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Que sea Rock

  • lacloacawebzine
  • 25 oct 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 5 ene 2023



Una de las pocas cosas positivas de la Argentina de la pos pandemia, es que volvieron los recitales. Que volvió el viejo y querido rock and roll[1].


Lejos de los medios masivos y burgueses, ya sea la tele o la radio, apenas cubierta por algunos diarios, fenómenos artísticos de semejante envergadura, son ocultados o directamente ignorados. Siempre considerados malditos, peligrosos, negros o sucios. El rock, todavía, sigue molestando. Como siempre, alejados de la red.



Bienvenidos al Banquete


Luego de mucho tiempo y una pandemia, paso lo que todo rockero quería: La Renga anunció su primera gira pos pandemia. Iba a tocar en Córdoba, Salta, San Luis y Neuquén. Todos sabíamos que si salía bien (tanto en no quilombo y sanitariamente), iban a haber más recitales, como así sucedió. Una nueva posibilidad de ir con amigos a escuchar nuestra música y en vivo. Una nueva posibilidad de salir a la ruta y conocer las entrañas de la patria. De salir de enfrente de la compu, de bajar de la moto, de dejar de pasear perros, cuidar nenes y salir del depósito para ver el Sol.


Anunciaban tormenta eléctrica y una tempestad en toda Córdoba. Un bajón, pero se iba igual. Se compran algunos víveres, se averigua dónde se puede armar la carpa y se arranca. Se consigue la entrada luego de la desesperación que generó un abrupto corte de las ventas. Ya no se puede dejar todo para último momento. Faltaban cinco días y varios no la teníamos. A buscar por ahí, a preguntar, a encontrar a algún renguero que la haya sacado en los meses previos y que sabía que no podía ir. Se pregunta por ahí, en el FB de los mismos de siempre y aparecen. Los que entendieron cómo funciona la vida, la venden al costo. A lo sumo una fresca para compartir. Incluso hay un par que la regalan, ya que por alguna razón no pueden ir y se la dan a alguien que no la podía comprar. El careta, el botón, la vigilante, le pone sobre precio. Repudio absoluto, que se la meta ya sabemos dónde.


Una piba se pone la 10 y coordinamos al toque. Se quería morir, pero se le complico en el trabajo; hay que laburar, es así. No pudo zafar. No queda otra. Se habla de música, de bandas, de recitales idos y, sobre todo, los que hay en el porvenir. Pide que por favor le cuente cómo estuvo, cómo sonó. Que clima había y qué onda la gorra. Esa necesidad hermosa de compartir, de sentirse parte de un todo. La seguridad de saber que después del reci, la sensación es la de ganar, golear y gustar. La Renga no falla nunca.


Nos juntamos en las vías. Se junta la plata para la nafta y vamos (el micro esta impagable, como todo). Somos cuatro, pero uno solo maneja. Hace mucho que no me sentía tan gil. El piloto decide dónde, cuándo y cuánto se para. Un poder casi absoluto y con razón. Hay que ir, pasarla bien y volver.


Casi diez horas después, con casi diez paradas en YPF, algún quiosco, el parador de no sé dónde, llegamos a la provincia de destino. Se comienzan a ver las montañas y, por suerte, ninguna nube. Comienza la ansiedad y las precauciones de las multas. Provincia jodida si las hay. Nos detenemos a apreciar el paisaje, a respirar aire fresco, a estirar las piernas y sacar alguna foto. Se deja el mate, se abre una lata y en cuenta regresiva por llegar. Vemos el rio, paramos todos. Se meten las patas, se disfruta nuevamente de sensaciones olvidadas después de tanto encierro y aislamiento. Los árboles, con sus inmensas copas acariciadas por el viento, el canto de los pájaros y el todo poderoso sol. Nada de nubes y de estar bajo techo. ¡Dale que llegamos!



Comienzan los mensajes con uno de los pibes que se había instalado unos días antes. Restan unos pocos minutos para guardar el celular y no usarlo nunca más (o hasta llegar Buenos Aires, lo que pase primero). Hay que encontrar el lugar donde paramos antes que colapse todo, armar la carpa y listo. Salir a comprar algún sanguche y unas frescas. Caminamos un par de cuadras, se cruza un pequeño puente, y se encuentra un almacén en una esquina transitada del pueblo.


Sale todo perfecto o no, pero nos encontramos y se consigue la entrada que falta. ¿Y ahora qué hacemos? ¡Vamos al rio culiado! Luego de girar y girar por Punilla, para ver, para conocer, para encontrar a los micros, a algunas gentes y ver las cosas que se van armando para vender (remeras, llaveros, figuritas, discos, relojes, trenzas, aritos y 73 etc.), llegamos a la orillita y nos metemos. Lleno de gente con ganas de pasarla bien. Lleno de gente que está feliz. Lleno de gente que disfruta de una salida después de todo lo que ocurrió. Que puede mojar las patas y sentir el sol sobre su piel. Los lentes, en esta oportunidad, son solo para el sol; eran por los reflejos que se hacían en el agua y en las veredas que daban justo contra los ojos. Felicidad, emoción por lo vivido y por lo que vendrá en unas horas. Estábamos todos en la misma. ¡Aguante la Renga Carajo!


El cuerpo en el rio, el fernet en el rio y la alegría en el aire. Un par de horas en manada cantando un montón de temas. Yendo y viniendo, buscando algún conocido, preguntando a otros de donde son. El agua entre las patas y también golpeando en la espalda. Lleno de pececitos nada rabiosos y de aves para nada extrañas. Una pequeña siesta en la sombra, en algún lugar un poco más alejado y tranquilo, y que al fuego no lo arruine el agua.


