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Cambio climático y catástrofes: sálvese quien pueda

La gran mayoría de nuestros males físicos son obra nuestra[1]



Furia de los dioses, profecía apocalíptica o promesas de campaña incumplidas. Sírvase usted del designio divino que más le cuadre.


Se suman a la lista deforestación, monocultivo, extractivismo y cambio climático.


Recomendamos incluir: adultocentrismo, pesocentrismo y aracnofibia.


Muertos, heridos, búsqueda, evacuados, desorientación, aislamiento, ausencias, sobrevivientes, dolores, olores, pobreza, vidas pisoteadas, ecosistemas arrasados, caos. Las historias se repiten tantas veces que ya es difícil distinguir si es tragedia o si es farsa.


También se destruyen capitales de todas las tallas… y así, se libera de algunas fricciones la “virtuosa” rueda de la reproducción que el proceso de acumulación requiere.


Invitamos a entrarle al tema, o profundizarlo. Vamos como siempre por donde podemos, con la intención de deshilvanar un poco algunas cuestiones. La recurrencia de los desastres nos tapa[2] y la solución no se divisa.


La danza de números es dantesca. Entre 1970 y 2019 se produjeron 22.326 desastres, que ocasionaron 4.607.671 de víctimas mortales y 4,92 billones de dólares en pérdidas económicas; del total de desastres se asocian a peligros naturales 11.072 desastres (62 %), generando 2,06 millones de víctimas mortales (80%) y casi todas las pérdidas económicas 3,64 billones de dólares (99 %).


Solo para 2021 se han estimado pérdidas que oscilan entre los 105 mil y los 170 mil millones de dólares. Para el caso, las diferencias no hacen más que completar la estadística para saber si el 2021 se ubica, o no, dentro de los años con mayores pérdidas (materiales).


Daños que impactan directamente en realidad material y subsistencia de las comunidades afectadas: la suerte dispara el desafío, sobrevivir al desastre para sobrevivir al posdesastre, quien mejor se encuentre en la etapa previa, más rápido se va a recomponer: ya sea un país, una comunidad o una familia. La mirada de clase permite la comprensión, la sociedad está conformada por clases antagónicas, las desposeídas son y serán las más afectadas, las clases medias y altas tienen y tendrán mayor capacidad.



Alemania y Estados Unidos, casos para mirar


Una inundación repentina o también conocida como flashflood golpeó duro especialmente en Alemania (y Bélgica) en julio de 2021. Las muertes llegaron a 240 personas y las pérdidas económicas a 43 mil millones de dólares, destruyendo cientos de viviendas, infraestructura urbana, ecosistemas, vehículos, bienes domésticos y por supuesto un trauma generalizado. Un cuadro de números que cambian según quien maneje la calculadora. El mayor impacto se registró en Altenahr, estado de Renania-Palatinado, al sur de la antigua capital federal de Alemania occidental, Bonn. Difícil explicar en algunas líneas, panoramas que huelen a destrucción, muerte y confusión.


Con toda la tecnología y el desarrollo científico a mano, se brindaron los pronósticos meteorológicos que anunciaban precipitaciones extremadamente altas que coincidieron en escala y distribución con las ocurridas. Desde los servicios de pronósticos se emitieron las advertencias, pero las personas encargadas de tomar las decisiones no pudieron proyectar el impacto del evento y derivar las acciones adecuadas.


La conclusión: un país mal preparado; sí, Alemania. Bien vale recordarlo para seguir con atención la lectura. El mar de excusas navegó desde la falta de conocimiento, pasando por la creencia de la población de que el Estado los protege, las sirenas en desuso que no sonaron, un evento imprevisible (la ineficacia de los sistemas responsables lo convirtieron en imprevisible), la centralización nacional respecto a las emergencias, hasta llegar al infaltable efecto del “cambio climático”. Los responsables de rendir cuentas, autoridades locales y nacionales, rechazaron las críticas tratando de correr el eje al proceso electoral que se desarrolló en septiembre[3]. Nada que envidiar desde Argentina al momento de crear excusas. La contracara, un sistema de rehabilitación y reconstrucción que funciona mejor que el nuestro.


