“El hombre vive de la naturaleza, es decir, la naturaleza constituye su cuerpo,
y tiene que mantener un constante diálogo con ella, si no quiere perecer”[1]
Sostenibilidad, sustentabilidad, compromisos ambientales, pacto global, agenda verde, democratización de los recursos y demases. Bastante es lo que da vueltas en torno a la cuestión ambiental en general y al cambio climático en particular, alertando que, en un futuro cercano, todo puede cambiar.
En esta línea, el pasado 5 de junio, día Mundial del Ambiente, establecido precisamente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se recordó que cada tres segundos, el mundo pierde una superficie de bosque equivalente a un campo de fútbol y que sólo en el último siglo, se han destruido la mitad de los humedales. También que el 50% de los arrecifes de coral ya se han perdido y para 2050, podrían desaparecer hasta el 90%[2]. Ante esta situación los expertos afirman las altas probabilidades de ubicarnos en una situación sin retorno. Esta proyección toma más cuerpo ante la inmersión pandémica en la que nos encontramos, y que aún no deja ver si su desenlace nos ubicará en aquella normalidad, tal como la conocimos, o si llegó efectivamente para cambiar algunas cosas.
Al paso, aclaramos: la comunidad científica representa el discurso de la clase dominante y desarrolla el conocimiento en sus instituciones expresando, en el plano ambiental, las tendencias de las correlaciones de fuerzas actuales; sí, lo tenemos presente.
Dicho ésto, igual le entramos al asunto desde el cambio climático. Sin intención de generar pánico, la cosa es abordar un tema que no pierde vigencia. En tanto, el algoritmo y bombardeo informativo afirman que sus efectos modifican la realidad; desde acá, palpamos que los intentos de solución van a generar cambios que valen atender.
Es menester resaltar que el tema cuenta con sus negacionistas, detractores y demás variantes que creen que ésto es, o bien, parte de un ciclo climático que se repite cada 800 mil años y por ende no hay que alarmarse; o bien plantean, asimismo, que hay una sobreestimación de los incrementos de temperatura media global; o suponen que es otra arista más del plan de dominación encarnado por un lobby internacional.
Si bien suenan interesantes, vamos a dejar estas teorías para otro momento y nos vamos a reposar sobre una visión que con cierto nivel de consenso se vuelve cada vez más real, no sólo por el apoyo científico con el que cuenta sino por cómo, desde las inversiones en investigación y desarrollo, las soluciones proponen incidir, directa o indirectamente, en nuestra existencia, usando o no al cambio climático como fundamento de este mal de muchos.
La constante a señalar es que de ambos lados se afirma sobre el incremento de la temperatura global media y se considera necesario reducir la utilización de los combustibles fósiles. Mientras un sector minoritario pone en dudas el cambio climático, se están amasando, de mínima, negocios millonarios.
Ahora bien, la posición que nos ordena, se vincula con la necesidad de utilizar y conservar el medio natural por las condiciones que nos brinda para el desarrollo de la vida.
La atmósfera, el oxígeno, el agua y la tierra son recursos y soportes que ya vienen dados, y a través de ellos los individuos y las sociedades mantenemos una relación material con la naturaleza. En el proceso de interacción, necesitamos apropiarnos y transformar las potencias de la naturaleza priorizando la adaptación y desarrollo de la vida.
El intercambio con el medio es fundamental y se da a través del trabajo, permitiendo la humanización de la naturaleza y, al mismo tiempo, la (des)naturalización del hombre. En palabras de Marx: “El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias con la naturaleza (…) Y a la par que (...) actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él…”[3].
Este equilibrio e interacción con la naturaleza, que es la primera fuente de todos los medios y objetos, se regula a través de nuestras propias potencias, conociendo las posibilidades que brinda el medio natural y desarrollando nuestro propio conocimiento a través de avances científicos y técnicos.
Al orden nominal sumamos la influencia de la cultura, ya que guarda un estrecho vínculo con las formas de vivir, producir y consumir, con lo que consideramos que está bien o mal, con lo aceptable e inaceptable, con los aspectos cualitativos de las sociedades ¡y así!
A su vez, la cultura tiene sus expresiones en el desarrollo de sus fuerzas productivas, en las relaciones sociales y en la producción material y espiritual. De modo que esta relación cultura - naturaleza se puede captar en el nivel de desarrollo y progreso de la sociedad, y tiene su incidencia en las crisis de los supuestos modelos de desarrollo existentes y del abordaje del problema ambiental.
