La pregunta surge a partir de lo que está ocurriendo en Colombia hace más de un mes, pero se viene charlando hace bastante en el Comité Editorial de La Cloaca. La respuesta a la pregunta, para que nadie se ponga ansioso, ni pida aiuda, es siempre la misma: no. Lo que va cambiando, lo que va desarrollándose, son los argumentos.
Lo primero que tenemos que tener en cuenta, es que la internet ya no es lo que era. Ya no es, como hace unos años atrás, ese espacio de socialización, de intercambio, donde el trabajo colaborativo era la manera de intercambiar material de manera gratuita.
Ya hace varios años que la monetización es la regla. Esto no quita que, si se busca, se pueden encontrar páginas donde ver películas y futbol gratis, pero sin dudas no es lo mismo. La “Ley Sopa”, que hirió mortalmente a Napster (el tátara abuelo de Spotify), vino a fijar los derechos de autor en la virtualidad. Vino a marcar las reglas; vino a alambrar los bosques comunales.
En este sentido, ¿nunca pensaste porque Facebook, Instagram y todas las redes sociales son gratuitas? ¿Qué empresa desarrolla una aplicación o un programa para que lo bajes sin poner un peso? ¿Lo hacen por caridad? Ni a palos.
Lo que pasa es que la mercancía sos vos. Es tu información lo que obtienen: tu imagen, tu voz, las cosas que te gustan y las que no; tus compras, tu ubicación, etc.
Lejos de entrar en el tema de que casi todas son de Mark Zuckerberg o Bill Gates, los datos son de quien los produce. Quien los produce, ya sea una empresa o un estado, decide que se hace – o no- con ellos.
Una base de datos actualizada, en época de Big Data, cotiza y mucho. En este sentido, aunque no somos especialistas ni tenemos una visión acabada de su trabajo, es interesante lo desarrollado por Yuval Noah Harari. Hay bastantes entrevistas o charlas realizadas por su persona; no está de más dedicarle algo de tiempo.
Las redes sociales, vienen creciendo fuertemente hace años. Surgen nuevas, otras se funden, se compran por millones de dólares, pasan de moda, se copian, etc. Más aun en los primeros tiempos de pandemia[1]. Todas tienen en común el hecho de ser sencillas de usar – por lo menos en términos generales- y no es necesaria la tarjeta de crédito para sus funciones básicas.
Una cuestión común, más allá de que la forma que se materializa en cada una varía, es la manera en la que te permiten demostrar tu felicidad (cuestión que incluye lo rico que estas comiendo). Te venden el consumo de felicidad, te venden el sentirte bien mostrándolo, te venden –sin poner un peso- ver la felicidad del otro.
Lo personal, lo privado, lo de la esfera íntima, sale a la luz. Se borra la frontera entre lo público y lo privado –libertad burguesa por antonomasia, amén-, así como lo que pertenece específicamente a cada uno de esos ámbitos. Incluso, se podría pensar, que lo privado ocupa el lugar de lo público y lo que antes era parte de la vida y el hacer de la vida pública, desaparece. Pareciera, flotar en el aire (¿o en la nube?), que las cosas ocurren si lo publicas o lo ves en las redes.
A este hecho, hay que sumarle el triunfo de la imagen; su preeminencia sobre todas las otras maneras de comunicación. Sumado al cada vez menor lugar para la palabra, a la reducción del espacio para la escritura.
Twitter es un claro ejemplo; la diferencia en este sentido entre Facebook e Instagram, también. Tiktok, es la oda a la inmediatez y a lo efímero. Ya no queda lugar para el argumento o el intercambio. El algoritmo hace el resto. Solo se ven cuestiones similares a las que buscamos/escribimos/megusteamos/consumimos. El resto de la realidad, desaparece por obra de magia. El algoritmo no es neutro.