Antes de la inundación



Durante la inundación



Tal como sucede año a año, en agosto del 2021 pegó en el este de Estados Unidos el huracán Ida. Este evento declarado como histórico generó unas 95 muertes y daños materiales por 65 mil millones de dólares y cortes de energía en Luisiana, Nueva York y Nueva Jersey. Las inundaciones impactaron en calles, subtes y sótanos. Algunos registros informaron muertes en sótanos y cientos de autos quedaron flotando. Los pronósticos existieron y hay registros de la circulación de mensajes institucionales para reducir la presencia de personas en las calles. Algo no funcionó del todo bien, los números mandan.


Autos flotando en Nueva York



Para diciembre un tornado impactó en Kentucky dejando alrededor de 90 muertos en el evento más grave de la historia del estado, daños materiales sin antecedentes al estilo cine catástrofe, dejando a miles de personas sin hogar o sin luz. El agravante fue que, al ocurrir de noche, se dificultó el pronóstico y la respuesta. El dato de color: una empresa de velas optó por no hacerse eco de las alertas y mantuvo la producción para cubrir la demanda navideña. Ante los reclamos de los trabajadores, el mensaje fue que serían despedidos si abandonaban el trabajo. Con el diario de lunes hay una demanda colectiva a la empresa y gran asombro sobre el comportamiento despersonalizado y enajenado del dueño de la empresa de velas, impulsado, “curiosamente”, por la demanda de producción. El gastado fusible judicial como mecanismo trunco para resolver “lo que venga”. Como frutilla del postre, y para seguir impulsando más el business demócrata atado a la conciencia sobre el cuidado del planeta, estos y otros eventos ocurridos durante 2021, le ofrecieron a Biden fundamentos para señalar al cambio climático, combatirlo y supuestamente generar mecanismos de preparación para desastres futuros. Sobre lo último elevamos nuestras dudas, sobre lo anterior, recordamos que los desastres climáticos no se iniciaron en 2021.


Impacto del tornado en Kentucky



Estos eventos son solo algunos de los más significativos, ya que en Afganistán, China, Haití, Argelia y las Islas Canarias también se sacudió la realidad. En los países más ricos o desarrollados, se pueden conocer los daños estimados en función de los seguros que fueron activados. Esto permite suponer que los costos conocidos son mayores, y que contamos con datos menos precisos para los países más pobres o menos desarrollados, que, para la trama de la novela, vale recordar que contribuyen menos al calentamiento global. A ver: no es novedad que los países de renta media naufragan en una caprichosa estabilidad, y en términos de tecnología, los sistemas de alerta y preparación se posicionan muy por debajo de los supuestos países más avanzados. Así, los dueños de la pelota además de dictar las reglas del ordenamiento del capital y de exportar democracia, también dan catedra (?) de cómo se debe preparar y actuar[4] un país para disminuir el efecto, en daños y pérdidas, que puede producir la ocurrencia de un evento adverso, ya sea de origen natural o antrópico (tecnológico), y sobre todo impulsan mecanismos de respuesta y reconstrucción en alta definición.



El faro de Occidente (?)


El caso norteamericano cuenta hacia adentro del territorio con la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA). Este pack premium de “los que saben”, suma a las Naciones Unidas como punta de lanza de la política internacional, que incluye a la famosa “resiliencia[5]”, un significante marketinero que sirve para tatuarse una palabra “cool”, para libros de autoayuda y para ganar lugar en la temática del riesgo de desastres, y que dice tanto que no dice nada.


FEMA es una potente herramienta para distribuir guita desde el poder central. Un estudio a cargo del mismísimo Instituto de Gobierno Rockefeller y la realidad en sí nos marcan que la respuesta mejora si es local; concretamente, que el federalismo tradicional es mejor que el intento de centralizar y nacionalizar la gestión de emergencias. Sin embargo, esto no sucede fácilmente, ni en Estados Unidos, ni en Argentina: la centralización no solo brinda el manejo de la caja, sino también de la discrecionalidad de las decisiones. El caso norteamericano es atendible, tuvo sus bemoles posteriores a Katrina y al atentado a las Torres, momento en que Bush puso en duda en federalismo y la gestión de emergencias. Antes de contar el final hacemos un rodeo.


