Se sabe: el debate público, como tal, ha muerto triturado por las aspas de esa licuadora que es el algoritmo. No importa cuánto tal o cual se esfuerce en argumentar en tal o cual sentido, sobre tal o cual posición, opinión o parecer: más temprano que tarde, por su decir, su ademán o hasta por su aspecto, será catalogado dentro de tal o cual team.
Team invierno/team verano; team Wanda/team China… y así. Pero, andando la pandemia, sobre todo, explotó toda contemplación a nivel global. Nuestro país no se quedó, faltaba más, afuera del fangal: basta decir que Argentina cuenta, en 2021, con unos 36 millones de usuarios de redes sociales sobre una población de 40ypocos millones. Más específicamente, unos 5 millones despuntan el vicio de la agresión, el chusmerío y la mofa en Twitter, la más cloacal de todas las redes y, para bien o para mal, la más netamente “politizada” de tantas que pululan.[1]
Resumiendo, a diciembre de 2021, la cosa va más o menos así: cualquiera que ose interponer un pero a las disposiciones restrictivas de la circulación, cualquiera que señale tímidamente e incluso amague con argumentar científicamente sobre la cuestión de las vacunas –aún si se vacunó, encuarentenó, alcoholizó en gel, durmió con barbijo y no tocó otro ser humano durante al menos nueve meses– cae invariablemente por default en el polo de los locos terraplanistas conspiranoicos delirantes anticiencia.
Que existen, sí. Y no son pocos. Y eclipsan bajo sus babeantes fauces a cualquier ciudadano de buena fe que pretenda manifestar dudas, recelo o sospechas más que lógicas y fundamentadas. Y entonces, ante el desprecio de los defensores de la fe –de los que nos ocuparemos enseguida–, empiezan a sentirse contenidos por la banda de desquiciados realmente existente que, sencillamente, se dedica a embolsar adeptos no tanto por mérito propio o por racional argumentación sino, sobre todo, por ejercer la virtud de moda: empatía.
No menos cierto y triste es que en el polo opuesto nos aguarda una pléyade de almas bellas que sueñan mojado con el verso de que “el Estado te cuida” y se han revelado en no pocas ocasiones cobanis encubiertos atentos más a la vida del vecino que a las guampas propias; centuriones de la gaya ciencia en abstracto; relativistas de ayer hoy devenidos heraldos del positivismo más craso; insatisfechos renegados que nunca se preocuparon por conocer cómo se hacen los chizitos devenidos epidemiólogos, virólogos y químicos, todo a la vez y sin moverse de su casa -gracias a que la cuarentena los encontró en la calidez del hogar y no teniendo que ir a arriesgar su vida para buscar el mango-.Escuchando divulgadores, en el mejor de los casos. Contando muertos: días y horas de contar muertos y de retar al prójimo, como magistral y muy necesariamente grafica el gran Hor Lang en “El Pequeño Timy”.[2]
Nadie aventuraba hace escasos diez años que las redes sociales, en su desenvolvimiento cotidiano, transformarían tan rápidamente la experiencia de asomarse a la cosa pública.
Hasta se antoja pertinente la pregunta sobre hasta qué punto no es el algoritmo, la binarización compulsiva de absolutamente todo –justo cuando sopla viento en popa el paradigma de lo “no binario” en términos solamente sexogenéricos– no genera subjetividades que reproducen, precisamente, esa binarización absoluta. Nótese de paso que se binariza entre binarios y no-binarios; binaristas y no-binaristas y así de seguido; ramificando en díadas… No way out!
No importa matiz alguno: al final del día, todos y todas somos depositados y depositadas en un canasto milimétricamente medido, registrado y escaneado por la inteligencia artificial que, para más placer, le da cuerda y letra a los paparulos que recitan líneas editoriales en los grandes medios, y así ad infinitum.
Sin entrar a hilar finito, para no aburrir, y ya descripto el escenario en abrumador preámbulo, llama poderosamente la atención el aterrizaje típicamente argento que toda esta bosta ha registrado en nuestras latitudes, reeditándose una y otra vez con ribetes cada vez más ridículos y, lo más llamativo aún, de una insalubridad para el individuo atrapado en esa vorágine que –es ostensible– este último no advierte.
Condenado pues, todo debate a entrar en esa licuadora grotesca, ya podemos dar por perdida la batalla y el anhelo de, precisamente, “debates de calidad”.
No, tomatelas: elegí un bando e hinchá por ese; gritá, agredí, cancelá, difamá, escrachá, reducí a tu oponente virtual al más degradante de los tratos que te salga en ese momento: no importa si argumentas mejor o peor; la cosa es hacerlo mierda. Humillar, aplastar. Aunque más no sea por abrumadora mayoría de retweets. Si total, tu vida va a seguir siendo la misma mierda intrascendente. Pero diste tu opinión, te manifestaste; fuiste parte de la agenda, del trending topic. ¡Albricias!
