“Esta guerra no es contra el ucraniano o de parte de los ucranianos. Tampoco es contra Europa. Es contra el mundo liberal y el (des)orden y no estamos para salvar al liberalismo, sino que vamos a acabar con él de una vez y para siempre. La modernidad era esencialmente mala. Estamos en el punto de la Modernidad terminal. Para los que hizo el propio destino de la Modernidad es dejar que se haga inconscientemente lo que significará el final real. Pero para aquellos que están al lado de la verdad eterna de la Tradición, de la fe, de la esencia humana espiritual e inmortal, éste será el nuevo comienzo”
Aleksandr Dugin, “La guerra contra Rusia en su dimensión ideológica” (2014)[1]
Rusia tiene la trágica costumbre de hacer saltar las contradicciones a partir de la muy específica manera en que aquellas se manifiestan en su vasto territorio. Si escrutamos el devenir histórico de la extensa nación euroasiática, encontraremos que lo antedicho se verifica como recurrencia. Cabe postular, entonces, que Rusia funge como catalizador; como línea de fisura por la cual se cuela, tarde o temprano pero siempre de manera intempestiva, el agua que hace ceder el dique.
Sin entrar en detalles que se sobreentienden y circunscribiendo el comentario a los últimos cientoypico de años, cabe mencionar la dinámica establecida a partir del conato revolucionario bolchevique y su espectacular irrupción internacionalista en medio de la carnicería propiciada por el auge de los nacionalismos durante la Primera Guerra Mundial. Se verifica asimismo en la implosión del poder soviético hacia fines del siglo pasado y retoma carácter de contratendencia para con el muy modosito y acartonado, hipócrita y cínico orden liberal que se impuso con posterioridad al desmembramiento de la URSS: terremoto que parece haber sepultado bajo los escombros la rimbombante noción de sujeto histórico predestinado a conquistar el Cielo en la Tierra. El movimiento obrero y su razón histórica son hoy por hoy, y mal que nos pese, un resabio de una etapa pretérita; lo interesante es, en todo caso, que la historia no avanza nunca de manera lineal.
Y es así que el zarpazo del oso ruso acorralado sobre la tozuda Ucrania genera, en primer término, un movimiento telúrico que repone sobre la superficie aquella vieja Europa que, latente y contenida durante más de setenta años en el dique institucional de la Unión Europea se sostiene sobre la sobreexplotación de migrantes y refugiados de guerras que tácita o explícitamente apoya y cuando no los necesita los tira al mar.
Entonces, como quien saca el viejo traje del placard, resurgen los nacionalismos, recelos regionales, militarismo de todo tipo y color y la ebullición generalizada de un marco institucional que se revela obsoleto hace mucho tiempo y cuyas grietas resultan cada vez más evidentes.
En poco menos de una semana, la intervención de Putin, largamente fundamentada y anunciada hasta devenir profecía autocumplida, ha generado el vertiginoso dominó que en ocasiones pasadas precipitó tragedias humanas de dimensiones ominosas.
Al endurecimiento de las ya habituales sanciones financieras se suman, en un somero racconto, los siguientes movimientos:
Rearme alemán en marcha: la historia lo enseña, cuando agarran un fierro les quema en las manos;
Finlandia y Suecia clamando entrar en la OTAN;
La siempre ambigua Turquía (incómodo miembro de la OTAN) jugando su ficha en los estrechos de los Dardanelos y el Bósforo;
Suiza abandonando su neutralidad histórica para plegarse a las sanciones financieras para con la economía rusa;
La razonable crispación del cinturón de loquitos que la OTAN armó en torno a Rusia en los últimos años (Polonia, Bulgaria, Rumania, las repúblicas bálticas Estonia, Lituania y Letonia, República Checa y Eslovaquia) que presionan por mayor dureza y asiduidad en el suministro de armamento a Ucrania y el etcétera no hará sino crecer: en profundidad y longitud.