En 1950 se le otorgó al presidente yanqui la autoridad para declarar desastres, de lo cual siguió la ayuda federal a los gobiernos estatales y locales afectados. Este régimen se ajustó al paradigma dominante de las relaciones intergubernamentales en los Estados Unidos: un régimen de concesión de subvenciones federales, en el que los políticos del gobierno nacional se beneficiaban de la concesión y los del nivel estatal y local se beneficiaban de la recepción. Durante medio siglo (hasta 2001), maduraría como un caso profundamente arraigado de desplazamiento de objetivos. Desde Washington se preocuparon más por la agilidad para prometer fondos, que en salvar vidas o minimizar el sufrimiento.


Números: Eisenhower en ocho años declaró 106 desastres, Clinton declaró 379, incluido un récord de 75 en el año electoral de 1996. El gasto también aumentó de 816 millones de dólares en 1974 a 4.500 millones de dólares en 1994. Bush (hijo) en su primer año en el cargo declaró exactamente el mismo número de desastres, 45, que había declarado Clinton en su último año.


La revisión del federalismo también incluyó la degradación (posterior al 11 de septiembre) del núcleo civil convencionalmente colaborativo, centrado en FEMA y canal de subvenciones, y como consecuencia, el empuje de la fuerza militar desde la periferia hacia el centro. Sin embargo, el federalismo estadounidense se ha caracterizado por fuertes inhibiciones contra el uso de las fuerzas armadas nacionales para fines domésticos, pudiendo intervenir ante una emergencia por un período que no exceda los diez días.


Las propuestas de Bush no caminaron, con resistencias en varios frentes. Incluso su hermano y gobernador de Florida, Jeb Bush señalo que el enfoque de abajo hacia arriba produce los mejores resultados.


Ante el planteo presidencial, más que la defensa por el federalismo tradicional primó la creencia ampliamente compartida, basada en el sentido común, de que la respuesta exitosa a los desastres comienza localmente y que depende de la cooperación intergubernamental, siendo importantes las bases locales y la preservación del régimen de subvenciones intergubernamentales.


De lo señalado se vislumbra una fuerte línea de intervención posdesastre a través del reparto de guita y una defensa de la respuesta local sobre la nacional. Sobre lo segundo no hay más que acordar, pero sobre lo primero huelga decir que Estados Unidos tiene experiencia, pero también tiene recursos, por eso puede enfocar los cañones a la reconstrucción, aportando al proceso del capital como explicaremos luego, quedando fuera de foco los procesos previos como mitigación y prevención, más efectivos y necesarios para países como menos billetera y otras matrices económicas y políticas.


Hoy, para festejo del progresismo, el debate ambiental (subsidiario del tema que venimos desarrollando), cuenta con el esperado regreso de EE.UU. al Acuerdo de París con Joe Biden en la proa. El barco mantiene el apoyo de muchos estados a nivel mundial y suma la validación de Wall Street identificando al cambio climático como la principal amenaza de sus activos. Tal como señalamos hace un tiempo: La agenda de género, ambiental y de tolerancia racial que impulsa el partido demócrata, entronca perfectamente con la continuidad acendrada del triunfo del mercado bursátil por sobre las necesidades inmediatas, constantemente vulneradas, de millones de ciudadanos.


Para cerrar los casos que señalamos de Alemania y Estados Unidos, recordamos que ambos países cuentan con un desarrollo de capacidades superiores al de Argentina (y muchos otros) para enfrentar este tipo de eventos. Si bien no es novedoso el avance en el plano discursivo, envidiable hasta para el más infiel de los mortales, los argumentos emergen como salvavidas para los funcionarios. Ahora se pone de moda este nuevo condimento, la lucha sin cuartel contra un enemigo devastador como el cambio climático, frente al cual parece no haber mucho para hacer, más que firmar compromisos internacionales pateando para adelante la reducción de emisiones.


