Resulta fascinante que una disputa geopolítica a escala mundial por un recurso mineral clave en la transición energética, se lleva a cabo en un pueblo de casi 1000 personas pero que figuran casi 2000 en el padrón electoral porque los mineros, para poder vender su fuerza de trabajo, tienen que hacer el cambio de domicilio para poder votar al intendente radical – que vive en la capital- que se lleva perfecto con el gobernador peronista, pero que perdió contra un candidato oficialista que no le dieron un mango en las recientes elecciones.
Es por eso que parte del Comité Editorial salió a recorrer la Patria y a buscar testimonios sin ningún tipo de filtro. Tratando de salir del lobby empresarial y el del estado, como así también del relato progresista y su “salven a las ballenas”. Se caminó por todo el pueblo y se habló con sus habitantes a pie. Il Popolo y sus hermosas contradicciones y una provincia que nunca vio un mango de la renta agraria.
Arrancamos
Antofagasta de la Sierra queda en la provincia de Catamarca, a unas 9hs en camioneta desde San Fernando y hasta el día de hoy, en pleno SXXI, no posee una ruta para poder llegar. Incluso se pueden ver las rocas marcando el viejo camino de tierra a la par que las mineras van poniendo el asfalto en las nuevas rutas por donde pasan sus camiones.
Ubicado muy cerca de la Cordillera, a unas 4hs pasando Belén – clave en su ubicación en el mapa de la provincia- este pequeño y antiguo pueblo rural aislado, a más de 3300 metros sobre el nivel del mar, casi condenado a su desaparición, tiene la fortuna de tener 5 empresas chinas sacando litio en el salar del Hombre Muerto.
Atrás va quedando el pueblo rural y sus valores. "Quedarnos en el pueblo es hacer patria", me dice un viejo sobre cómo es vivir en Antofagasta mientras atiende un cliente en la despensa que tiene en la parte de delante de su casa. Le suma la importancia de los valores católicos y de honrar a la tierra; “todo sale de ella” y también “le pedimos que llueva en verano, que nos bendiga con la lluvia para los animales”.
Antaño se vivía de la crianza y del tejido. "Antes no entraba ningún vehículo, era todo en burro. Vendíamos carne y sal. Ahora se vive de la municipalidad o de la mina. Antes vendíamos a lomo de burro, la gente no sabe lo que es cargar un burro. Es sacrificado” me cuenta Roberto sobre cómo era todo 50 años atrás. Luego me agrega que “ahora se está abandonando el campo. Antes era trabajo del animal, del campo y los sembrados. La llama, la oveja, la cabra. Los seguimos teniendo, pero es muy poca la gente que está en eso. Es muy sacrificado. No hay feriado, no hay viento, no hay calor. Todos los días. Si tenes empleo, tenes un horario. En el campo es distinto”. Se lo nota enojado, casi relinchando, mientras una señora le consulta el precio de las papas andinas que cosechó y en seguida me explica que la papa andina es más resistente al clima, por eso es lo que más se siembra.
Don Luis me dice con una sonrisa en su rostro que “la tierra es importante, es la que nos da de comer. La madre tierra nos da el fruto para comer, para vivir y después nos come, en nuestra partida, a nosotros”. Dice su verdad absoluta, mientras asiente el mismo con su cabeza y sigue arreglando su pantalón con la aguja. Doña María, su esposa también octogenaria afirma que “hay que arreglar los caminos a la montaña, ahi se siembra y hay otros pueblos”. Inmediatamente agrega “cuidamos a la Pacha. Le cantamos unas coplas. Colpachamos el primero de agosto” y con la voz media quebrada, con el rostro triste y cansado, agrega “Los jóvenes no le dan importancia”.
¿Crecer?