Bielorrusia, el garaje de Putin, abandona su estatus de neutralidad con respecto a la posesión de armas nucleares y las autoriza. Porque el garaje es el garaje.
El viejo Biden, que asumió tratando a su par ruso de “asesino cleptócrata” (otra profecía autocumplida), hace malabares entre las presiones por una intervención más decidida y la rotunda y la casi doctrinaria decisión de no mover un soldado más en aventuras lejanas –latencia persistente tanto en el electorado demócrata como republicano-. Mientras, la situación económica interna es un tembladeral y se anota un par de porotos vendiendo gas a una Unión Europea a la que le gusta el durazno pero no se banca la pelusa. Entonces, bloqueo a Rusia mediante, Europa tiene que pagarle 40 % más caro el gas al abuelito Joe, cuyo hijo tiene, faltaba más, negocios en Ucrania.
China, con su calma sempiterna, juega a la tibieza mientras negocia aumentar sus intercambios comerciales con Rusia, novísimo paria del orden internacional. Y la asfixia financiera no hará sino incrementar la ya notable posición desventajosa de Rusia en una relación que ya de por sí es asimétrica. Al gasoducto Siberia Power se añadirían un Siberia Power 2 y otro más, todo en el corto plazo. Con respecto al conflicto en sí, no sería descabellado aventurar que también se ande probando con mucha cautela el traje de mediador diplomático, lo cual asestaría a EE.UU un resonante cachetazo. Por ahora, no hacen olas y miran de refilón hacia Taiwan.
Soft Power: a esto se añaden el Comité Olímpico Internacional y hasta esa cueva de ladrones y lavadores seriales de dinero que es la FIFA, socia recurrente de regímenes brutales (Italia en 1934, Argentina en el Mundial ´78 y ahora, pasado mañana, Qatar) plegándose a movidas cancelatorias para con el deporte ruso; apagón total de medios de comunicación cuasi propagandísticos como RT o Sputnik en Europa y no podían faltar, bloqueo de cuentas de redes sociales pro-rusas y, desde ya, los siempre sensibles figurones de Hollywood y su nobleza progre a la orden del día. Sin obviar el cierre del espacio aéreo de Europa a aviones rusos y la desinversión de ciertos magnates en Occidente, caso Abramovich, dueño del Chelsea inglés y amigo personal de Putin.
Latencias y tendencias
Mencionada ya la caída del velo impúdico de la Europa cosmopolita, pacifista y civilizada, es dable establecer que, en primer término, esto debilitará la posición de Rusia y empetrolará aún más de ignominia la ya de por sí desprestigiada figura de Putin. Pero, como de costumbre, en estas apreciaciones suele haber un revés de trama que permanece, prima faccie, inadvertido.
En primer término, la extensión de las movidas cancelatorias para con actividades que nada tienen que ver con el asunto en discusión, como las competencias deportivas, no harán otra cosa que reforzar la retórica chovinista rusa, que desde hace al menos veinte años viene recomponiendo su pedagogía dándose aires de gran potencia humillada. Esto puede verse, entre otros fenómenos, en una interesante y grotesca producción cinematográfica auspiciada por el propio Estado[2].
Por más que ya se ha dado a entender, parece forzoso tener que mencionarlo explícitamente: en el revés de trama de tanta condena en tono humanitario puede inscribirse un incremento del prestigio de personajes putinescos que no hacen sino encarnar el espíritu de la etapa. Esto es: de atolondrada impugnación para con el orden internacional liberal que, hemos dicho, funge como dique de contención de tendencias que, latentes, pugnan por asomar.
La proliferación en los últimos años de figuras como Orban en Hungría, Erdogan en Turquía, los sucesivos cachivaches que afloran en la siempre pintoresca Italia, el propio Zelenski en Ucrania –de quien ya nos ocuparemos- e incluso los Trump o Bolsonaro tienen más que ver con lo mustio, ineficaz y anacrónico que se revela, con su doble rasero perenne, el orden internacional forjado a imagen y semejanza de la Pax Americana.