No ponemos en duda las evidencias científicas de los efectos del cambio climático, una agenda complementaria a la de reducción de riesgos. Sabemos que en materia de desastres y emergencias, aumentarán tanto su recurrencia como su capacidad de daño; el tema es si se contempla el supuesto “Apocalipsis” o si se hace algo. Al respecto recordamos algunas líneas que expresáramos sobre el tema.


En algunos casos se plantea una disputa sur global versus norte global; disputa que, binarismo mediante, creemos que no es tal. Ya que el ganador en términos materiales está definido, las multinacionales representadas por capitales de los países del norte o desarrollados, los mismos que se manifiestan preocupados por el calentamiento global, los mismos que impulsan restricciones y sanciones en sus países, y para combatir el cambio climático trasladan los impactos al sur, o en su defecto, exigen que cambien los otros países mientras siguen quemando carbón o financiando el aumento del extractivismo en otras latitudes. Los perdedores son globales, sin distinción norte – sur, acentuándose, como siempre, en los perdedores seriales, la población pobre del mundo que a estas alturas ronda, más menos, en mil millones de personas.



Y por casa cómo andamos


Argentina es un país que por su ubicación en el globo no es afectado (por suerte) por eventos devastadores (en vidas) como huracanes o terremotos de gran magnitud. Es esta la razón por la que cuenta con un sistema de reducción de riesgos y de respuesta bastante deficitario. La hipótesis que asocia esta incapacidad a un capitalismo subdesarrollado se anula con solo mirar Chile, Colombia o los últimos saltos de Ecuador (luego del terremoto de 2016). La relación es directa con las bolsas negras, con las personas muertas ante cada evento.


En Argentina el mayor impacto de los desastres de origen natural con mayor recurrencia, como las inundaciones, no se da sobre la cantidad de vidas: lo que afectan son los medios de vida, de subsistencia y la economía, para el caso, sumamente atendible, claro, pero parece que no por ahora… Cada desastre e impacto en las economías individuales y colectivas es una caída a un nuevo subsuelo de la lona, sumado a las condiciones económicas generales y cotidianas, estar en la lona (como decía mi viejo) o un poquito arriba, ya es un high society (?). De los diez peores desastres en América del Sur, ordenados por las pérdidas económicas registradas, nuestro país ocupa tres lugares, concentra casi un cuarto (23 %) de las pérdidas económicas de la región en los últimos 50 años, unos 23.500 millones de dólares.


Sin embargo, para nuestra visión, los ejemplos locales abundan. Las muertes no son solo números, son evitables, y no se vuelven importantes sólo cuando el número de personas muertas es grande. En algunos casos hay claros errores y responsabilidades humanas, como la masacre de Once, Cromañón o, ya hace unos años, el descarrilado avión de Lapa. Estos eventos tuvieron, en mayor o menor medida, su consecuencia (y sanción) política sobre algunos funcionarios. Difieren las consecuencias cuando miramos, por ejemplo, incendios, como el actual en Corrientes[6], e inundaciones como las de Santa Fe (2003), Tartagal (2006), Comodoro Rivadavia (2017), o la de La Plata (2013). Solo en esta última se registraron 89 muertos, y mirando puntualmente, podemos ver que en La Plata el pato lo pagaron los eslabones más débiles de la cadena, el Director Provincial de Defensa Civil y el Director de Defensa Civil de La Plata, únicos imputados. El primero tuvo que pagar una multa menor a 13 mil pesos, el segundo falleció meses antes del juicio. Para arriba, ningún funcionario estuvo más de una hora en una comisaría, ni el intendente, hoy abogado deportivo que el año pasado reapareció apoyando la candidatura de la derrotada Victoria Tolosa Paz, y menos el gobernador, el mismo que casi pisó la presidencia en 2015 y hoy ostenta su cargo de embajador en Brasil. Señalamiento particular para los vecinos de La Plata, muchos más combativos que otros, pero al momento de algo tan simple como poner tótems en los lugares inundados, al momento de mantener la memoria de lo que fue, la pulseada la ganó el capital, la realidad material, el ordenador de las relaciones sociales. Priman los intereses individuales de los vecinos que no querían que disminuya el valor de sus propiedades, los intereses inmobiliarios, la dictadura del metro cuadrado.


