Es raro este hiato de dos días sin fulbo. Pero viene bien. Hay que oxigenarse, hidratarse, visitar algún afecto; constatar que queda medio sueldo y que el aguinaldo, si todavía llega, es para comprar alitas de pollo o pagar una parte de alguna moratoria.
También nos dimos el lujo de relajarnos un poco y colgar con el resumen. Pero acá estamos. Ya queda poco; muy poco. Apenas ocho partidos. Pero qué cuesta hemos de subir, carajo…
Nervios de acero para el combinado scalonético. Temple de candidato que ratifica su condición de tal apretando los dientes en momentos sorpresivamente álgidos: tras un trámite general que preanunciaba paseo, con autoridad y chapa lustrosa, sobrevino un gol de ojete en la primera que pateaban al arco los canguros. Y ahí hubo que apelar a la épica argenta. Se vieron, entonces, las dos facetas de “la nuestra”: se toca y se juega pero también se corre y se pone.
Y se agigantó el Dibu y los centrales se volvieron espartanos y el mediocampo, vietnamita y…Lionel Andrés Messi, señoras y señores. Su mejor entrega en lo que va de la competencia. Esos setenta metros con cinco enganches y caño en el área nos retrotrajeron a 2014; fue como ir a ver a Kiss o los Stones: la magia intacta y en reposo; no me jodan que desenvaino. Como en el primer golazo. Julián ratifica, Enzo se pone el overol, De Paul conquista el desierto australiano y Macallister es un avestruz pero de los jodidos, de los que corrían al cazador de cocodrilos en la tele. Si no se sufre no vale, dijimos.
En el que acaso sea el primer rival con pergaminos y peso propio en lo que refiere a trayectoria y tradición que le toque enfrentar a la Selección, en cuartos de final nos espera Países Bajos. Un cruce con mucha historia. Todavía tiembla el palo del zapatazo tremendo del Bati, el cabezazo fatal del enorme Ariel Arnaldo y un golazo antológico de Bergkamp, en el 98; los penales fatídicos en 2014; la final del 78, nada menos, y una humillación estrepitosa en el 74 contra la archifamosa Naranja Mecánica.
Un equipo joven y, como dijimos, más parco que sus deslumbrantes ancestros. Destaca el morochito Cody Gakpo, que le pega hasta desde la casa y es escurridizo; muy difícil de tomar. Se augura mucho laburo para nuestros stoppers espartanos. Se añade a un ya muy afianzado Frenkie De Jong, conductor natural. Y el resto, se sabe: disciplina, orden táctico y sistema. Siempre sistema, lo que pregona su innombrable conductor técnico. Acaso el más antiargentino después de la Tatcher. En octavos resolvieron con solvencia y sencillez el desafío del pujante combinado yanqui, que se marchó a casa más que conforme diciendo: “los esperamos allá en cuatro años”. Se sabe que los yanquis pueden hacer milagros en cuatro años; en la materia que sea.
La sabia e implacable Croacia metió en su bolsa sin tiempo al atrevido Japón: le freezaron el partido, lo pasearon por el alargue y, sin su dueño Modric en cancha, incluso sin Perisic, se sacaron de encima el paquete en los penales: brilló su arquerito porque el Niupi no entrena penales. Brilla también el jovencito y gigantesco Gvardiol: tiene 20 años y parece un Thanos que combatió la guerra de los Balcanes. Un caudillo de otro tiempo. Va a ser durísimo Croacia; eso se sabía. Ratifican con holgura lo hecho en años recientes y proyectan un recambio prometedor en un futuro que ya llegó hace rato.
A propósito, la gente de Lástima a nadie, maestro se despachó con un análisis brillante sobre la tónica implacable de los muchachones a cuadritos. Recomendamos y agradecemos.
Brasil fue, de nuevo, Brasil: aplastó a Corea por 4-1, bailó hasta el pericón y puso al tercer arquero. No pueden evitar ser ellos y quienes amamos el fútbol tenemos que agradecérselos: acuérdense de lo que pasó cuando se salieron de su guión, entre 2010 y 2014. Tiñeron de negro un corto capítulo de su magnífica historia. Reconciliados consigo mismos, están de regreso con sus mejores armas pero deberían ser más cautelosos con la caipirinha porque, como dijimos, los espera el equipo más pillo, aplomado y casi cínico del certamen. De la probable semifinal ni vamos a esbozar palabra. Cállese la boca. Chito.