Lógicamente, lo que se vive es una transición; acaso dolores de parto de un nuevo orden internacional que no hará sino cristalizar pasado mañana. Muy probablemente, de nuevo, erigido sobre cenizas, escombros y cadáveres. Tal vez haya que mirar más hacia el período de la Paz Armada (1870-1914) que hacia el orden resultante de Yalta, Crimea y Postdam. La ONU es, hoy por hoy, un meme. Trump sonríe. No es cualquier cosa tener razón.
Con respecto a esto último, es muy dable traer a colación los recaudos del viejo Kissinger, Carnicero de Estado (1973-1977) y pergeñador de la muy sencilla táctica de apaciguar a China y confrontar con Rusia o a la inversa; nunca chocar con los dos de manera simultánea. Táctica que intentó, torpe pero decididamente, Trump… y que ahora los halcones de la Hillary van a empezar a valorar de nuevo, toda vez que el frente bélico está mediatamente abierto con Rusia y el comercial, con China, vibra en su incertidumbre.
Ucrania: calamidad otra vez
Escrito por Taras Schevchenko en 1859, un poema nacional ucraniano reza
Querido Dios, ¡calamidad otra vez! /
Estaba todo tan tranquilo, tan sereno /
Habíamos empezado a romper las cadenas /
que ataban a los nuestros en la esclavitud /
Cuando ¡alto! Otra vez la sangre de la gente /[3]
Un especial apartado merece una aproximación a la densa historia de aquella pequeña e intensa nación. Aproximación literaria mediante: “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos.”[4]
La tragedia ucraniana, compartida con diversas naciones panrusas y otras nacionalidades eslavas es, notoria y sencillamente, haber tenido la desdicha de nacer y desarrollarse en la esfera de influencia de una pulsión imperial tan recurrente como brutal.
Sin entrar en mayores disquisiciones, cualquiera sabe que polacos, lituanos, letones, estonios, checos, eslovacos y en menor medida los pueblos nómades del Cáucaso, o los chechenos y georgianos han padecido históricamente, de un lado, la tosca y pesada mano de Rusia y de otro, el basureo constante prodigado por Occidente cuando no, en su momento, la sanguinaria daga blandida por los guerreros del Islam.
Excede el cometido de estas líneas indagar en la conformación de talantes nacionales tan fuertes, entreverados con antiquísimas desavenencias territoriales y religiosas. Simplemente vale rescatar que, a la sombra de un imperio, siempre habrán de crecer nacionalismos particularísimos que, por más soterrados que puedan permanecer durante algún tiempo, hacen erupción de manera periódica.
Con la particularidad, nada desdeñable, de que el más prolongado y estable orden que hayan conocido aquellas naciones apiladas en la estepa, el imperio de los zares, nació precisamente en Kiev en el año (atenti) 882. Su reinado, católico ortodoxo, se constituyó como un persistente tapón contra las incursiones jázaras y fue arrasado en 1012 por una invasión mongola. A partir de allí, la capital se trasladó a Moscú. Y es así que comienza una disputa simbólica que no hace sino refluir de tanto en tanto: Rusia nació, en rigor, en Ucrania. Y fundada por vikingos. Tomá mate. O hidromiel. O vodka.[5]
Si bien Ucrania quedó subsumida bajo el despotismo panruso, las hibridaciones en que se vio entreverada durante su devenir histórico la hicieron formar parte, hacia el Oeste, de la Mancomunidad Lituano-Polaca (siglo XVII) y hasta del Imperio Austro-Húngaro; el Este ha permanecido bajo el influjo ruso y, respetando el muy extendido criterio de nacionalidad por sangre que profesan los pueblos eslavos, puede decirse que es decididamente ruso.