Lo interesante y preocupante del cuento es lo que se puede proyectar cuando eventos tan destructivos vuelvan a tocar por nuestros pagos. Hoy estamos pasando por un periodo de sequía, de déficit hídrico y el vicio se despunta cuando se señalan responsables.


Ya vimos como resuelven las cosas aquellos países que pueden y tienen con qué. A nivel local es interminable la lista a señalar sobre lo que no tenemos y deberíamos: y no, por acá no paso la magia. Sin olvidar la posible invocación a los dioses según el responsable de turno, ahora hay un nuevo monstruo de moda, indomable, al cual señalar y detrás del cual esconderse: el “cambio climático”.



¿Para donde correr? Un poco de análisis


Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre[7]


Brindis en Filipinas con el agua hasta las rodillas


En general el día después a un desastre surgen las mismas preguntas ¿Qué advertencia hubo?, ¿Fue lo suficientemente eficaz?, ¿Se tomaron las medidas pertinentes? Entonces lo que queda preguntarnos es ¿Hay un error de cálculo o un límite estructural?, creemos que lo segundo es lo que prima. Ya lo hemos señalado, el sistema no está planificando su autodestrucción, no hay un plan premeditado para destruir la tierra y que una nueva civilización habite Marte. Los intereses y las vidas de los que ostentan el poder no se desarrollan en otro planeta.


Con cada evento no deseado, con estas crisis repentinas, se destruye capital. La destrucción de bienes individuales y colectivos, como viviendas o rutas, aporta a los mecanismos de reemplazo de lo destruido, activando el proceso de reconstrucción y movilizando la producción de bienes; a veces con demandas estancadas, recordemos el caso del alcohol y barbijos al inicio de la pandemia de covid-19. Es también cierto que se ve entorpecida la circulación tanto de mercancías como de personas, pero el beneficio en tanto activación o reactivación del capital está claro.


En el proceso de acumulación de los estados capitalistas, tendencialmente se destruyen las condiciones sociales y requisitos naturales que representan las bases sobre la que se construyeron. Esta destrucción se da a través de crisis “no buscadas” (?), “conflictos” (internos y escaladas bélicas) y en esta línea los desastres (o crisis) aportan su granito de arena, siendo así funcionales, a través de la destrucción y reconstrucción, con la reproducción (de capital) que la dinámica del proceso de acumulación capitalista requiere. En países europeos o en Estados Unidos esto no genera tanto ruido: hay espalda, las condiciones materiales de las personas contemplan, en gran medida, la satisfacción de las necesidades básicas, los niveles de vulnerabilidad son menores. Y claro que hay excepciones, pero en general, el piso es otro y la dinámica destrucción - reconstrucción termina siendo útil. Los Estados tienen recursos propios para hacer andar la rueda. Para economías y países como los nuestros, la historia es otra.


Condimentos complementarios: las comunidades afectadas, se ven desplazadas y presionadas a generar estrategias de subsistencia para contextos de crisis. Ante la falta de empleo y el aumento del ejército industrial de reserva, emerge como opción la venta “voluntaria” de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, acentuando las economías informales de todo tipo, sin excluir prostitución, narcotráfico y sicariato. Se hace manifiesta la susceptibilidad de los diversos grupos sociales que poseen accesos diferenciales a los derechos generales, como ser agua, cloaca, luz, educación o trabajo.


El (pequeño) capital no sale airoso: la destrucción le puede tocar en la ruleta. Un capitalista mejor parado puede aumentar su tamaño ante el espacio vacante o la compra de los restos de otros[8], posibilitando también el aumento del tamaño del capital que quedó en pie[9].


