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Tres historias de Ushuaia


Tres historias que más que historias son testimonios de la nueva forma que tiene la clase trabajadora y su historia. Tres breves relatos que dejan al desnudo el cada vez más alto nivel de fragmentación de nuestra clase (trabajadores ocupados/trabajadores desocupados, formales/informales, trabajando en el sector público/privado, en relación de dependencia/monotributista/autónomo, etc. etc. etc.) como así su individualización y golpes recibidos. Será para otra oportunidad lo estallada/rota/quebrada que está ideológicamente.


Si 40 años de democracia burguesa se celebran con Milei en la Rosada, nos debería hacer reflexionar a los sectores de izquierda y progresistas. Hay algo, o mucho, de la realidad que no estamos entendiendo. Hay algo que estamos haciendo mal o para el orto, aunque a los gatitos mimosos del peronismo no les entre una bala.


Socializamos estos pequeños relatos, ordenados arbitrariamente, porque nos parece reflejo de algo importante. Por eso los compartimos.

 

Conocer



Caminando por las calles encontré, de casualidad, una amable ciudadana que me pidió fuego. Saque fuego del bolsillo y le convide. Luego de conversar un poco, me dice que se llama Julieta, que tiene 35 años y que vive en la ciudad hace 2 años. Está contenta, le gusta y se siente cómoda. Claro que extraña a la familia y los amigos, pero con internet es más fácil, a pesar de los cortes en la red con el viento y la nieve. Luego me explica que “Vine a hacer la temporada y en 15 días me encontré con un trabajo en blanco. Eso lo conocí acá”. Para mi sorpresa, este hecho inaudito, se dio en un local gastronómico, sobre la calle principal, donde atienden a todos los turistas que tengan hambre y/o puedan pagar. Seguimos platicando y me dice que ahora que están en temporada hace doble turno pero que suele hacer el turno noche. “Soy de San Miguel. Acá podés caminar tranquila por la calle, no pasa nada” me dice, para luego recordarme las dificultades de caminar por el conurbano bonaerense de noche y más siendo mujer.


Entre toda la conversación hubo tiempo para la recomendación de lugares para conocer, de lugares buenos, bonitos y baratos para comer y del mejor modo de moverse en la ciudad. Fue una gran sorpresa saber que la SUBE funciona en los colectivos. También hubo puntos estratégicos para visitar por fuera de la zona turística y, por último, preguntar qué cosa no andaba bien en la ciudad. Su respuesta fue contundente: “El problema es con la vivienda. Todo lo que se construye es para el turismo. Con mi pareja vivimos juntos y se nos hace muy difícil”. Desde alquilar piezas hasta vivir de prestado. Muy difícil pagar un contrato y por 2 o 3 años. Por suerte, hace poco lo habían logrado en una casita linda en las afueras de la ciudad.

 

Cuba



La responsable en el hospedaje era una joven de casi 30 años llamada Johe nacida en Venezuela. Era un pequeño y prolijo hostel ubicado no muy lejos del centro. Se notaba que era una casa reciclada para tal fin.


Luego de tres desayunos y de cierta confianza que va generando el estar en el lugar – sumado a que es parte de su trabajo el charlar con los clientes- mientras se calentaba el agua del mate en la cocina, surge una distendida conversación sobre los lugares que se querían conocer y sobre cómo es Buenos Aires. Me dice que se lleva bien con el frío, a pesar de su origen caribeño, y con la ciudad. Agrega que los huéspedes suelen ser brasileros o yankees. Argentinos también, pero sale caro, incluso para ellos es caro vivir ahí, mientras que para los extranjeros no lo es por el tipo de cambio.


Ya llegando al final de la conversación, la cual duró lo que tardó la pava eléctrica en calentar el agua para el mate, me dice que en el verano pudo ir a su país y me detalla que “hace siete años que no iba a Venezuela y por suerte pude volver a mi ciudad; Caracas”. En esta ciudad tiene a su mamá y sus hermanos. También un montón de amigos de los cuales hace mucho no sabía nada, pero que no hizo mucho esfuerzo para ver. “Nunca me sentí cómoda. Como que no me siento más de allá. Era raro. Todo está muy distinto”, dice con un tono triste, mientras baja la cabeza. “Todo es muy venido abajo. Solo el centro está muy lindo. Lo otro está muy viejo, como en Cuba”.