Francia, temible, se comió en dos pancitos a los tibios polacos con –di lo tuyo, Bart- un Mbappé deslumbrante. Dos golazos, una asistencia y 9658 kilómetros recorridos. Veintitrés años y nueve goles en dos mundiales. Quedan todavía gigantes que aparecen acá mencionados pero, como quien dice, ya empezamos a vivir la era Mbappé. A no dudarlo. Realmente, el campeón mundial vigente aparece como el único Gran Cuco Gran, y reiteramos: le faltan muchachones de gran presente, como hemos reseñado en nuestra primera entrega. Lewandowski se fue contento por meter un gol de penal en tiempo añadido y, si bien su escuadra tuvo la dignidad y los reflejos agresivos que guardó en la primera ronda, fue justo e incontestable el triunfo francés.
Esperan a sus primos continentales los bretones que se fueron para la isla allá en los tiempos de María Castaña. Con solvencia, verticalidad e idea de juego, se sacaron de encima a los inquietantes leones senegaleses superando algún sobresalto inicial. Inglaterra va, va y va. Se descuida atrás y todo, pero tiene un afán futbolero que cualquiera puede reconocer. Un equipo para sentarse a mirar con atención. Ratifica el ciudadano Kane, goleador y conductor natural, mediapunta de los de antes. Y se trae consigo a dos pibitos que son un primor: Belingham que empuja desde atrás –nos recuerda por momentos al mejor Paul Ince- y adelante otro flaquito deslumbrante de ascendencia afro: Bukayo Saka. Veintiun añitos, jugador del Arsenal; lleva tres goles en lo que va del certamen.
El cruce entre Inglaterra y Francia es de esos que uno se sienta a ver como Hegel mirando por la ventana cuando llegaba Napoleón. Ahí viene la Historia, qué loca que está…con todo, puede fallar. Porque así es el fútbol. Ilógico, injusto, maravilloso. No vamos a dejar de repetirlo.
Y hablando de historia: la soberbia moral y estéticamente superior del tiki-tiki español cayó por penales ante los muros de los moros marroquíes que fueron once fieras juramentadas con la daga del Profeta. Los excelsos players de la segunda mejor liga del mundo, bajo el comando del DT streamer que la va de disruptivo, no pudieron penetrar la férrea determinación del más local de los seleccionados que continúan en la cita. Es realmente estremecedor el apoyo y el aliento que concita el equipo norafricano que, con un arquerito argentinizado –habla como si fuera bonaerense y es fanático de River- que ya se anotó una página en la historia de los mundiales deteniendo dos de cuatro penales ejecutados y habiendo recibido, tras cuatro partidos, un solo gol, humillaron a la siempre ostentosa Madre Patria. A seguir basculando y circulando el balón en Barajas. Coño, joder.
De Portugal habíamos dicho que distaba mucho de ser Cristiano y diez más. Bueno, ahí tienen: CR7 come banco y su reemplazante, un chiquito de apellido Ramos, 21 años, se despacha con tres golazos y una asistencia. Se suma a Bruno Fernandes y el mariscal Pepe que, por si fuera poco su laburo, tienen que contener a la estrellita con el ego herido que hace su propio show aun cuando sus compañeros hacen historia aplastando a una Suiza que siempre promete pero nunca cumple: irse de un Mundial por 6 a 1 no es cosa que pueda pasarle a un equipo con pretensiones, salvo una catástrofe metafísica como la de nuestros vecinos en 2014. Si se probaba la pilcha de candidato, tras un par de retoques en CR7 Fashion, el traje le queda divino al combinado luso. Ahora sí: candidato Portugal, señora. Lo esperan los guerreros del Profeta, más locales que nunca.
No queda ya nada que uno pueda justificar perderse. Sólo ocho partidos y son todos electrizantes. Las tres fases restantes de la competencia deportiva más fascinante del mundo son de tintes cinematográficos. Habrá que endeudarse, estirar el sueldo, detener el tiempo. Algo hay que hacer. Nos quedan diez días más de montaña rusa. Hasta dentro de cuatro años. Pasa volando.
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