Laberinto Climático
Volviendo al cambio climático, el tema está serpenteando la agenda global hace tiempo. Aunque es difícil definir su punto de llegada, se destaca el posicionamiento que ha logrado en la denominada “agenda global”.
Trazando un corte temporal, la pandemia, nos dejó en claro, entre aislamiento, distanciamiento y alcohol en gel, que nuestra relación con el entorno, especialmente con el medio ambiente, modifica nuestro día a día.
El Covid no ha hecho más que agudizar las crisis existentes y las necesidades de los Estados de abastecerse, en un mundo que aún está tratando de retomar los niveles de producción y consumo pre-pandemia. Mientras cada país intenta hacerse de vacunas y resolver una salida elegante, se comparte, sin más, la Agenda Global vinculada al descenso del dióxido de carbono, CO2, donde se augura que la recuperación post-Covid tiene que ser verde, en alusión a la descontaminación. Un premio consuelo que sube al podio.
Para quien se inicie en este tema o haya olvidado algunas lecciones de ciencias, vale recordar que el CO2 existe en la naturaleza. Es un gas fundamental para la vida y su capa en la atmósfera evita que nos congelemos al absorber los rayos del sol que rebotan en la Tierra. La gran cantidad de actividades antrópicas potencian la generación de este gas. Alrededor de la mitad de las emisiones de CO2 terminan en la atmósfera y la otra mitad son capturadas por la vegetación y los océanos, pero igual las cuentas no cierran. La concentración acelerada de CO2 -el gas que más tiempo permanece acumulado en la atmósfera, cerca de 100 años- junto con el metano y óxido nitroso, generan una manta alrededor de la tierra, esta manta concentra el calor y genera el efecto invernadero que provoca el calentamiento del planeta y que da lugar al cambio climático.
A nivel global la discusión se enfoca en cuál es la huella de carbono (CO2) que deja cada rama de la producción y circulación de mercancías, y cuáles son las estrategias para bajarlas. También, para deleite de Fede y Maca, nos invitan a calcular la huella ambiental[4] que genera cada persona con la posibilidad dar ese primer paso, empezando por casa, y compensar la huella de carbono poniendo algún billete, por ejemplo, en proyectos de conservación de bosques, entre otros.
A nivel general la lupa se encuentra en las actividades vinculadas a la utilización de energías no renovables como gas, petróleo y carbón. Según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático[5] una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la quema de combustibles fósiles para la producción de electricidad y calor.
Además, el transporte, la deforestación y el uso de la tierra, los aviones y la producción de cemento también contribuyen a las emisiones de dióxido de carbono. Si hurgamos un poco más, los números pueden variar según quien los informe, pero en líneas generales el foco es el mismo: la salida propuesta es la generación de energías renovables, disminuyendo la utilización de combustibles fósiles y las emisiones de CO2. Al respecto se plantean y ensayan diversas soluciones que proponen arribar de modo heterogéneo a cada punto del planeta; no serán siempre las mismas, ni mucho menos en el mismo momento.
En esta aventura el capitalismo deja ver que no está planificando su auto destrucción; más bien su opuesto, generando marcos para solucionar problemas intrínsecos. Aunque exista el fracking, el smog, las minas a cielo abierto, los impactos a la salud y los desechos cloacales contaminen las aguas, el capitalismo ha dado muestras de poder convivir con estas tensiones, con organismos de protección de la naturaleza, con ambientalistas, con afectados, complementando con financiamientos e intermitentes procesos de recomposición del capital.
El tema abre muchos interrogantes, siendo necesario poder aproximarnos a un diagnóstico claro para comprender el desarrollo y las contradicciones del capitalismo, también en su faceta ambiental.
Las artistas son varias; sobresalen la opinión de los científicos, los Estados que apuestan fuerte al futuro verde y el ascenso de las energías renovables; cabría acaso asomarse al posicionamiento argentino y ver la postura de la izquierda. Veremos si nos da la nafta para desenredar algunos ribetes de la siempre noble batalla por preservar el medio ambiente.
Algunos sitios para ver gráficos:
[1] Marx, Carlos. Manuscritos económicos y filosóficos de 1844
[3] Marx, Carlos. El Capital
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