Lejos de lo que nos podríamos imaginar, la industria minera no es el caso de una industria que prospera y hace crecer al pueblo que le da cobijo. No hay un efecto derrame o algo parecido. La principal relación entre las trasnacionales y el pueblo es el de darle trabajo a los jóvenes, cuestión que evita el tener que irse del pueblo para construir su futuro pero que se sabe que no durará por siempre. Sandra, con el corazón en la garganta dice que “mis hijos lamentablemente se tendrán que ir a la ciudad”. No se puede estudiar a distancia y “ni te imaginas lo difícil de pagarle un lugar para que vayan a estudiar”. Sabe que sus hijos son la excepción, que la regla es otra. Lo tiene claro y es le duele más aún: “Solo el pueblo puede cambiar esta situación. Hoy en día, el pueblo solo mira el bolsillo. Hoy los chicos no terminan el estudio y se van a la mina. De 20 que ingresan a la escuela, terminan 10 o 12. Se meten en que van a trabajar”. Mariano, que tiene 17, dice muy claro “no hay nada para hacer acá. O sos minero o te vas”. Después me cuenta que sus primos “están en la ciudad y su hermano en Córdoba”.
A diferencia de otros casos, las minas quedan lejos del pueblo. A varios kilómetros. El contacto con los mineros es importante pero los efectos de la explotación no son tan directos e inmediatos. En este sentido, el hecho que a diferencia de Fiambala, donde se observa a los gerentes y administrativos chinos e incluso ya se encuentra en camino el primer “argenchino” de la provincia, no hay contacto con los asiáticos y sus costumbres.
No hay una mejora de la infraestructura: hay problemas con los cortes de agua y de luz. Recién están poniendo unos adoquines, onda los del microcentro porteño, en la calle principal pero no soportan el peso de los camiones. “Ya hay muchos quebrados o hundidos” dice una chica que vive sobre esa cuadra. La iluminaria del mismo estilo, solo funcionó el día en que el gobernador fue a inaugurarlas. Desde ese día, en las noches, están los mismos faroles de siempre, cada unos 15 metros, alumbrando lo más que pueden únicamente sobre la principal. “Hay barrios muy oscuros. Solo hay luces en la avenida, no para adentro. Nunca se mejora el pueblo” se queja una madre mientras le hace upa a su nena. La poderosa y moderna internet, no puede combatir de igual a igual contra el antiguo y fuerte viento de las alturas. El servicio, al igual que la telefonía móvil, es pésimo. Se corta constantemente. “imposible que vengas los turistas si esto funciona así”, comenta Carolina en su pequeño hospedaje, el cual no diferencia si el que paga es un minero o una pareja de holandeses. Las cloacas, una eterna promesa electoral inconclusa. Una de las “tantas obras sin terminar, paradas por el intendente o el gobernador”.
La vivienda es un tema complicadísimo. “Construir con materiales de la zona es más barato; arcilla, greda y cosas para hacer adobe. Pero no se quiere usar más, se quiere modernizar. El ladrillo dura más y no hay que mantener” afirma el señor de la despensa. No solo por el mantenimiento que implican, sobre todo después de lluvia, sino por el status que otorga el cemento. Además, con los barrios nuevos y el crecimiento del pueblo en los últimos años, todo aquel que tenía un manguito, lo gasto en armar una pieza o en una vivienda para cuando llegara los mineros. Estos, que tienen una jornada de 14x14, llegan de todos lados de la provincia, de San Antonio de los Cobres, de Tucumán, Córdoba, Santa Fe y alguno que otro lugar más.
A todo aquel que quiera alquilar, que no sea por día, se le complica. Los precios se fueron más arriba aún que las montañas. Lo que hay es para los mineros. Incluso en la hostería municipal. Cuando los mineros no están, es para los turistas que llegan a conocer este hermoso paisaje. Recién después, están los lugareños. Es decir que los precios para alquilar y el resto de las cosas son = inflación + lejanía y costo de traslado + precio minero + precio turista. Carísimo.