Y es allí donde comienza, con posterioridad a la explosión pro-europea de Maidán (2013-2014), la campaña de hostigamiento incesante, rayana con la limpieza étnica (hasta 14.000 muertos y más de 600.000 desplazados), de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (región minera del Donbass) por parte de los nuevos grupos que se alzan con el poder, aupados por una razonable y legítima demanda popular.[6]
Cabe destacar que la corriente de opinión que se impone en Ucrania desde fines del siglo XX es tantísimo más favorable a Occidente que a Rusia, y un somero repaso por la experiencia ucraniana en la era soviética (las hambrunas del Holodomor en la década del 30, el desastre de Chérnobyl en 1986 y la siempre afectuosa mano de la burocracia señalando “mirá lo que le pasó a Hungría”) no hacen sino otorgar razonabilidad a tales simpatías.[7]
Sucede que, por un lado, se agudizan las antiguas tensiones entre etnias apenas diversas entre sí y, por otro –y esto ha sido la norma en el espacio otrora soviético- la emergencia de élites chabacanas, cachivachescas y descompuestas, que no hacen sino invocar el interés nacional para sus propios y espurios tongos y negociados. El debate es, en todo caso, entre celptócratas pro-rusos y cleptócratas pro-europeos.[8]
Y a la pobre Ucrania - que atravesó ya en 2004 una “revolución naranja” pro-occidental- le ha tocado, nuevamente, pasar de manos de banda tibiamente pro-rusa (Yanukovich 2010-2013) a otra (Poroshenko en 2014, Zelenski en estos días) que, furiosamente nacionalista y grotesca en sus formas, que no ha dudado en dar estatus jurídico-legal a bandas neonazis como el Batallón de Azov[9], que integra de iure la Guardia Nacional, ha proclamado insistentemente la intención de integrarse a la OTAN y le tiene la vela al histeriqueo psicópata que le ha prodigado desde siempre la bendita Unión Europea. Similar trato ha prodigado la UE a aquella Turquía lejana y no lo suficientemente blanca como para integrarse al paraíso cosmopolita del presente eterno que tan bien retrata el best-seller Michelle Houllebecq en sus novelitas veraniegas.
Es así que un humorista que hizo campaña electoral con esto, gobierna el país y un boxeador genial, Vassili Klitschko, gobierna Kiev.
[Imagínese que mañana nos invade el Brasil de Bolsonaro y nos preside el gordo Casero y el jefe de gobierno de la Capital es el Chino Maidana].
El humorista Zelenski, va de suyo, ya es Tom Cruise para la prensa occidental y protagoniza una de James Bond. Es un buen producto, una de Netflix: un país pequeño y sometido históricamente hace frente a un déspota oriental de ambiciones fastuosas.
El relato se arma solo y Putin está perdiendo, en este aspecto, por goleada la batalla por “las mentes y corazones”. Pero seguramente ya contaba con eso. Y tampoco parece importarle, por lo antedicho: ya no está solo en la liga de los “hombres fuertes”.
Vale decir que la descomposición sobreviniente luego de la implosión de la URSS lejos está de haberse detenido; antes bien, se profundiza y, de nuevo, basta mirar al resto de los países otrora comunistas para constatarlo: Orban en Hungría, los ultramontanos mataputos polacos que batean refugiados sirios en la frontera, los muy pintorescos ladronzuelos que se reparten la torta en Rumania y Bulgaria y así de seguido.
Ahora bien, que una élite improvisada y sin escrúpulos haya usurpado las legítimas demandas de integración a la Europa de las luces dando aire a grupos neonazis con bagaje histórico forjado al calor de la opresión rusa en su forma soviética –eso fue el colaboracionista Stepan Bandera y sus continuadores de Sbovoda- no quita que el pueblo ucraniano vaya a combatir y resistir aún a pesar de lo pobre de su dirigencia. La memoria es la savia que nutre ese ánimo, independientemente del jetón que se pare adelante y tuitee muy orondo vestido de fajina.