Luego de un buen rato, calzarse las zapatillas, esquivar un par de arbusto y llegar a la calle para encarar la vuelta al camping a cambiarse y a dejar las cosas que no quieren ser perdidas en el recital. Qué llevo, qué dejo, que dónde lo dejo. Que la ropa mojada, que el frio y que el dinero. Todo listo, arrancamos.

Se para en la linda plaza de 9 de julio y 20 de junio, a unas pocas cuadras. Se compra algo para comer en un pequeño estudio jurídico transformado en un kiosquito y, en el patio de una casa con una heladera repleta de hielo, se compran cosas muy frías para tomar. El negocio de los festivales, las economías regionales y lograr que todos muerdan un pedazo para que no haya tanto problema con el día después, la mugre y el olor a amoníaco.


Sentados, tranqui en un escalón. Sin joder a nadie y sin faltar el respeto. Los debates de quién lleva, de quién paga, de quién es el dueño, de cómo se entra y los temas que se quieren escuchar. El masomenos ir calculando horarios para no colgar de más. De apoco va llegando las ganas de entrar.


En ese momento, a diferencia de la mañana, los celulares ya estaban colapsados. Ya no había señal en ningún lado y la posibilidad de coordinar encuentros queda de lado. La vieja amiga que vive en un pueblo cercano, difícilmente pueda ser abrazada nuevamente. Quizá el destino lo tenía planeado. Quizá sea una mentira. Veremos que depara….


Comenzó el show. Chizzo, Tete y Tanque arriba del escenario. Suenan los acordes, comienza la música. Un sonido perfecto. Un silbido fueron mis venas /mi cabeza, la distorsión/ mi alma, el sentimiento/ me hice canción. Estaba lleno, pero no estallado. Muchos niños con sus padres, incluso cochecitos. Trapos, banderas y pogos. Hacerse el tiempo de darse vuelta y observar un predio gigante al palo. Observar la felicidad en los rostros. La emoción de lo vivido, de lo que se estaba compartiendo. De volver a escuchar música en vivo y no por celular. Casi como un cuento, temas clásicos de la banda y también de nuestro rock como así también del disco nuevo. Cantar casi afinando, saltar y abrazarse con los mismos de siempre. Bailar en el lugar y también con alguna señorita. Sonreír solo y por placer. Termina el show. Implacable Rock and Roll. En las pantallas gigantes del escenario se confirman todas las fechas de la gira y se sabe que, si toca la banda de rock más grande del país, también lo van a hacer las demás. La justificación para seguir viviendo en este lugar ya está dada.



La vuelta al camping es eterna. Una mala organización de la salida llevó a un embudo. Solo había que habilitar una salida más al correr unas tablas que bloqueaban la salida a la calle principal del pueblo. No hubo empujones ni nada muy importante, la sabiduría de cuidarnos entre nosotros. Suficientes problemas hay con la policía como para equivocarnos en esas boludeces.


La piba que era la dueña de la casa, devenida en lugar para dejar las carpas, se gana unos pesos extra más vendiendo comida. Sabe que los festivales de Cosquín y los demás recitales que se hagan en el pueblo, son la manera de ganarse unos cuantos mangos en una economía más que deprimida. El terminar la casa, el poder comprar los materiales y bancar el día a día. No es poco. Eso sí, tampoco es fácil, pero hay que ponerle el pecho. Tripa y corazón.


Se preparan más de diez sanguches de milanesa y sentados se habla de lo vivido. La alegría de estar comiendo algo y hablando de música. La felicidad de poder compartir este momento histórico (por lo menos para nosotros). De apoco se empiezan a terminar la energía. El cansancio de una larga pero feliz jornada. Unas risas más y se apaga la tele.


Se durmieron unas horas en unas bolsas de dormir improvisadas y usando la mochila de almohada. Se descansó lo que se pudo hasta que el sol te pega en la cara y el calor en la carpa no se aguanta más. Abrís el cierre buscando un poco de aire fresco y cuando viste que no pasaba nada, se juntan fuerzas y se sale al mundo una vez más. Se preparó el agua y se tomaron unos mates con algunos bizcochos y medialunas, era lo necesario para que el cuerpo y la cabeza empiecen a reaccionar. Un nuevo intento de resucitar con el desayuno y se hace una larga fila para conseguir el lugar para un duchazo y se preparan todos los bolsos y las cosas para volver. Se saluda a los nuevos amigos, se jugó un poco más con los perros lugareños y se agradeció por el buen trato a los dueños de casa.


Subimos todos al auto y arrancamos camino al barrio. Son unas cuantas horas de andar, pero se disfruta el camino. Unos mates para hacer compañía y para tener afiliados los sentidos. La rotonda de no sé dónde, Carlos Paz que con sus palmeras y lago parece Miami y parar en el cajero para sacar los últimos pesos que quedan en la cuenta. Damos unas vueltas más buscando para comer y pegamos unas buenas bondiolas en una parrillita al lado del camino. Ahora sí, arrancamos y ya casi no nos detenemos. Buena ruta… y a yugarla.




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[1] No es la primera vez que el Comité Editorial toca este tema. Recomendamos los siguientes materiales: -Momo Sampler, Rock y Cultura: https://lacloacawebzine.wixsite.com/misitio/post/momo-sampler-rock-y-cultura -República Argentina de Cromañón: https://lacloacawebzine.wixsite.com/misitio/post/7bced5d4 -Charly García: Setenta años de vanguardia: https://lacloacawebzine.wixsite.com/misitio/post/charly-garc%C3%ADa -Tirando la primera piedra: https://lacloacawebzine.wixsite.com/misitio/post/tirando-la-primera-piedra



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