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Palestina: Nakba, Colonización y Memoria


“En 1948, el 85% de los palestinos que vivían en las áreas que se convirtieron en el Estado de Israel pasaron a ser refugiados. Se calcula que a comienzos del 2003, hay más de siete millones de refugiados palestinos y personas desplazadas”.


Centro de recursos BADIL: Hechos y cifras.



Nakba es una palabra que significa “catástrofe” en árabe. La población nativa de la región de Palestina, hoy mayoritariamente Israel, llama así a una serie de matanzas y expulsiones que provocó el Movimiento Sionista en aras de fundar un Estado exclusivo y excluyente para el pueblo judío. Para ser honestos, sería necesario una tesis entera para explicar esta cuestión, pero se hará el esfuerzo de sintetizar los factores principales que describen dicha catástrofe.

La determinación de fundar un estado judío en la región de Palestina se dio mucho antes del 14 de mayo de 1948, fecha en que Israel declaró su independencia. El Movimiento Sionista, actor fundamental y determinante para el nacimiento del nuevo Estado, había establecido tan tempranamente como en 1897 la voluntad de ubicar ese Estado en la región ya mencionada.


De la mano de Theodor Herzl, un periodista austríaco, el Movimiento Sionista se organizó buscando apoyo y financiamiento para lograr su empresa.


En el contexto europeo de principios de siglo XX, la creciente hostilidad hacia los ciudadanos judíos sentó el eje de debate que circuló sobre la idea de cómo resolver lo que se llamó “la cuestión judía”. El Caso Dreyfus fue un claro ejemplo del contexto de violencia que los judíos sufrían en ese período. Se acusó al capitán francés de religión judía Alfred Dreyfus de espiar para Alemania y en 1894 se lo enjuició y condenó a prisión perpetua a cumplirse en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa. La prensa francesa se hizo eco del antisemitismo reinante en la sociedad y lo fogoneó apoyando la injusta condena, amparada, además, en el hondo resentimiento que ocasionó la derrota en 1870 de la guerra Franco-Prusiana.


La familia del acusado, insistió en que se revise el caso. En 1898, el escritor Émile Zola publica J´Accuse, en donde defendía al capitán Dreyfus. Finalmente, en 1906 se lo declara inocente, se anula la sentencia y se lo rehabilita en la función militar pero con rango de comandante. La conclusión a la que arribó un periodista austríaco llamado Theodor Herzl, quien para esa fecha era corresponsal de un diario austríaco en París, es que la posibilidad de que los judíos se incorporen a las sociedades de los distintos países donde residían no garantizaba que dejen de sufrir acciones violentas. La consecuencia: Herzl abandonó su carrera de periodista para dedicarse de lleno a la causa sionista.


Relacionado con la violencia antisemita en Europa, a finales del siglo XIX ocurre un brote de movimientos nacionalistas. De la mano del proceso de maduración política de la clase burguesa, ese nacionalismo era de carácter territorial y tomaba como ejemplo a la Revolución Francesa. Dentro de este universo, el sionismo “constituye el ejemplo extremo, porque era un proyecto que no tenía precedente en —ni conexión orgánica con— la tradición que había dado al pueblo judío su permanencia, cohesión e indestructible identidad durante varios milenios. El sionismo exigía la adquisición de un territorio (habitado por otro pueblo) —para Herzl ni siquiera era necesario que ese territorio tuviera conexión histórica alguna con los judíos (…)” (Hobsbawm, 2009, p.157).


Estos párrafos un tanto extensos sirven para contextualizar nacimiento del Movimiento Sionista y explicar lo que luego se llevó a cabo. Alentados por esta agrupación y por medio de una férrea voluntad colonizadora, importantes porciones de judíos de Europa, principalmente del este, fueron paulatinamente “mudándose” a Palestina o, como la historiografía oficial israelí relata este proceso: “el regreso del pueblo judío a su tierra ancestral, la cual era una tierra sin pueblo”.


Lo concreto es que cuando el Imperio Británico derrota al Otomano en la Primera Guerra Mundial, se hace con el control de la región de Palestina; estableciendo un régimen de Mandato. Durante las décadas del ´20 y del ´30, la directiva sionista fue madurando la idea de no compartir el territorio con los nativos, surgiendo en los documentos de la época el concepto de “transferencia”. De 1936 a 1939 ocurre un sangriento levantamiento de los nativos frente al gobierno del Mandato, provocado por el conocimiento de los planes sionistas y la connivencia de las autoridades británicas para con ese proyecto. Como represalia, los británicos disuelven todas las organizaciones políticas palestinas y establecen tribunales militares para intentar controlar la rebelión. Ya con la revuelta aplastada y la resistencia palestina descabezada, el líder sionista Zeev Jabotinsky expresa: “(…) los árabes deben dejar espacio a los judíos en Eretz Israel. Si fue posible trasladar a los pueblos bálticos, también es posible trasladar a los árabes palestinos” (Pappe, 2011, p. 374).


Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Británico quedó sumamente debilitado y a duras penas podía mantener su otrora omnímodo poder sobre sus territorios de ultramar, por lo tanto decide achicarse y retirarse de algunas regiones como India y Palestina. En 1947, Palestina era una brasa caliente e indómita: los británicos no podían manejar más la situación; eran atacados por la desorganizada dirigencia palestina y por la ultra pragmática y racional conducción sionista. De esta manera, opta por la opción fácil y le cede el problema a la neonata ONU. La comisión creada para analizar el conflicto, la UNSCOP recomienda la partición del territorio en dos estados: uno para los palestinos y otro para los judíos.


David Ben Gurión, cabeza política del movimiento sionista, tuvo que trabajar mucho para convencer a sus cuadros más duros que la opción de partición era temporalmente la solución más conveniente. Por el lado de la dirigencia palestina, el plan de partición fue rechazado de plano, ya que expresaban que no iban a fraccionar la tierra en la que nacieron, postura que habían expresado por primera vez en el temprano año de 1918.


El 29 de noviembre de 1947 se vota y aprueba la Resolución 181, conocido como el “plan de partición”. Para ese entonces, Palestina tenía una población mixta: “(…) los palestinos nativos conformaban dos tercios del total, después de haber sido el 90% de la población al comienzo del Mandato Británico. El otro tercio eran inmigrantes judíos, esto es, colonos sionistas y refugiados de guerra procedentes de Europa (…)” (Pappe, 2011, p. 55).


Los judíos representaban un tercio de la población y el plan de partición estipulaba un territorio que abarcaba el 56% del país. Esta cuestión se fundaba en la presión ejercida por el Movimiento Sionista y por la abominable tragedia sufrida por el pueblo judío europeo en manos de la máquina de muerte nazi.


La partición del país tuvo desastrosas consecuencias. Ningún organismo escuchó la voz de los nativos, los cuales optaron por la resistencia armada. A través del análisis de uno de los líderes de la resistencia, documentos inéditos revelan que la resistencia apoyada por otras milicias de la región estaba mal equipada, con armas anticuadas, mal organizada y con una precaria línea de abastecimiento. Por el lado sionista, habían desarrollado una competitiva industria nacional de armamentos, tenían una dirección centralizada, la población estaba altamente militarizada y recibían armamento y pertrechos de otros países, como Checoslovaquia y la Unión Soviética.


La aplicación empírica de un plan sistemático para vaciar de población la mayor cantidad de territorio posible se conoce como Plan Dalet y los jefes militares sionistas comenzaron a aplicarla en el terreno en abril de 1948, aunque las expulsiones de nativos comenzaron en diciembre de 1947.


Cuando las expulsiones cesaron en febrero del 1949, más de 700.000 palestinos fueron desterrados de sus aldeas, cuantificadas en unas 500, las cuales a su vez fueron borradas del mapa y 350 asesinados. El estado de Israel se alzó con un 24% más del territorio que le otorgaba la resolución 181.


Hoy, 7 millones de palestinos viven en campos de refugiados del Líbano, Siria y Jordania sin poder regresar a su tierra, a pesar de las repetidas resoluciones de la ONU.


Toda implantación de un Estado-Nación moderno supone cierto grado de violencia en su fundación, tanto para quienes deseen vivir dentro de esta forma de organización como para quienes no lo acepten ya que en definitiva, es la cristalización de una relación de dominación de un determinado grupo social sobre otro. Este factor se agrava cuando esa construcción de un Estado-Nación se realiza a través de la implantación de población en un territorio, dentro de un marco general de colonización.


Entre los factores de legitimación y de reproducción de condiciones de existencia de los estados capitalistas modernos y del grupo social que los controla, puede citarse la clasificación que realizó el filósofo francés Luis Althusser quién dio cuenta de los “aparatos represivos de Estado” (el monopolio estatal legítimo de la fuerza: policía y fuerzas armadas) y los “aparatos ideológicos de Estado” (escuela, iglesia, prensa, etc). Estos aparatos ideológicos de Estado son los encargados de justificar el statu quo y de educar a la población en el respeto al orden establecido.


Una de las herramientas que se utiliza para tal fin, tal vez la más poderosa, es el relato histórico. A través de la redacción de una historia oficial, las personas y los intereses que guían los estados modernos buscan justificar su existencia y dominio. De esta manera, conseguirán legitimarse frente a otros estados y frente a sus potenciales ciudadanos, convenciéndolos de que su particular interés de clase es en realidad el “bien común”. Así, la coyuntura histórica en la cual ese estado nació, quedará “eternizada” en un pétreo relato que el tiempo y la repetición sin cuestionamientos por medio de la educación (y por otros medios) se encargarán de solidificar. Esa misma solidificación de determinados hechos y procesos, útiles para la justificación de un presente y un futuro, opera como un factor que esconde, a su vez, otros hechos y procesos.


Malas noticias: la memoria no es ingenua. Quien tiene el poder escribe la historia, o la hace callar. De esta manera, quienes no sean objeto de la memoria colectiva serán olvidados o se les negará su identidad.

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