Y hablando de irresponsabilidad, no paran de suministrarle fierros de todo tipo y color desde Occidente. Lo cual hace pensar, en principio, dos cosas:
1- Aunque no formalmente, la OTAN ya opera en Ucrania. Las milicias que puedan constituirse al costado de un ejército que no tardará en ceder ante la abrumadora superioridad material rusa van a contar con entrenamiento y juguetes occidentales.
2- Y precisamente alimentados por esa savia-memoria (sabia memoria también vale) cabe colegir que el pueblo ucraniano esté dispuesto a ofrendar dos o tres generaciones en un auténtico lodazal de sangre. [10]
Difícilmente no haya entrado esto en los cálculos de la dirigencia rusa: de ahí que hayan apostado por una intervención acotada, fulminante y atenazante. Lo cierto es que parecen haber errado algunos cálculos en lo estrictamente militar que se trasladan, sin dilación, a lo político-diplomático.
Incluso en el siempre determinante aspecto de la moral de combate, la soldadesca rusa, de brillante desempeño en Siria, hoy puede verse horadada por la vergüenza de estar atacando a sus primos: de ser el malo, de ser abrumadoramente superior y aun así constatar que no se trata de un paseo; que sus primos no los esperan con pierogi y borsch sino que les van a tirar con todo lo que tengan a mano. Que no son bienvenidos y que incluso en las regiones étnicamente rusas este atropello será rechazado. Puede haber allí un punto de fuga “hacia adentro” que Putin y los suyos hayan subestimado.
Quién le pone el cascabel al Oso: el porvenir es largo
Rusia exige hoy el reconocimiento de su soberanía sobre Crimea –ganada sin disparar un solo tiro-, la garantía de que Ucrania no ingrese (formalmente) a la OTAN y la “desnazificación” del paisito. Se colige que pueden estar dispuestos a negociar algún estatus especial para Donetsk y Lugansk: integrar definitivamente a Rusia a esos muchachitos no parece ser tarea muy grata. Entre otros dislates, sueñan con restablecer la Unión Soviética. [11]
Paradójicamente o no, hoy el cercado y victimizado gobierno de Zelenski parece mejor aspectado que el también cercado pero victimario gobierno de Putin. Lo cierto es que, como ya se dijo, la fuerza termina cincelando la materia prima para el Derecho y no al revés.
Y en ese sentido, de no mediar un colapso interno del poder de Putin –otro fenómeno en el que los rusos son también recurrentes-, el hecho de que aún alicaída y humillada tras treinta años de cerco y asedio de la OTAN, Rusia continúa siendo la principal potencia nuclear del mundo resulta determinante: “o conversamos o vuela todo”, pareciera ser el convite. Por esto mismo el tiempo, hoy, está del lado occidental. Aun si esto implica sacrificar al pueblo ucraniano.[12]
Lo dicho, entonces: se caen los velos. Europa vuelve a ser Europa y más temprano que tarde se van a tener que sentar los dueños del circo (Estados Unidos, Rusia y la refulgente China, con Francia y Reino Unido como voyeurs de lujo) a, por lo menos, contener tanto desastre. De lo contrario, como también se mencionó, a la pobre Ucrania le esperan unos largos años de carnicería y atrición que, lejos de encapsularse allí, pueden derramar hacia regiones vecinas.
Se trata de movimientos tectónicos que, como siempre, producen cataclismos. Las tendencias operantes en el subsuelo irrumpen en la superficie y el grado de impredictibilidad cuando tal cosa sucede es alto. El magma de lo nuevo no tiene por qué ser agradable; a la historia no le importa el juicio que sobre ella hagamos los escribas.
