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Resumen Mundialista #7 - CITA CON LA HISTORIA



El más difícil de escribir, sin dudas. Imposible pensar, cuando iniciamos con la primera entrega, que tanto nos costaría escribir éste resumen, precisamente. El de la alegría, la euforia, la esperanza. El estallido de ilusiones.


No hay un músculo, un nervio, una célula, ni siquiera un átomo, que no esté en ebullición. Así que saldrá lo que saldrá. Y a seguir vibrando, alentando. Con la manija más extrema que se recuerde.


¿Habrá reparado algún mafioso de la FIFA en que ponerle un Mundial a la Argentina a esta altura del año, a esta altura de su ciclo histórico, a esta altura del vapuleo, era precisamente subir la vara del desafío? ¿Que Diciembre en Argentina significa frenesí, nervios, vértigo, amigos, familia, endeudamiento, pobreza, borrachera y más apuro?


Y la prensa canalla que anda chillando aquí y allá señalando huevadas que no hacen al asunto–es global la tilinguería progreposmowoke- ¿no pensó que obrar así, con el dedito que juzga, generaría más cohesión, más identidad, más abroquelamiento en esa unidad entre pueblo y equipo? ¿Y no cabe, acaso, también, hipotetizar que es precisamente este desenfado del equipo y el pueblo que festeja y se viraliza, un catalizador de apoyos alrededor del globo, que vienen a fundirse con el ya abrumador y casi obvio cariño por nuestro capitán y leyenda?


No queda más nada; poco más de 48 horas.


Proponemos parangonar a Scaloni con Güemes; así, de arrebato. Pintó. Los Infernales de Scaloni, entonces. Es lo que son. Lo han repetido hasta el hartazgo, con todas las metáforas que puedan caber en el registro. Y han batallado sin parangón, con todas las armas al alcance. Y eso es lo que contagia. Y esa electricidad con que vibran estos formidables guerreros es la que ha encendido esta hoguera de Diciembre Argentino.


Un caudillo por línea. O más. Se multiplican.


Dibu en la retaguardia. Puro acero del puerto marplatense. El ya veterano Otamendi, con revancha definitiva; reivindicado y ya en la historia. Perfilando para ser incluso el mejor defensor de toda la competencia. Cuti Romero, lugarteniente. Los laterales, lanceros dispuestos a ser vanguardia por ambos flancos. Llamativamente, cuesta saber cuáles de los cuatro son titulares. Molina, Montiel; Acuña, Tagliafico. El guacherío indómito de Macallister y Enzo que se acopla con De Paul, Paredes o hasta con el Tolo Gallego, si quisiera dar una mano. El mocoso inconsciente de Julián que corre setenta metros con las boleadoras sonriendo como un nene en la placita y emboca un golazo épico porque sí. Un mini-Kempes.



Ya da vergüenza intentar poner a Messi en palabras. Mejor miren la obra de arte –de nuevo, superándose, compitiendo para que sea esta última y no cualquiera de todas las anteriores- con que se despachó faltando veinte minutos para el cierre del encuentro. Un ratito de calesita que el nene, de treinta y cinco años, se tomó para humillar a la sorpresa del Mundial: el nene Gvardiol; un druida croata de veinte años con un futuro enorme como su espalda. Mareado, paseado, revolcado para ser testigo de un retazo de historia.


Es invaluable todo lo que le debe este país a Lionel Andrés Messi. Y como así somos –caraduras, desfachatados, sogueros, confianzudos- queremos deberle más. Porque nos dimos cuenta –acaso un poco tarde- que, además de alegrarnos con su arte, nos infla de éxtasis con esa sonrisa arco iris que hasta hace poco no le conocían unos cuantos de por acá. En serio, posta: paramos acá. No se puede decir más nada, habiendo aún tanto por decir…llorando y sin llorar.



El aplauso al enorme Modric fue precisamente la respuesta a toda la prensa canalla: el público argentino aplaude a quien se gana el gesto. Simple. Sencillo. Si no les gustan los cantitos, la reyerta, el roce… el libro de quejas está en Segurola y Habana. Vengan a buscarlo. Dignísima Croacia, correcta en su planteo. No supo resolver cuando la encaró la tropa gaucha de frente. Contuvieron el derrumbe, pero no pudieron evitar ser vencidos, en toda la línea, por el hambre de los tozudos vikingos de la América del Sur. La sangre en el ojo.

Francia llega casi floreándose, con una carga para-futbolística enorme, agigantada por esa prensa canalla que anda inventando buenos y malos y eligió para el estelar de Netfilx a ese canto a la multiculturalidad hipócrita, pegada con moco, que vende la Europa decadente. La represión a marroquíes en las calles de París es precisamente el destino de todo inmigrante que no tenga la suerte de trascender como los enormes players que ha conseguido forjar ese fútbol bretón que nunca pudo salir de mediocre. En definitiva, el ghetto es la regla; la excepción son los Mbappé. Esta reflexión no tendría ni que tener lugar si no fuera porque en esta tesitura han puesto las cosas los alcahuetes de la tinta. De allá y de acá, claro. Los players no tienen la culpa, por supuesto. Incluso aunque boqueen.


En lo que hace a la propuesta futbolística francesa, ya nos hemos extendido en entregas anteriores. A Marruecos le ganó jugando al trote; no sin cierta incomodidad, es cierto. Pero hizo lo que tenía que hacer y con eso le sobró. Un equipo que derrocha jerarquía, forma con cuatro delanteros y corre lo necesario con una prestancia envidiable. Que se da el lujo de sobrar atrás, como ya hemos comentado.



Por supuesto que se puede. Nos sobran argumentos. Históricos y coyunturales. Y el anhelo de que Messi sea campeón del mundo es un viento que sopla en el mundo entero. No nos van a convencer de lo contrario. Porque lo sentimos. Miren lo caliente que se pone ese viento acá. Sientan. Es un Zonda que barre el desierto. Un desierto al que no nos resignamos. Un desierto donde sembramos entrega, talento, improvisación, garra, sufrimiento, lágrimas y jolgorio. Es momento de cosechar la gloria, muchachos. Ahora nos volvimos a ilusionar.





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