El caracú de todo este osobuco de ignominia se ha centrado, en días recientes, en el asunto este tan en boga del pase sanitario.
El pase sanitario… en Argentina. Sí. Lea de nuevo. Si se ríe, pierde.
Tributo fastuoso a la virtualidad; importación de chucherías sin beneficio de inventario: traducción literal de significantes de Primer Mundo a la orden del día. Como si fueran los ’90 con su fiebre consumista, pero de intangibles. De pelotudeces; digámoslo.
Iguales patrones de conducta, según los iguales agregados de humanoides que forman cada uno de los bandos en pugna descriptos anteriormente, se han dado cita en el coliseo de la pavada para debatir los pros, las contras, las mil y un aristas, la constitucionalidad, la eticidad, los “y que pasa si…” y un océano de sinsentidos, siempre anulatorios de ese otro que está ahí enfrente, en torno a una medida que carece de todo tipo de aplicabilidad por una interesante cantidad de cuestiones que basta mirar alrededor para constatar. A vuelo de pájaro nomás se advierte: incapacidad operativa y de recursos del Estado para implementar un control de estas características; a la cual se le suma una incapacidad incluso superior y que le es completamente tributaria, a saber: la incapacidad de gobernanza, la estropeadísima legitimidad de un Estado cuyo casual y fortuito gobierno de turno no puede, no sabe o no quiere conducir ni tan siquiera más o menos de acuerdo a lo que manifiesta son sus pretendidos fines, segúnn un –dibujado– programa de gobierno.
Si anuncian controles de precios y se dispara la inflación a los 15 minutos, ¿alguien en su sano juicio, de estos que hinchan por la falocrática estatalidad progresoide, puede sostener por cinco minutos que esto es deseable y, sobre todo, factible? ¿No sospechan siquiera que la van a ligar los que la ligan siempre y se lo van a pasar por los genitales los que sistemáticamente por allí se pasan todo? ¿Quieren ver de nuevo las fotis del cumple de Fabiola o prefieren ver a Tinelli abordando su avión privado el día uno de la cuarentena de 2020?
Concomitantemente, yendo a una eventual delegación del asunto en “los privados”, a la yanqui: ¿alguien se imagina a un patovica de algún baile de Ruta 3 o de un encumbrado boliche playero en la pituca Pinamar pidiendo el pase sanitario a la horda de pibines que se quieren ir a divertir? ¿Al tipo que tiene un bar en la costa o en las sierras cordobesas, que no ve un cobre hace más de un año, pidiéndole en plena temporada el sacrosanto pase a una familia que va a comer un sanguche de milanesa, una cerveza y dos gaseosas, porque de no tenerlo “se van a tener que retirar”?
Acaso poniendo a disposición estas sencillas preguntas que abrevan en la practicidad del asunto podamos colaborar, al menos, en llamar a la reflexión a quienes en el fragor de la virtualidad se dejan arrastrar por el huracán de la auto-degradación de sus capacidades mentales y, por compulsión cibernética, participan gustosos de la binarización olvidando, sin más, dónde viven. Evidentemente, la pandemia y todo lo que consigo trajo va comenzando a mostrar secuelas disociativas cuyo efecto recién comenzamos a advertir.
Yendo a los fríos términos del mercado y especulando sobre la hipótesis de que efectivamente la cosa quede en manos de “los privados”, cabe aventurar que aquellos actores económicos cuyos cálculos y estimaciones les permitan darse el lujo, en plena temporada, de andar espantando clientela haciéndose eco de ciertos reclamos de raigambre tendencialmente ghetificantes, pues lo harán.
Ejemplos al pasar: Mc Donald´s por masividad, el resort sorete seis estrellas por exclusividad y unos pocos más estarán en condiciones de exigir el bendito pase. Todo lo que haya de ahí para abajo, sencillamente, no puede permitirse dejar pasar el manguito.
Y esto, sin entrar en ese tan encomiable amor por la anomia, el tongo, el atajo y la triquiñuela, verdaderos tesoros de nuestro acervo cultural nacional. Como hablar al pedo y discutir con inquina boludeces sibilinas. Ni más ni menos.
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Maridaje recomendado para esta lectura:
King Crimson – Elephant Talk (1981): https://www.youtube.com/watch?v=p5Eoek8a500
Body Count – Talk Shit, Get Shot (2014): https://www.youtube.com/watch?v=sokdL-0iV9s
Babasónicos – Pasta de Hablar (1997): https://www.youtube.com/watch?v=fxDczyc3yNg
Virus – Hago más (1984): https://www.youtube.com/watch?v=wjHNpuNftdY
Death – A Moment of Clarity (1998): https://www.youtube.com/watch?v=kva79xQNygY
------------ [1] Imperdibles numeritos: https://branch.com.co/marketing-digital/estadisticas-de-la-situacion-digital-de-argentina-en-el-2020-2021/ [2] https://www.facebook.com/horlanglois
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