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[1] El inquietante y prolífico pensador ruso Aleksandr Dugin resulta una lectura imprescindible para comprender el despliegue ruso en años recientes. Es parte integral de ciertos círculos de consulta y asesoramiento a los cuales recurre Putin; manifestó estar “enamorado del peronismo” en una reciente visita a nuestro país. Denomina su corpus teórico “la cuarta teoría” y anima el rechazo al liberalismo por parte de grupos tanto de izquierda como de derecha en los márgenes de algunas sociedades occidentales avanzadas; principal pero no únicamente europeas. El texto citado puede consultarse en su totalidad por acá [2] Taras Bulba, remake con auspicio estatal de un filme de 1962 y basada en una densa novela romántica de Nikolai Gogol (1835), versa sobre el carácter nacional guerrero del cosaco que nutre el imaginario panruso desde, al menos, el siglo XVI. Enlace a la película [3] Enlace [4] Prácticamente integrada al folklore mexicano, la autoría de la frase resulta materia de discusión al día de hoy [5] Con respecto a la Rus de Kiev y su devenir, no una nota, sino dos notitas de notable claridad expositiva [6] Comité Argentino de Solidaridad Internacionalista con los pueblos del Donbass [7] No sorprende la candidez con que han enarbolado nuestros izquierdistas baladíes la bandera de la autodeterminación de los pueblos con que Lenin supo atraer a Ucrania hacia la aventura de la construcción del poder soviético. No hacen sino leer la historia de manera lineal, antojadiza y de manera que les cierre el cuentito, como de costumbre. Asimismo, da cuenta de que no leen ni siquiera a su esfinge: León Trotsky en su monumental “Historia de la Revolución Rusa” desmenuza el asunto con su habitual claridad. Ucrania se redobla sobre la centralidad rusa por haber sido, precisamente, un bastión del bolchevismo, toda vez que era la soldadesca ucraniana, de larga trayectoria naval, era la que ponía la carne y la sangre al servicio de las aventuras bélicas del zarismo decadente. Sobre esa base se construyó el poder soviético. Para ilustrar aún más sobre el aspecto del mosaico de nacionalidades que constituyeron la Unión de Repúblicas Soviéticas, sólo basta mencionar que el Comisariado del Pueblo para las Nacionalidades fue un órgano bolchevique operativo entre 1917 y 1924 creado para gestionar las diferentes nacionalidades no rusas dentro de Rusia, dirigido por Stalin. Cuesta imaginarse a Stalin convocando asambleas para dirimir cuestiones tan trascendentes en medio de una guerra civil que, por otra parte, el propio Trotsky protagonizó con rutilante desempeño al mando del Ejército Rojo. El mismo Ejército Rojo que sofocó a sangre y fuego la rebelión de los marinos de Krondstadt en el Báltico. Pero no hay caso: nuestra izquierda realmente existente opera por fuera de la realidad y persiste en su rol de narrador omnisciente de una historia de la que no quiere hacerse cargo. Es más tributaria de la autoayuda que del marxismo y, por eso, no merece más que esta extensa nota al pie. [8] Aquí, pequeño y expresivo fragmento del peliculón “El señor de la Guerra” (2005), con el gran Nicolas Cage El desguace de la URSS supuso un boom de corrupción bajo el cual se creó una nueva oligarquía de reventados ex PCUS vendiendo a precio vil todo lo que podían. Incluso se especula con que han llegado a proveer de submarinos al Cartel de Cali, como se aprecia en el pintoresco Operación Odessa (2018) [9] Un perfil clarito y suficiente sobre el Batallón de Azov [10] Un ex capanga de la CIA lo comenta más fuerte y más claro en esta notable intervención publicada en la prestigiosa Foreign Affairs
[11] Peliculón del gran Sergei Loznitsa, imperdible retrato tragicómico de aquella inhóspita región y su causa: Donbass (2018)
[12] Con respecto a la alocada carrera expansiva de la OTAN en los años subsiguientes al desplome soviético, se recomienda este análisis de un profe de la Universidad de Michigan, no de La Matanza
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