-          ¿Conoces Cuba?, le consulto.

-          No, pero me contaron que es así.

 

Los Kjarkas



El viaje en taxi era con las típicas conversaciones con un tachero que trabaja en un pueblo turístico (cuestión muy distinta a un tachero de una ciudad, incluso turística). De los que te llevan del punto A al punto B y después al C. Que el clima esta semana está bien, que la anterior hizo frío. Que la ciudad está repleta, que la excursión esto y lo otro.


Luego seguimos hablando de nuestras cosas y de lo bueno e increíble del recital de rock que íbamos a ver. Cuando tratamos de incorporar al taxista, nos dice unas pocas palabras y luego de no poder fingir más su interés sube el volumen de la radio y nos pregunta si conocemos cómo se llama la banda y su estilo musical. “Ni idea” dice uno. “Yo tampoco” agrega otro mientras se rasca la cabeza y piensa. El tercero se queda callado para no pasar vergüenza y el último, con la voz serena y calma dice “si, son Los Kjarkas”[1]. En ese preciso momento, el chofer lo mira por el espejo retrovisor y se gana su confianza. Agrega que es el típico ritmo folclórico de su país y que “en Bolivia uno no aprende a bailar esto, sino que se nace sabiendo”.


Sobre la consulta de si hay trabajo, contesta que siempre lo hay. Él, cuando llegó de Cochabamba, encontró de albañil. Con una sonrisa y el orgullo en la cara, dice que ahora sus hijos y las nuevas generaciones son maestro mayor de obra. Esa felicidad de saber que no la van a pasar tan mal como ellos la pasaron. Luego agrega que “cuando uno puede zafar de trabajar en la obra, que es donde todos empiezan, hay que hacerlo. De lo que sea, de lo que se consiga”. En seguida agrega un dato que no es menor: De las casi 80 mil personas que viven en Ushuaia, “el 10% de la ciudad es de la comunidad”.


Después cuenta que estuvo en una fábrica ensambladora de celulares, pero “que cuando le empezó a fallar el pulso y la vista, lo rajaron. Por eso contratan gente joven”. “Después de eso pude arrancar con el taxi” nos decía mientras iba doblando por las empinadas calles hacía nuestro destino. Para luego volver al principio: “del ´87 al 2001 trabajé en la construcción. Como los días son largos en verano, metíamos 14hs. Mi mujer era empleada doméstica. Iba y venía por toda la ciudad, tomando 2 o 3 bondis. Hasta llegó a hacer cama adentro. No teníamos nada: ni casa ni auto ni nada. Ahorrábamos todo lo que podíamos después de ayudar a la familia. Con mucho esfuerzo, en todos esos años, logramos juntar 27 mil dólares”. Se toma una pausa, respira y junta fuerza para terminar su historia. “Luego vino el 2001… nunca me los devolvieron. En la ciudad hubo un montón de suicidios por no poder pagar los créditos y las deudas. Obvio que no salió en ningún lado…. Que se vayan todos decíamos…. Y no se fue ninguno”.


Llegamos a destino. De un viaje de rutina, gris, sin nada que aportar salvo el hermoso paisaje, salió una historia personal que representa la de un montón de laburantes nacidos o no en esta tierra, pero fajada por la misma clase social y dirígete.  “Con Evo el dólar está igual hace 18 años” nos dice mientras abre el baúl y nos da los bolsos. El olor a devaluación que trae el viento crece fuertemente. Luego sube al auto, toma el volante y arranca en busca de sus próximos pasajeros.


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[1] Se puede conocer en https://www.youtube.com/@Kjarkas y se recomienda porque si, el disco Sol de los Andes. Aproveche para investigar que youtube, a diferencia de cierta aplicación, es gratis.





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