Se activan acciones aisladas y, muchas veces, desarticuladas a través de los canales, más o menos formales, de organización donde impera la “solidaridad”, otro fusible para tapar los espacios que el sistema no puede ocupar. “El sistema” aparece, como y cuando puede.


Para ver un poco de lo planteado, vale recordar el desastre del litoral, ayer nomás, en 2015-2016 que impactó en 9 provincias, registró según datos oficiales 218.436 personas que fueron afectadas directamente, y daños y pérdidas[10] por aproximadamente 3.600 millones de dólares.


Para las y los desvelados por el cambio climático, acá hay otro factor de incidencia poco señalado. Los desastres implosionan, tiene componentes endógenos determinantes, como las condiciones estructurales o la vulnerabilidad. Claro, no es ir de lleno contra el origen del problema: las emisiones de dióxido de carbono. Sí, se trata de disminuir las consecuencias que se auguran, pero bueno, parece que mucho no garpa. Y acá no hay componente ideológico: la emergencia, el desastre pega en cualquier país, no pregunta.


Otro componente endógeno es la capacidad -acá nos cachetea un oxímoron- la toma de decisiones con un doble atributo, determinante e intrascendente. Lo primero es su deber ser, los desastres son consecuencia de las malas decisiones; lo segundo, nadie paga los platos rotos. El problema político es insignificante; las iniciativas para modificar este esquema, nulas. Sea cual fuere el origen de las pérdidas, natural, antrópico, no importa, acá o en la China. Como superestructura, el aparato judicial es parte de este montaje, legitima una lógica sin costos políticos.


“El peso de los muertos oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, un señalamiento general de la organización social que, parece, estaría dejado afuera a la actual clase dirigente. El daño ambiental parece manejable (?), las vidas bueno, se perdieron… Sí hay ganancia económica, dominación y control de recursos. Ante cada evento el sistema ajusta, corrige, reconstruye y sigue. Siempre el responsable es exógeno y cada vez más grande o imprevisible. El discurso que funciona en Alemania y en Estados Unidos nos permite pensar que va a ser útil y replicable en otras latitudes, donde, como agregado, tampoco tenemos la tecnología y preparación necesaria. Sí, contamos con un aceitadísimo mecanismo de promesas y planificación de soluciones para que todo siga igual.


Hay mucha, muchísima tecnología: big data, inteligencia artificial, machine learning y hasta un universo paralelo. Hay una apuesta fuerte, sobrevalorando los datos que brindan. Pero las decisiones las toman las personas y como dice uno que sabe del tema: los sistemas de alta tecnología, que implican sensibles brechas tecnológicas, son ineficientes, difíciles de mantener y aún más difíciles de absorber en países y comunidades cuya disponibilidad tecnológica cotidiana es escasa”. Es cuestión de no flashear y poner los pies sobre la tierra.


Incertidumbre, superposiciones, entrelazamientos, excusas y más excusas… en fin, descomposición salpimentada. El error a la vuelta de la esquina. Una tomadora de decisiones trasnochada, un funcionario con crisis familiar, etcétera, etcétera, y las posibilidades se apilan cuando todo queda en manos de una sola persona, un “líder” que no tiene drama de sentarse en un carguito, centralizar decisiones y ganar, en dinero o reconocimiento.


Se comenta: “la cosa es así…, cambiar todo es un quilombo”, avalando así, por acción u omisión. Y cuando vienen las malas, mejor buscar algún responsable, y cuanto más externo y efímero, ¡mejor! Zafan de perder, y no gana nadie. La opción analógica, hacerse de uno de esos souvenirs en su versión foca, virgencita o barco, esos que cambian de color según el clima, y ahí sí, ¡Sálvese quien pueda! Al respecto: Ningún sistema centralizado y vertical es capaz de lograr una buen performance en la evacuación preventiva y a tiempo de grandes cantidades de población. Una población mal informada y mal organizada es imposible de movilizar adecuadamente solo con órdenes, decretos o sistemas de colores que nadie entiende.

