Una de las discusiones recurrentes en el seno derecho del Comité Editorial tiene que ver con famélica carencia de una estética articulada desde el propio repertorio epistemológico que aúpa las constelaciones y entramados conceptuales con que elegimos perder el tiempo y aferrarnos al fracaso -porque sí, porque para qué hemos venido al mundo si no es a fracasar intentando trascender los márgenes premoldeados de este videojuego siniestro que recomienza cada día y se llama, en general, "la vida"- que se denomina, por lo general, "la izquierda".
Hallamos así que las sucesivas generaciones referenciadas en este multiverso siempre fluctuante de significantes cada vez más flojos de papeles se simbiotiza, por así decir, le hace de musgo a estéticas ya forjadas en otro lado; generalmente relacionadas con el sujeto estereotípco al que nuestra prédica interpela. Al que da pelota, bah.
De este modo podemos encontrar, por caso, allende la década del `70, que los referentes revolucionarios se hallaban más o menos mimetizados con un trabajador semi-profesional: tegobi, saco cruzado sin corbata, pelo levemente desprolijo, pollera para las compañeras, algunas de minifalda o vestido incluso; ya por los `90 el estereotipo se desplazaba hacia el rockero: pelo largo, panza birrera, brazo jodido de tirar cascotes y ropa andrajosa; la generación siguiente, de los 2000 por así decir, entroncó fuerte con el jipismo reciclado, de feria americana de avenida triste y así es que tuvimos por denominador común el buzito de llama, el olor a porro, la barba llena de miguitas y los sobacos femeninos hediondos y peludos, adelaidas sin ñocorpi. Ya por estos últimos años observamos que la mímesis operada se desplaza a adoptar llave en mano toda la estética de publicidad de bebida energizante que acarrea el trap y su paquete de androginia plástica: colores chillones, fluorescentes, ropa suelta y cara de opa; modos suaves y hasta tatuajes en la cara.
Por lo expuesto y atentos a que todo da lo mismo, sugerimos tomar en consideración estos prototipos, toda vez que resulta apenas más agradable a la vista un buen y soberano tobul, unos fornidos y cincelados bíceps, unos abdominales bien chongos. En fin, abrámonos a la publicidad de slip como paradigma: demos la bienvenida al Socialismo Bultero y demos por tierra con tanta búsqueda futil, errática y, sobre todo, repugnante. Vuelvan los bellos mancebos loados por el buen Sócrates, empilchados en Armani, con el fino aroma de lo pulcro anunciando siempre su presencia.
Que nos reconozcan por la fragancia y no por el olor a sopa ¡Ya es hora, camaradas!
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