Esta intervención bien podría arrancar citando los mensajes en las redes de Abigail Esposito Valenti, pero sería fácil y burdo. Partamos de los hechos: una mujer y su pareja torturan a un nene de 5 años; la violencia ejercida sobre el chico es tal que termina falleciendo, muere. Era su hijo.
¿Importa que sean mujeres y lesbianas? ¿Importa que las asesinas sean digamos, una de las tantas expresiones del que llamaremos feminismo falopa y odia chota?
No: objetivamente, no importa; es un crimen aberrante y punto. Sea quien sea que lo haya cometido.
Pero cuando empezamos a bucear en la dimensión subjetiva del asunto, el tema empieza a cambiar; aparecen otras aristas y otros matices.
De un tiempo a esta parte, hay una línea invisible que divide a hombres y mujeres. Efectivamente, se ha registrado un cambio cultural que movió añejos estándares y mostró las injusticias a la que son sometidas miles de mujeres; mostró el atraso que existe en términos legislativos a la hora del acceso a derechos elementales como el aborto. Miles de mujeres movilizadas y organizadas mostraron a una sociedad cómplice que sigue impávida frente a la brutalidad y cantidad de casos de femicidios que día a día tienen lugar.
Hasta este punto, podemos establecer que, en general, existe un amplio nivel de acuerdo.
Sin embargo, sabemos también que avanzó un sinsentido que por un lado nutrió un neofascismo (aun embrionario) a la vez que dejó a muchos de nosotros pidiendo disculpas por tener pito: nos acostumbramos a no opinar porque es mainsplaining; porque como no tenemos útero no sabemos nada ; porque somos onvres y demás sutilezas en el mejor de los casos, etcétera. Del mismo modo que no toda pareja de mujeres lesbianas es asesina y golpea hasta la muerte a un niño de 5 años, del mismo modo no todos los tipos somos violadores, forros, hijos de puta insensibles y potenciales femicidas. Este brutal crimen pone sobre la mesa que levantar determinas banderas, no es sinónimo de pureza, no exculpa nadie.
Esta mirada tan parcial, tan (paradójicamente) binaria, hace que simplemente gente nefasta pueda moverse y mostrarse como abanderadas de cierta superioridad moral: pertenecer tiene sus privilegios y en este caso…pertenecer da un aura de lucha, compromiso y bando.
De esta línea para acá el bando de las sororas, impolutas, correctas, guerreras, empoderadas, fuertes, rebeldes y todo lo que está bien; de esta línea para allá, el bando de los violentos, asesinos, machirulos , Cis, privilegiados… en fin: todo lo que está mal.
Sorpresa: una de las puras asesinó a su hijo: era lesbiana, era feminista. Otra vez (por las dudas) no mató por lesbiana o feminista, mató porque simplemente es una asesina; ella y su pareja.
En estas épocas, si fumas porro, sos vegana, feminista, pobre, gorda y transitás alguna preferencia sexual “disidente”, sos una persona impune: nadie pero NADIE te puede decir absolutamente nada, no importa cuán descompuesta seas. El cuestionamiento es imposible, otra vez sorpresa: Si no sos todo eso también podés ser buena gente…incluso con pito.
Seguramente será culpa del patriarcado, seguramente se hablará del estigma de querer vivir una sexualidad diferente en un mundo heteronormado; también es muy probable que algún microgrupo cachivachesco salga a decir barrabasadas. Es esperable.
Sin embargo, sabemos que superar esta suerte de mundo sin culpas (“yo no tengo la culpa soy vístima de la sociedad”, “yo no tengo la culpa es el patriarcado”, etc.) va a llevar mucho, pero mucho tiempo.
Mientras tanto, esta espantosa y cotidiana realidad se ríe amargamente en nuestras caras.
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