En la mayoría de los países, en general, la prevención y respuesta ante desastres están a cargo de organismos[11] manejados por Ministerios o Secretarias de Seguridad y/o Defensa: policías, ejército, etc. En definitiva, las fuerzas represivas del estado, garantes armados de la realidad. Aunque se designen civiles en estos temas, la cadena de mando está presente y los márgenes se achican al momento de intentar intervenir de otro modo. Se puede escuchar que, para estos temas, es clave la disciplina de las fuerzas y como se dice en la jerga “los fierros” que tienen (camiones, carpas, puentes, etc). Bueno… los resultados están a la vista. Insistimos en recordar lo que señala uno que sabe: La existencia de fuerzas armadas no es, de ninguna manera, una garantía de eficiencia en los sistemas de evacuación y alerta temprana. Si consideramos que en América Latina únicamente Costa Rica, Panamá y Haití no tienen ejército, habría que considerar que todos los otros países tienen una capacidad de respuesta eficiente y un alto nivel de protección de su población, dados sus ejércitos y sus recursos humanos y materiales disponibles. Solo asomarse un poco a la historia reciente demuestra lo falaz de esta suposición (…), el huracán Katrina, el Tsunami de 2010 en Chile, el terremoto en Perú en 2007, son solo algunas evidencias contundentes de esta realidad”. Estudiar los temas es una llave para salir del laberinto.

El lienzo deja claro por dónde va la cosa cuando descargan su ira los dioses, que hoy suman a su panteón al cambio climático. No hay responsables. Solo hay que entregarse al destino divino. Esta diferenciación entre evento natural o antrópico, no es menor y la similitud es que los muertos no reviven, sea cual fuera la causa.


Respecto a qué se propone, cada cual atiende su juego. El capital, con las aseguradoras que poseen datitos frescos, juegan sus fichas: apuntan y recomiendan la necesidad de realizar más inversiones para reforzar las infraestructuras críticas y mitigar, así, el impacto de las condiciones meteorológicas extremas. Pero en general se apunta a engordar el Estado, más (¿y mejor?) Estado es la solución recurrente. Marx dedicó señalamientos acertados sobre esa enorme maquinaria gubernamental, -que avanza- enroscando como una boa constrictora el verdadero cuerpo social[12]. Para cuestiones antrópicas como la minería, gas o hidrocarburos se proponen mejorar, desde el Estado, los controles ambientales para disminuir los riesgos, reduciendo los peligros y evitando que aumente la vulnerabilidad. Caso similar para amenazas de origen natural. La zanahoria está en dotar adecuadamente a los servicios locales en manos de los conocidos de siempre. Las acciones y obras de preparación, prevención o mitigación ya son un tema azaroso.


Así como no se puede descender dos veces en el mismo río, las contingencias no son calcadas. Hay constantes y hay que mitigar y planificar la incertidumbre. Sobre qué se puede hacer o hacia dónde mirar, una opción posible es recordar los señalamientos hacia los sistemas basados en las personas, los cuales tienen buenos resultados. Si a eso se le suma tecnología, mucho mejor. Es decir, el orden de los factores sí altera el producto.


En este aspecto la acción local es un diferencial. Se debe poner el tema sobre la mesa. Nadie conoce mejor la solución a los problemas que quienes los padecen; hay un sentido práctico latente. También es clave un entramado social activo, organizado y comprometido, que incorpore conocimiento técnico y científico, los recursos adecuados y cualquier apoyo externo que contribuya. La articulación, la acción colectiva, la comprensión de la situación, son variables esenciales.


Esto de mínima es un buen arranque para intervenir en la gestión de riesgos (en todos sus matices[13]) buscando romper la inercia que nos sesga hace años a mirar a los eventos como inevitables interviniendo solo en la respuesta y la reconstrucción[14].