Este tema tiene repercusión en el hospital y en la escuela del pueblo. Los trabajadores de la salud y de la educación, no son del pueblo. No hay ninguna institución que los forme en tal sentido. Es por eso que la mayoría son de San Fernando. Entonces, a la difícil decisión personal de ser un migrante dentro de tu provincia, ya que las distancias y el camino no ayudan al ir y al venir en los fines de semanas ni feriados etc., se suma el de no poder tener una vivienda. Hay historias de laburantes que no aguantaron más de 15 días en el pueblo solos como también las hay de la predisposición de dormir en la misma cama con un colega. El director del hospital tiene muy claro cuál es el problema: “No hay lugar para vivir, no hay viviendas y el profesional se va. A unos colegas les conseguimos lugares y después se tuvieron que ir porque llegaban los mineros. Ellos no tienen problema de precio”. Agrega que “es difícil convencer a los médicos, al estar lejos no podes trabajar en otro lado. A veces se puede combinar con la minera. Además, la distancia es difícil, por la familia. Lo ideal sería que sean del pueblo. Hay muchos que se fueron a estudiar medicina y no volvieron al pueblo. Sería importante que vuelvan. Además, se nos están jubilando mucho personal y la idea es poner gente joven y en planta”. Sin embargo, a pesar de estar dispuesto a formar gente del pueblo o de los pueblitos que hay alrededor, sobre todos los de cerros, sabe que hay un problema imposible de solucionar: “Nunca se puede equiparar el sueldo con la empresa minera. Todos se van para allá y acá queda vacío. Tampoco van al campo, que es donde están los abuelitos. No van los jóvenes, no les interesa ir a ver a un abuelito que se cayó o se dio un golpe con un animal. Hay que sumar que en los pueblitos es difícil remplazar a quienes se jubilen”.
El director del hospital, que tiene unos cuarenta y pico de años, es de Entre Ríos y estudió en la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay, de Cuba. Te das cuenta sin que te lo diga. La capacidad de proyectar un sistema de sanitario y de entender la salud del pueblo analizando sus formas de vivir. El entender que las patologías abdominales, y todos sus derivados, viene de una dieta basada en carne duras, de cordero. Como así también “los infartos en gente muy joven. Como el clima es muy árido, es difícil comer verduras y frutas. La comida es muy cara”. Todo esto acompañado de una vieja costumbre local: el beber. Eso sí, destaca que les gusta hacer deporte. El futbol y el vóley, tanto chicas como chicos, se practican luego que pasa el invierno. También son importantes las carreras en bicicleta y destaca que participan personas de todas las edades.
Los mineros, que muchos gastan sus sueldos en sus pueblos de origen, ganan casi el doble que el resto, pero no son sueldos extravagantes. Es un poco más de lo que es un sueldo bajo en el todopoderoso AMBA. A lo mencionado más arriba, hay que sumarle la escases de mercancías y que no existen lugres para ir a socializar. No hay bares, no hay clubes, ni espacios culturales. No hay espacios de encuentro. Ni siquiera plazas con juegos para que vayan los nenes y sus padres. Es cuestión de tiempo, si no se modifica alguna cuestión, para que los vicios típicos de los mineros y petroleros lleguen al pueblo.
El vil metal y el medio ambiente
En el pueblo hay mucho olor a guita. Se siente en el aire, pero no se sabe dónde está. Se sabe que las empresas dejan un 3% de regalías. Si, un 3%. Lo saben todos. Lo que no saben es donde va a parar esas migajas en dólares. Tienen acuerdo con el gobernador, pero también está el intendente y el resto de la provincia. “Es secreto de estado”, “no es información púbica” se escucha por todos lados. Una señorita me comenta que “la información sobre las mineras y su aporte a la provincia no se conocen. No es claro. Hay mucha plata dando vueltas, pero no llega a todos”. Hay olor, si cerras los ojos y el viento no sopla fuerte, quizá los escuchas pasar… toda la obra pública se hace por fidecomisos de las empresas con la gobernación. Los carteles en la calle así te lo muestran: el hospital nuevo, el adoquinado, el parque de energía solar que no funciona por problemas con las baterías y muchas cosas más son hechas con esa guita. Con esos billetes del 3% de regalías mineras que el estado, casualmente, no controla ya que son declaraciones juradas. Ni hablar de que solo informan del litio que se llevan y no de los otros minerales…
Es difícil encontrar a alguien esté en contra abiertamente de las minas, no es casualidad. Desde el estado vienen trabajando eso. Son muchos los que no están del todo de acuerdo, pero saben que sin ese trabajo para los changos el pueblo desaparece. El paisaje del pueblo es hermoso. La tranquilidad del pueblo también. Son sus dos principales virtudes y la mina apunta contra esa tranquilidad y con la convivencia con la naturaleza. Se siente esa tensión cuando no estás solo de paso, si paras la oreja. Un pibito me dice: “Podríamos ser una hermosa provincia. El dinero va para otro lado, no para la provincia. No deja plata acá. El 3% de la regalía es poca. Se benefician otros países, de donde son las mineras”. Y cierra con un contundente "Catamarca es rica y pobre a la vez. Rica en recursos, pero pobre su población”.