Un aspecto novedoso en este sentido, que se nota principalmente en los jóvenes ya que se criaron en este caldo, es la dificultad de separar el mundo real del virtual. Hay una continuidad entre uno y el otro, por no decir que son lo mismo. Además, en un futuro se observarán las consecuencias cognitivas en los niños educados con una Tablet, que aprenden más palabras por medio de ella que de sus familiares. El chupete electrónico, también se va complejizando.
Como si todo esto no fuese suficiente para, por lo menos, desconfiar de las redes, aparece una nueva característica. “Las redes sirven para expresarse” sobre lo que sentimos y sobre lo que pensamos sobre el mundo. Esta cuestión lleva el implícito liberal de que todas las opiniones valen lo mismo; que todos somos iguales.
Una fascinante y perversa ficción democrática retroalimentada segundo a segundo, cada vez que Mabel en Santos Lugares o Jürgen en la Pomerania manifiestan lo que carajo sea que gusten manifestar sobre tal o cual aspecto de una agenda pública meticulosa y rigurosamente ordenada, también, segundo a segundo.
Dejando de lado la compra/venta de seguidores y la neutralidad del algoritmo, se deja de lado los intereses de la empresa proveedora ya sea con otras empresas o con sus dueños o con funcionarios de distintos niveles o incluso con gobiernos.
¿Vale lo mismo un comentario del papa frita que esta escribiendo esto que uno de Ángela Merkel o Joe Biden? No. Las relaciones sociales del sistema capitalista, explotados-explotadores, no desaparecen en las redes. Tampoco la forma que estas toman en los distintos países, etc.
Volviendo al principio, no todas las opiniones-publicaciones valen lo mismo. Además, cuando estas amenazan el orden establecido, como esta ocurriendo en Colombia, pero como también paso en Egipto o España hace unos años, aparece la censura.
Aparecen los bloqueos, las sanciones, las caídas de internet o, como pasó en el Reino Borbón, la “Ley Mordaza” que prohíbe hablar mal de su majestad abyecta.
El caso de Pablo Hasel[2] es paradigmático. Más allá de que en nuestro país no hemos llegado a eso, si hay casos de detenciones por hablar mal de funcionarios o “amenazarlos”. Si Twitter dio de baja la cuenta de Donald Trump, presidente del país más poderoso del mundo, ¿no te lo van a hacer a vos que sos un/a perejil? Dejar la garantía de ejercer el derecho a libertad de expresión en manos de una empresa, parece que tiene sus limitaciones.
La libertad de expresión es un derecho que se ejerce siempre contra un Estado; contra la clase social dominante y sus personificaciones en el ámbito laboral. Es decir, contra un poderoso. Qué merece ser censurado y qué no, en términos políticos, va variando según el contexto; según el nivel de la lucha de clases. Lo que hace 50 años era algo normal, hoy parece ciencia ficción. Lo que hoy parece ser algo extremista, es un juego de niños comparado con esos años. No nos olvidemos de que la realidad siempre es dinámica, que se encuentra en movimiento, pero que siempre, el Estado responde a los intereses de la clase dominante.
Como balance provisorio de todo lo observado en otras tierras y en las propias, cabe acotar que el espontaneísmo acicateado las redes sociales, tiene un límite. La necesidad de organización sigue tan vigente como siempre. Esto no quiere decir dejar de lado “el mundillo de las redes”; sí tener presente que no es el único ni, mucho menos, el más importante. La realidad no se cambia en la virtualidad, se cambia en los hechos, en lo material.
La Revolución no será televisada, era el título del documental que denunciaba el golpe de estado a Hugo Chávez. Veinte años después, podemos afirmar que tampoco tendrá datos ni Wifi.
NOTAS:
[1] Un Unicornio es una empresa, con base tecnológica, que ha logrado superar un valor de 1.000 (mil) millones de dólares únicamente con inversiones privadas y antes de salir a la bolsa https://lacloacawebzine.wixsite.com/misitio/post/today-in-entertainment-history-2 [2] Sobre Pablo Hasel, que se encuentra preso por la Ley Mordaza, dejamos el siguiente material https://lacloacawebzine.wixsite.com/misitio/post/arde-el-reino-borb%C3%B3n
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