Hay que evitar o disminuir la magnitud del peligro, reducir la vulnerabilidad y mejorar las capacidades locales. Optimizando así el apoyo externo. Y si al combo le sumamos tecnología tantísimo mejor; por ejemplo: un sistema de alerta temprana eficiente hace diferencias, ya sea de última tecnología o puerta a puerta. De yapa, valorar la percepción que tienen las comunidades sobre el riesgo, donde al momento de exponerse juegan las acciones afectivas y mecanismos psíquicos como la negación y la proyección. Lo señalado puede ser leído como una ilusión, está claro, pero si lo examinamos y lo confrontamos con la vida real, no es tan disparatado. Hay que ver quién se atreve a ponerle el cascabel al gato.


También hay que sincerarse con el tipo de reclamos y comprender hasta dónde puede y pretende estirarse un Estado que saca provecho de la desgracia y con cada desastre va dejando gente afuera, para que la salvaje tarea del capital siga inalterable. Una tarea prioritaria, aproximarnos a respuestas para saber ¿Cuál es el costo ambiental tolerable? ¿Cuál es el costo tolerable en vidas? ¿Cuál es el costo económico? y ¿Por qué?



Un horizonte finito


Ante este panorama surgen preguntas: ¿Qué hacer? ¿Adónde mirar? A corto plazo parece que no queda mucho por más que invocar al Santo que mejor nos quepa.


Mirar el caso cubano no es antojadizo. Hay un proceso histórico. Esta isla sin mayor potencial tecnológico, cuenta con lazos comunitarios fuertes y entrenados que le ha permitido disminuir el impacto de eventos destructivos. Si bien sabemos y hemos expresado nuestra opinión sobre la situación actual, huelga decir que hay puntos superadores de la organización cubana que están vinculados con la utopía que el pueblo y sus líderes se animaron a soñar y construir. En épocas donde los futuros distópicos cinematográficos no hacen más que remarcar que lo que tenemos no es tan malo, se vuelve imprescindible observar que hay otras formas de resolver problemas reales en relación al riesgo de desastres. En tal caso es cuestión de buscar un poco para informarse sobre la baja afectación (en vidas) de las tormentas tropicales y huracanes que han afectado a La Habana, centro urbano del país.



Cerramos con dos señalamientos de Fidel Castro quien, en 1999, en la Primera Sesión de Trabajo de la Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe expresaba: “El esfuerzo, principalmente, de nosotros, no es para compensar lo perdido; el esfuerzo de nosotros es para superar lo perdido, el esfuerzo es para crear condiciones de seguridad definitiva en la zona afectada por el ciclón”. Y luego de seguir durante días la trayectoria del huracán Inés (1966) señalaba: “Cada hecho de este carácter debe servir para educar a nuestro pueblo sobre las consecuencias del cambio de clima y el desequilibrio ecológico, entre los muchos problemas que enfrenta la humanidad".


Fidel Castro Visita los poblados afectados por el paso del Huracán Isabel en octubre de 1964



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[1]Carta de Rousseau a Voltaire ante el temblor y posterior tsunami que prácticamente destruyeron Lisboa el 1 de noviembre de 1755 [2] Mientras avanzábamos en esta Nota se registraron lluvias y deslaves en Rio de Janeiro dejando aproximadamente 110 personas muertas y múltiples daños. [3] https://www.reuters.com/world/europe/german-interior-minister-says-weather-warnings-are-up-local-authorities-2021-07-19/ [4] Sistema de comando de incidentes [5] https://www.eird.org/camp-10-15/ [6] Aproximadamente el número de hectáreas destruidas se señaló en 800 mil y se estiman pérdidas por 26 millones de pesos. [7] Discurso de Fidel Castro en Conferencia ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo, 1992 [8]Centralización [9]Concentración [10]Se incluyen costos adicionales [11] Las áreas de protección/defensa civil se encuentran en las áreas de seguridad, tanto a nivel nacional como local. [12]https://materialesxlaemancipacion.espivblogs.net/2017/03/25/marx-contra-el-estado/ [13] Prevenir (el riesgo existente y el riesgo futuro), Mitigar (el riesgo existente), Preparar (la respuesta) (la gestión reactiva), Responder y rehabilitar (la gestión reactiva) y Recuperar (reconstruir y adaptar) [14] Recuperación, rehabilitación y adaptación

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