muy seguido a la urbe. El paseo de siempre era Uggi´s, Lavalle, Florida, algún fichín y volver a Lanús.
Pero esa vez - hoy me doy cuenta de que fue exactamente el 2 de enero de 2002- fuimos a la peatonal de Lomas; a media mañana. Capaz que a ver si rascábamos algún regalito. Difuso el motivo, fuimos a pasear y mi viejo refunfuñaba: estaba todo arrasado, fundido, persianas bajas; señales de fuego de dos tipos: simbólico y real.
En ese paseo me compré el “Demanufacture” de Fear Factory en cassette: sinceramente no conocía muy bien la banda; sólo de mentas, por las revistas[1].
Metal industrial: maquinitas, sintetizadores, algún blast beat, estribillos bailables y riffs irresistibles. Ni un puto solo de guitarra. Virtuosismo ensamblado colectivo ensamblado robóticamente.
Letras distópicas, discos conceptuales, ciencia ficción al palo: el ser humano contra la máquina, ya estamos ahí pero no nos damos cuenta o no queremos ni pensarlo. Pero eso es harina de otro costal.[2]
Acá, el “Demanufacture”, editado en 1995: https://www.youtube.com/watch?v=HfZOegSAsWk
Cuestión que todavía conservo ese cassette; también conservo el disco de Visceral, por el cual en MercadoLibre piden como 7 lucas.
El cassette lo pagué $12,00. Cuando volvimos a lo de mis abuelos, el presidente era Duhalde. El quinto en 10 días, algo así. De modo que pasé, en cuestión de meses, de una banda de rústico y atávico Black Metal argentinizado[3] a una cosa completamente futurista, más emparentada con “mis tiempos”.
También, repasando el precio, repasando Duhalde, me doy cuenta de que en ese inocente y expectante acto de comprar un cassette de una banda que no conocía estaba, precisamente, ganándole a la inflación por primera vez en mi vida. El elemento disciplinador cambiaba: antes no tenías un mango y ahora podés sumar ceros y ceros y ceros que la guita sigue sin rendir.
“Todo cambia para que nada cambie”, decía Neustadt en la tele.
Ahora voy a escuchar estos dos discos seguidos, qué joder.
[1] Claro: internet por entonces era parte de algún paseíto, escapada al cyber, sentarnos entre 3 o 4 hasta que el loco que atendía nos tiraba el dato de la página porno; que alrededor de esos cuatro se asomen un par más…y reírnos estúpidamente mientras la imagen iba bajando. Tardaba muchísimo. En mi entorno, al menos, nunca nadie peló ni amagó con iniciar la faena.
[2] Para más placer, la formación la integraban dos chicanos de California: Dino Cazares en viola, Raymond Herrera en batería (sobre quien se discutía por entonces si efectivamente grababa él los discos o era, redundantemente, una máquina); un noruego de nombre forrísimo en el bajo y Burton Bell en las voces, que alternaba gutural con limpio. Vanguardia, sin dudas.
[3] En rigor, Visceral era más Thrash bien argento. Sucede que Cerbero sí había incorporado toda la impronta de ese género que apenas despuntaba en el mundo con Bathory, Venom y Celtic Frost como principales y novelísimos exponentes. En cuanto a sonido y composición, no difería esencialmente del thrash pero ostentaba mayor desprolijidad, sonaba bastante como el orto y muy crudamente; amén del merengue y la cereza del postre: estéticas inspiradas tanto en sadomasoquismo como en guerreros antiguos (druidas, vikingos) y, obviamente, referencias paganas y satánicas entre pavotas e inquietantes colmando todo. Bueno, Cerbero era eso, pero argentinizado. Si nos ponemos finos, para la época en que Cerbero reencarna en Visceral (1998), el Black Metal como subgénero específico ya había ramificado y crecido profusamente como para insistir en etiquetar a Visceral como parte de ese palo. Sí viene al caso poner a consideración la versión de Visceral de “Misa Negra”, clásico de Cerbero netamente Black Sudaca y, de yapa, una grabación original de Cerbero, del año ´86:
Visceral - Misa Negra, 1998: https://www.youtube.com/watch?v=R9aPwvOZsRw
Cerbero – Demo y En Vivo, 1986: https://www.youtube.com/watch?v=3JegCpsY3Og
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