Además de esto, el cuidado del medio ambiente es un tema importante. El mismo pibito dice que “hubo cortes de ruta por el agua. Contaminaban el agua o no venía más agua. Hubo piquetes para que no se use el agua del rio en la minera. De un momento a otro dejaron de estar. El municipio mandaba a la policía, no le conviene que haya cortes porque "la minera se va a enojar”. Se levantaron totalmente los piquetes y no se volvió a hablar más. Alguna moneda debe haber”.
Un poco de azar y otro poco de saber buscar, me permitió hablar con un integrante de una comunidad indígena. Su lento, pausado y bajo tono al hablar hacen difícil escucharlo con un viento que no para de golpear. Sin embargo, sus palabras son contundentes: “Estamos viendo mucha contaminación, se volcó un camión de ácido de la minera Livent y el gobierno tapa todo. Te persiguen, te acusan de anti mina” si difundís esta información. Sobre las consecuencias de la minería en su vida diaria, me dice lo siguiente: “No es porque somos malos que estamos diciendo esto, se ve en lo que pasó. Yo vivo en el Salar del Hombre Muerto, nacido y criado, antes podías criar ganado tranquilo, libertad total. Podían pastar por todos lados, las vegas, la casa. También se afectó el sistema de riego. Ahora no se puede, te están controlando, se secan los ríos y las vegas. No hay una ley que sancione a alguien que seca un rio". Al no tener idea de que son las vegas, me aclara con mucha amabilidad que es el lugar donde los animales van a beber agua en el salar. De que se están secando, de que se les dificulta algo tan importante como donde ir a hidratarse. Continúa diciendo con su baja voz “el gobierno y la minera aprueban cosas sin el consentimiento de la comunidad. Los informes dan todos mal. No sabemos cuánta agua usan. Nosotros reclamamos que se sepa. No tenemos funcionarios que nos representen. No es parte de nuestra naturaleza ser pro mineros. Nosotros protegemos nuestra naturaleza, nuestro patrimonio. No apoyamos a los saqueadores. Respetamos a la Pacha. El gobierno no respeta” y termina con algo tan claro como todo el salar “Ninguno de los trabajadores mineros es de la comunidad indígena. Las mineras nos van echando del territorio, del campo”.
La antigua canción de Don Atahualpa viene a mi cabeza. Su hermosa y estruendosa letra ya quedo desactualizada. Hace varios años que en la Argentina ya no solo son ajenas las vaquitas. También lo es el lito y los otros materiales de la Cordillera de los Andes. La comida del campo como el gas y el petróleo de la Patagonia. Lo mismo con los frutos de los mares. Eso sí, las penas continúan siendo nuestras.
¿Buenos Aires? Lejos. Muy lejos. Algo que solo se ve por la tele, al igual que los porteños hacen con Berlín, Gaza o Beijing. Lugares a donde nunca vas a ir, que en el fondo dudas si existen de verdad o si son parte de una película o una serie. Lugares fantasmas, que poseen luces, delincuencia o bombardeos. Lugares a los que no se quiere ir y mucho menos conocer. Todos son muy lejos del pueblo. Todos son lejos del pago.
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